J. L. ARGÜELLES

Cuando la tripulación cuelga junto al puente del buque los restos de una sábana con la llamada de auxilio, el «SOS» que sirve de señal internacional de socorro, es que las cosas están mal dentro de la nave. Mañana, último día del año, los once marineros que permanecen en el «Civra», barco de pabellón turco, cumplirán veintidós días sin poder dejar El Musel. Será difícil que olviden las tres semanas que llevan amarrados al segundo espigón de la terminal gijonesa, con su carguero inmovilizado por las autoridades marítimas y sin que su armador les abone los tres meses de salarios que les adeuda. Están atrapados en un problema legal del que no son responsables, según explican, y sin dinero para poder regresar a su país.

«Nos sentimos solos», asegura Cagdas Konusur, primer oficial del «Civra», mientras ofrece té junto a uno de los retratos de Atatürk, el forjador de la Turquía moderna, y explica cómo ha asumido la responsabilidad de un buque que no reúne las condiciones técnicas para navegar, según aplicación del Memorándum de París (MOU). Se trata de un acuerdo internacional firmado por una treintena de estados, entre ellos España, para garantizar la seguridad de tripulantes y embarcaciones en el mar.

«¿Cómo vamos a arreglar las averías sin carecemos de medios y dinero», resume Konusur. Tiene 33 años y es de Esmirna, el segundo puerto turco después de Estambul. El capitán del «Civra», diabético y con problemas coronarios, ha optado por dejar el buque y regresar a Turquía. Es una decisión que han tomado otros siete tripulantes, entre ellos los mecánicos de la embarcación, a los que sus familias les han tenido que pagar el billete de vuelta. «La compañía (armadora) se niega a pagarnos», insiste Konusur. «No podemos hacer nada más que estar aquí». Le acompañan Hasan Aksakal, Hasan Uligaslam, Remzi Tasci, Zafer Uzunham, Hasan Dellal, Barbaros Bayramoglu, Alí Obtas, Serkan Yaman, Selçuk Soysal y Emre Maushsgez.

El «Civra» salió del puerto francés de Rouen, capital de la Alta Normandía, el 19 de noviembre. Transporta en sus bodegas unas 7.500 toneladas de grano con destino a la dársena siria de Tartous. Según Konusur, tardaron veinte días en hacer la travesía entre Rouen y Gijón, un viaje que tiene una duración de tres o cuatro días en condiciones normales. El buque ya no respondía y navegaron pegándose a la costa todo lo más posible, con un gran gasto de combustible. Tras echar ancla en El Musel, la autoridad marítima decidió que la nave no está en condiciones de volver a la mar si no repara máquinas.

Sin el barco operativo y con noventa día de paga pendientes. Así está la tripulación del «Civra». Este diario no tiene constancia de que la Embajada turca haya intervenido por el momento. Konusur disculpó ayer al cuerpo diplomático de su país en España. «Estamos en muy malas fechas», dijo, en referencia a las celebraciones navideñas. En el «Civra» no hay otro dulce que los azucarillos con los que su desmoralizada tripulación acompaña los muchos tés que trasiega en las largas y frías jornadas de camarote y puerto. Algunos de los marineros, como Zafer Uzunhan y Remzi Tasci, pedían ayer a este periodista que transmitiera un mensaje: «Estamos dispuestos a trabajar de lo que sea».

Las frutas y las verduras que guardaban en una de las bodegas están podridas por falta de refrigeración. Tiran con la pasta y el arroz, «comida seca», dicen. Según explicó Konusur, representantes de Cruz Roja se han interesado por su situación y se comprometieron a ayudar. El primer oficial también pidió ayer asesoramiento legal para desenredar una madeja a la que no ven cabo del que tirar. En Asturias aún se recuerda la peripecia avilesina del «Orient Star» y sus trece marineros filipinos. Estos tripulantes lograron que el armador les remitiera el dinero que les debía y pudieron retornar a Filipinas. El buque estuvo en los muelles más de un año «en reparación».

La tripulación del «Civra» estaba ayer sumida en otra preocupación añadida: el vencimiento de la fecha que tiene contratada para su conexión de Internet, la comunicación que les ha permitido, hasta ahora, contactar con sus familias y dar a conocer su situación. «Nuestro armador nos ha abandonado», insiste Konusur, para quien será difícil que pueda fraguarse algún arreglo satisfactorio antes de que acabe el año.

«No tenemos capitán, los mecánicos se han marchado y carecemos de dinero, ¿qué podemos hacer?». Son las palabras que explican el «SOS» que saluda a los visitantes que se acercan al «Civra». Aún no saben cómo despedirán 2009 y recibirán el año nuevo. Pero tampoco es ésa ahora la preocupación de los once marineros turcos. Sólo quieren cobrar sus salarios y volar cuanto antes a Turquía para olvidarse de este mal viaje.