Cinco minutos. Tan sólo es necesario ese tiempo para llegar a la conclusión de que Alberto García Rodríguez es, sin lugar a dudas, un buen tertuliano. Un hombre capaz de recomponer su pasado con un hábil manejo de la palabra y también del orden. Con cierta seriedad, pero a la vez utilizando un tono cercano y divertido. Y todo para hablar, en buena medida, de su vinculación con la ya desaparecida Sociedad de Festejos de Candás (Sofeca), de la que fue secretario durante un buen puñado de años. Y es que, como él mismo cuenta, sentado en su casa de Perlora, su paso por la entidad, que promovió, en el pasado, los mejores festejos de Carreño, lo marcó de por vida. Hasta el punto de que, hoy en día, ya no es Alberto el de Lourdes (por su madre), sino que en el pueblo es conocido simplemente por Alberto, el de Sofeca.

Para bien o para mal, que a juzgar por sus palabras fue más lo primero, estuvo once años vinculado a esta sociedad. Y eso a pesar de que como siempre cuenta: "Llegué para estar quince días y al final aguanté más de una década". "Cuando me llamaron y me nombraron secretario, me quedé asustado. Porque yo no sabía nada de eso. Siempre trabajé en la fábrica de cementos de Tudela Veguín y, aunque algún año había organizado las fiestas de Aboño, recuerdo que me preguntaba todos los días: "¿Pero qué voy a hacer yo aquí?"", relata este candasín, de 78 años. Sin embargo, los proyectos fueron saliendo y tan cómodo llegó a sentirse que esos quince días pronto se transformaron en años. "Estoy seguro de que recibí mucho más de lo que aporté. Sofeca me enseñó muchas cosas; y si volviera a nacer, repetiría", dice.

Durante su etapa como secretario, Candás fue escenario de grandes verbenas y actuaciones musicales, de uno de los mayores festivales de canción asturiana e incluso de corridas de toros. "Venían a la villa los mejores toreros de España gracias a las amistades que de aquella tenía Rafael García del Busto, que sustituyó luego a Cipriano Aramendi como presidente. Los dos fueron hombres muy buenos", comenta. Fue, precisamente, esa familia directiva, de la que habla, la que llevó a Alberto García a no separarse nunca de Sofeca. "Había muy buen ambiente entre nosotros. Y eso que a veces yo era un poco rígido. Tuve que caer pesado a alguien, fijo", dice riéndose. "Pero yo era así. Siempre me gustó el orden", añade, sin perder esa sonrisa que logra disipar su semblante formal.

De sus recuerdos se deduce rápidamente que el Candás festivo de los sesenta y setenta no tiene nada que ver con el de hoy. Pero por si había dudas, él mismo lo explica: "Me da la sensación de que antes había más piña que ahora. Teníamos el apoyo de todos los candasinos; nos querían. Y, por supuesto, antes había mucha más gente. Me acuerdo de que en las fiestas del Cristo, desde el Teatro Prendes hasta el muelle tenías que circular de lado. Era increíble".

Por ello, Alberto García cree que Candás puede mejorar en muchos aspectos y volver a ser esa villa marinera que derrochaba alegría por todas sus esquinas. "Yo creo que el desfile de charangas debería ganar en calidad. Y, por supuesto, la canción asturiana tendría que volver. Era un evento que daba mucha vida al pueblo y que no sólo sería compatible, sino que complementaría la línea de asturianía en la que está trabajando el Teatro Prendes con el Salón costumbrista", explica de forma distendida.

Pero, al margen de su faceta en Sofeca, este candasín de 78 años siempre fue un hombre polifacético. Y lo mismo formó parte de la historia del Candás Club de Fútbol que de la AMPA y del club Los Gorilas. Pero quizá lo que más le guste destacar sea su vinculación con el gran escultor candasín Antón. "Era mi tío. Y siempre digo que para mí es todo un orgullo pensar que pese haber fallecido tan joven, dejó una obra tan rica y extensa. Yo no lo conocí. Cuando murió, tenía tan sólo un año. Pero por las referencias que tengo fue un hombre muy trabajador y serio, a la vez que jocoso", declara. Una descripción que, curiosamente, bien podría aplicarse a Alberto García.

Al Museo Antón va con cierta frecuencia para analizar cada vez con mayor detenimiento las arrugas de "La Güela" (su bisabuela) y el rostro de sufrimiento de "La Marinera", que también luce en el muelle de Candás. Ése en el que Alberto García, entre ola y ola, vivió los momentos más bonitos de su infancia mientras su padre, en alta mar, luchaba por sacar adelante a su familia. Y todos estos recuerdos se aúnan en el nombre de Candás, un pueblo que es "todo" para él y con el que se siente profundamente unido, aunque ahora prefiera contemplar desde su ventana el verde de Perlora. "Cuando conocí a Berta, mi mujer, y me vine a vivir aquí, me decían: "Ya te consiguió llevar a la aldea". Pero lo que no sabían es que la decisión fue mía. Aquí estoy muy feliz. Abro la ventana y veo todo verde. No lo cambiaría por nada del mundo", confiesa.

Si hay algo que a Alberto García lo reconforta, aparte de la lectura, es su "huertina". "Me encanta, pero cada vez es más pequeña, porque voy perdiendo facultades", concluye al lado de su querida Berta, que es "la mujer más adorable y con más salero del mundo".