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De lo nuestro | Historias heterodoxas

La vejiga de Espartero

El paso del célebre general por las Cuencas en persecución de las tropas carlistas en julio de 1836, con retraso debido a su mala salud

La vejiga de Espartero

Si cito en nuestros días al general Espartero no lo conocerá casi nadie; tal vez a los madrileños castizos les suene más su caballo, famoso por el tamaño con que el que están representados sus genitales en la estatua ecuestre que se levanta en la capital, lo que explica que se identifique a la valentía con tener "más cojones que el caballo de Espartero". Sin embargo no consta que los atributos del animal hayan tenido importancia en la historia de España, y en cambio sí la tuvieron los de su jinete, como ahora veremos.

Joaquín Baldomero Fernández-Espartero Álvarez de Toro -que así se llamaba el general- fue uno de los españoles más populares del siglo XIX: famoso por sus hechos militares y su carrera política como ministro de la Guerra, Presidente del Consejo de Ministros y Regente del Reino de España. De hecho, pasa por ser el único militar español que ha tenido el tratamiento de Alteza Real.

Y no fue rey porque no quiso, ya que el general Prim y don Pascual Madoz le ofrecieron la corona en la primavera de 1870, cuando ya hacía dos años desde la marcha de Isabel II al exilio y el trono seguía vacante, pero él la rechazó exponiendo dos motivos: entonces ya tenía 75 años, lo que en la época lo convertía en una persona más que anciana, y además no dejaba sucesor, por lo que su reinado iba a ser como poner una tirita en la enorme herida por la que sangraba el país. Decisión sabia, porque además -si me lo permiten- el nombre de Baldomero I no parece muy serio para representar a una monarquía.

Espartero había nacido en un 27 de febrero de 1793 en Granátula de Calatrava, un pequeño pueblo de Ciudad Real, y fue el menor de ocho hermanos, según unos, y de nueve, según otros. Varios de ellos tuvieron que ingresar en los conventos de la zona, como entonces era costumbre entre los humildes para ahorrar gastos a la familia, que en su caso concreto solo dependía de los ingresos de un padre que se dedicaba a arreglar carros.

Sin embargo, él prefirió la carrera militar desde que en 1808, cuando tenía 15 años, se alistó para combatir al francés en la Guerra de la Independencia. Entonces olió la pólvora y la gloria y ya no quiso otra vida, cruzó el mar para frenar a los independentistas de las colonias americanas y buscando siempre todos los frentes triunfó en varias batallas, de manera que su prestigio creció tanto que en 1823 había pasado de ser soldado raso a brigadier con el mando del Estado Mayor del Ejército del Alto Perú.

Diez años más tarde, cuando estalló la primera guerra carlista, ya estaba casado y vivía junto a la hacendada María Jacinta Martínez de Sicilia, en La Rioja. No tuvieron descendencia, pero Logroño ya fue su lugar de referencia para siempre.

En mayo de 1834 asumió la Comandancia General del ejército de la reina regente María Cristina para todas las Provincias Vascongadas, y siguió aumentando su fama, tanto por sus éxitos militares como por la crueldad de sus métodos, ya que no solo ejecutaba a prisioneros carlistas como parte de sus represalias, sino que en ocasiones llegó a diezmar a sus propias tropas para imponer la disciplina, como ocurrió el 13 de diciembre de 1835, cuando ordenó personalmente aplicar esta medida con un batallón de voluntarios guipuzcoanos al que pertenecían los responsables de la muerte del párroco del pueblo alavés de Labastida.

Hay que tener en cuenta para juzgar esta actuación que en aquel momento se libraba la decisiva ofensiva de Luchana, que duró casi todo aquel mes y, cuando le llegó la noticia de la muerte del cura, Espartero llevaba varios días postrado y con sonda (imaginen como podían ser las sondas en la primera mitad de aquel siglo), por una fuerte cistitis que arrastraba desde el mes de septiembre. También es sabido que fue un hombre con fuertes alteraciones en su carácter y tal vez desahogó con esta barbaridad su impotencia por no poder sumarse al combate.

Aunque la historia nos dice que finalmente, pensando que sus tropas estaban en desventaja e iban a sufrir un desastre, decidió montarse en su caballo y se presentó con grandes dolores en el frente a la una de la mañana para ordenar la retirada. Luego -cosas de la vida- parece que con los nervios, el corneta se hizo un lío y tocó la orden de ataque, lo que sumado a la fantasmal aparición de su general, magnetizó a sus soldados que acabaron ganando la batalla.

