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GERARDO DIAZ SOLÍS, "EL PORTU" | Cofundador de Comisiones Obreras

"En la cárcel fue donde más aprendí"

"En la mina no había ninguna seguridad; raro era que pasase una semana sin que muriera alguno dentro, y no te dejaban ni ir al entierro"

Gerardo Díaz Solís, "el Portu". ÁNGEL GONZÁLEZ

Óscar CUERVO

Gerardo Díaz Solís, "el Portu" (Ciaño, 1927), discute con Misael González, de IU, sobre la medalla. "No me hace ninguna ilusión recibir la Medalla de Plata de Gijón", dice el primero. "Pero la medalla no te la dieron porque sí, te la conceden porque unos compañeros tuyos quieren reconocer tu labor y dieron razones suficientes para ello", replica el segundo. La vida del "Portu", dedicada a la defensa de los mineros, daría para componer una extensa biografía. Pese a su delicado estado de salud, este cofundador de Comisiones Obreras en Asturias goza de una memoria prodigiosa.

-A los 11 años ya iba a reuniones con su padre para ayudar a "los fugaos".

-Eran hombres que trataron de cambiar la lucha. La mayoría de ellos ya estaban perseguidos y habían sido encarcelados por defender la Primera República. Nada más que salieron de prisión, ya empezaron a ir a por ellos otra vez. A por ellos y a por sus familias.

-Y a por la suya.

-Mandaban a los falangistas y venían a casa a robarnos. Primero miraban y luego entraban. Nos metían a todos en un cuarto y marchaban con todo lo que había. Hasta con el calzado del paisano.

-¿Qué les pasó con los militares sublevados?

-Que una vez aparecieron y tuvimos que ir todos los hermanos -cinco en total- para que no nos robasen las patatas. Todos los soldados eran moros salvo el que mandaba la fuerza, que era español. Apareció por allí y nos vio. Nos preguntó qué hacíamos y le respondimos que no queríamos que nos robasen la cosecha, que era lo único que teníamos para comer. "No se preocupe", dijo. Pero uno que venía detrás lo intentó y mi hermana, 'zas', le soltó un varazo en la mano y empezó a sangrar. Se armó una? Al final no pasó nada. Tendría yo 7 u 8 años de aquella.

-¿Cuándo empezó a trabajar en la mina?

-Con 13 años, aunque había que tener 14.

-¿Y cómo lo hizo?

-Di el alto al capataz de la mina, que iba a caballo desde carbones a la mina Vasconia. "¡Quítese de ahí!", me gritó. "Quiero que me den trabajo", respondí. "¿Y usted para qué quiere trabajo, para comer sopas?", me dijo. Yo expliqué que éramos siete en casa y que yo era el mayor, que había que llevar algo y que al extraperlo no llegábamos. Al final me dio un papel que tuve que llevar a Ciaño. El chaval que estaba allí se me quedó mirando y me dijo que creía que no tenía la edad. "Ya lo veremos", me contestó. Tenía que ir al cura para darme la fe, en la que debía que poner que yo tenía 14 años. El cura decía que no podía ser y empezamos a discutir. Sabía que nos hacía mucha falta pero no lo hizo. Así que cogí la pluma y escribí que tenía 14 años. "¡Pero bueno, esto no se puede hacer así!", contestó. Y me dio el papel. Y valió (ríe).

-¿Cómo era la mina de aquella?

-Allí había que hacer lo que te mandasen. Había vigilantes de la Falange que se habían inscrito para estar mejor considerados. Eran unos sinvergüenzas, lo peor. Pobre de ti como no cumplieses. Eran capaces de venir a casa y dejarte sin nada. Había que andar escondiéndolo todo. Y a la hora de trabajar, estábamos explotados. De aquélla necesitaban mucha gente para la mina porque muchos andaban presos o por el monte. Y las mujeres de aquélla no trabajan en la mina. Aquello era un esbillamiento.

-Le apuntaron a la Falange.

-Y tenía que bajar todos los sábados y domingos a Ciaño a la instrucción. Solo te hablaban de Franco y de la Falange, no había otra cosa. Aprendimos a saludar a Franco y al yugo y las flechas. Hasta las mujeres, las pobres, las cogían y les cortaban el pelo. Para salir de casa tenían que ir con la gorra franquista.

