Carta a un empresario. Estimado señor:

Quisiera dirigirme a usted con la comprensión que, pienso, se merece. Sé que ustedes, los empresarios (y empresarias), no entienden por qué los partidos de izquierda los vapulean cuando son ustedes, dicen, los que con su capital financiero les ayudan en sus campañas electorales. Sinceramente tienen mi comprensión. También comparto que no entiendan cómo los sindicatos les cuelgan la etiqueta de látigo del obrero cuando, al alimón, negocian y consensúan despidos y políticas de reducción de plantillas. Se verá en la anunciada y próxima reforma laboral. Y cómo los medios de comunicación, también llamados de información, a veces los critican siendo ustedes los que los sostienen gracias a los anuncios publicitarios y accionariado. Por estas y otras razones parecidas se sientes ustedes acosados. Son unos incomprendidos. No me extraña. El obrero, señor empresario, se olvida de que ustedes son unos altruistas; que ponen al albur del mercado su dinero y capital. Y el trabajador, desagradecido él, por nimiedades se pone en huelga, protesta y encima se encierra en el Ayuntamiento. Se olvida de que ser empresario no lo es cualquiera. Que no es cosa fácil tal labor. Que ustedes son como el capitán encargado de llevar a buen puerto la nave de la empresa. Los parias, los menesterosos, el obrero en fin, son gente, ya no digo personas, que carecen de iniciativas que -para qué nos vamos a engañar- prefieren recibir un sueldo a final de mes sin riesgo alguno. Para riesgo lo que usted, señor empresario, y el resto de sus colegas exponen. Resumiendo, que son ustedes los que se dejan la piel por los demás. Monumentos hay en parques y jardines que atestiguan su altruismo, su mecenazgo. Si esto es así, ¿qué más se puede pedir al sufrido empresario?

Son ustedes el «alma máter» de esta sociedad que no los comprende, creadores de progreso, osados emprendedores, etcétera. Por eso, yo sí comprendo y entiendo que tengan pánico a perder sus yates, sus aviones, sus chalés... Mientras, el obrero gracias a ustedes pueden comer, tener vacaciones, educar a sus hijos e hijas, y más cosas que nunca podrán agradecerles bastante.

Con todo ese haber del que ustedes disfrutan es difícil comprender que figuren en el debe empresarial cosas como que su única función sea obtener beneficios a costa de mutilar económica y socialmente familias y pueblos; que no les preocupe hipotecar todo un futuro a los y las jóvenes, como será el caso (aún más) de La Felguera si se consuma lo que muchos barruntamos; que se les tilde de falta de ética; que sean capaces, en algunos casos, de puentear a la hacienda pública; que gestionen EREs dejando en la más absoluta indefensión, no a cientos, sino a miles de trabajadores y trabajadoras.

Siendo, en fin, ustedes la perseverancia viviente en el auge de «la patria» y que no se sonrojan ante tanta mentira como les rodea, no se entiende que los trabajadores y el resto de ciudadanos seamos unos desagradecidos con su labor.