Ya en nuestra tierra, el 23 de julio de 1836 "El Eco del Comercio" recogía una dura crítica, que a su vez se había publicado en "El Asturiano", lamentándose de la mala actuación de las tropas de Espartero que no pudo cortar el paso a la división expedicionaria del general carlista Miguel Gómez.

En esta página ya hemos seguido los pasos de Gómez por la Montaña Central, tal y como lo contó Pío Baroja, pero por si acaso, les recuerdo en dos líneas que este cabecilla había salido un mes antes desde Amurrio con menos de tres mil hombres con la intención de extender la guerra por toda la Península e ir reclutando al mismo tiempo partidarios en otras provincias, y Espartero, que le iba siguiendo de cerca, era el responsable de que no pudiese entrar en Asturias.

Aunque no lo hizo y Gómez pudo bajar libremente por el Puerto de Tarna, pasó por Campo Caso, Rioseco, Pola de Laviana y Langreo rehuyendo el combate, y el 5 de julio tomó posesión de Oviedo mientras los 1400 soldados que debían defender la capital la abandonaron para esperar antes de presentar batalla en el Puente de Soto unos refuerzos que nunca llegaron.

Allí debían unirse tres batallones con caballería, más los voluntarios nacionales que estaban acuartelados en Pola de Lena y una columna de 1000 hombres, mandada por el coronel Benito Losada Mures, acampada también cerca de Santullano de Mieres; pero tampoco pudieron hacerlo porque la carretera estaba impracticable. De modo que los cristinos fueron atacados y derrotados el 7 de julio por el lugarteniente de Gómez, el marqués de Bóveda de Limia, quien les hizo 300 bajas y 521 prisioneros, entre ellos 18 oficiales. Tras esta victoria, la expedición carlista siguió imparable hacia Galicia, con más alistamientos y un fenomenal avituallamiento obtenido en Asturias.

Nos queda la duda de si fue el mal tiempo lo que retrasó a Espartero, aunque, tratándose del mes de julio, lo más seguro es que fuese otra de las frecuentes crisis que le provocaba su maltrecha vejiga, obligándole a detener su camino para guardar cama con fiebre elevada. El caso es que el general no pudo pasar por Pola de Lena hasta el día 8, desde allí fue a Oviedo y sin pérdida de tiempo partió detrás de Gómez rumbo a Galicia.

El día 28 de julio, otro diario de la época llamado "El Guardia Nacional" daba cuenta de un comunicado mandado el día 13 por el Capitán General de Castilla La Vieja, que seguía acantonado en Mieres, con la noticia de que Espartero había alcanzado por fin a la retaguardia de los carlistas, haciéndose con algunos prisioneros, 2 carros de fusiles, 5 "cajas de guerra" y otros efectos.

La expedición de Gómez pasó luego por la mayor parte de España siguiendo un enrevesado trayecto antes de volver al punto de partida seis meses más tarde. En ese tiempo menudearon los combates contra las tropas gubernamentales con diferente resultado. Espartero lo derrotó el 8 de agosto cerca del pueblo de Escaro, próximo a Riaño, pero el carlista se rehízo sin dificultades y siguió su marcha.

Por su parte, nuestro general entró con fuerza en el mundo de la política en 1839, oponiéndose al entorno conservador de María Cristina, y al año siguiente, debido a su popularidad fue nombrado presidente del Consejo de Ministros, aunque en 1843 cambiaron las tornas y se exilió en Inglaterra. Allí estuvo cinco años para regresar convertido en un símbolo de la Libertad, reivindicado incluso por los pioneros del movimiento obrero en Cataluña en 1854 y 1855, donde un manifiesto que convocaba a los trabajadores a la huelga general concluía con un "¡Viva Espartero! ¡Viva la Milicia Nacional! ¡Viva la Libertad! ¡Viva la libre asociación, orden, trabajo y pan!".

El general Baldomero Espartero no abandonó nunca la lucha contra su enemigo más pertinaz, la vejiga, pero aún así pudo pasar una vejez tranquila en su retiro de Logroño y allí falleció cuando estaba a punto de cumplir los 86 años.

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