-¿Con qué edad le detuvieron por primera vez?

-Tendría 15 años. Me cayeron dos años y cumplí 18 meses. Allí estuve con gente veterana que nos enseñaba que había que organizarse. Entre unos cuantos pagábamos una cuota para dárselo a las mujeres de los que estaban presos o para mandárselo a ellos. Pero no daba para nada. Tenía 4,50 pesetas de jornal al día. Tenías que pagar lo que comprabas y era todo de extraperlo. Un kilo de fariña valía 16 pesetas. Y el aceite ni lo había. Valdría 100 pesetas. Los que lo tenían era porque extraperlaban. Luego había gente que iba a León a comprar y se lo quitaban. Fue horrible.

-¿Les pegaban los falangistas?

-Te llevaban al cuartel y te daban una camada de impresión, hubieses o no hubieses dicho o hecho algo. Muchas veces no hacías nada porque tenías pánico de hacerlo. Eso sí, los falangistas no te llevaban detenido porque no había juez, pero te pegaban cuando te cogían. Te machacaban.

-¿Había denuncias falsas?

-Los falangistas, para quedar bien entre ellos y con la fuerza, denunciaban e iban a por ti por haber sido "rojo" en la guerra o por tener algún pariente republicano. E iban a por él y a por ella. Y los otros a correr y esconderse.

-Su madre también fue revolucionaria.

-Recuerdo cuando fue a tapar a los que mataron en Tudela Veguín. Eran un montón de hombres. Cuando la Revolución del 34 aprovecharon e hicieron una limpieza de impresión. Los enterraron con la cabeza fuera. Así que las mujeres se organizaron, entre ellas mi madre, y se fueron a enterrarlos. Como eran muchas no se atrevieron a nada y dejaron que los enterrasen. Fue un acto criminal. Pero eso te dejaba un rastro, quedaba la denuncia puesta. Y cuando les parecía, iban a por ti.

-En su lucha sindicalista, ¿qué reclamaban?

-Los que venían por el monte siempre traían consignas. Nos decían cómo actuar, que en Alemania hacían otras cosas. Nos lo transmitían y nosotros lo hacíamos. Eso sí, te caían unas palizas? Reclamábamos mejores precios para los tajos y más dinero para las horas. Que echabas la del demonio en el pozo y no te pagaban ni una. Poco a poco fuimos cayendo, entrando en la cárcel, pero aprendiendo gracias a los compañeros.

-¿Cuántas horas trabajaban al día?

-¿Horas? (ríe). ¡El día entero, el día y la noche! Teníamos ocho horas de jornada pero al acabar había que seguir. Ponían un tope a cada rampa y había que completar. Además, había que trabajar obligado, no sabemos para quién, para levantar España. O eso decían. ¡Levantarla para ellos!

-¿Cómo eran las condiciones?

-No había ninguna seguridad. Trabajábamos cerrados, escuchando el 'pum, pum' por el grisú. Era raro que no pasase una semana sin morir alguno. Y después no te dejaban ni ir al entierro. Te quitaban ocho días de sueldo de promedio por ir. Más las palizas.

-Estuvo en el VI Congreso del PCE en Praga, de diciembre de 1959 a enero de 1960. A la vuelta le detuvieron.

-Me echaron 12 años.

-Cuando salió, ¿notó cambios en la mina?

-La mina seguía siendo una explotación, pero había cambiado mucho. Empezaron a ganar más. Picabas carbón y ganabas 200 o 300 pesetas, cuando las ganabas. Porque te mandaban trabajar horas y no te las apuntaban. Mucha culpa la tenían los vigilantes. Después no tenías dónde reclamarlo. Aquello era criminal.

-Estuvo en Francia y en las dos Alemanias trabajando.

-Fui un aventurero. Me decían en casa que hacía falta dinero y me iba a trabajar. Era una lucha.

-¿Cómo fue su paso por la cárcel?

-Donde más cosas aprendí fue en la cárcel. Aprendías a leer y escribir, y otros conocimientos, gracias a los compañeros. Te traían libros buenos que como te los pillasen igual te hacían comer las hojas.

-¿Tiene futuro la mina?

-Le veo poco futuro porque está acabándose. El carbón que estaba amañoso para sacar ya lo sacaron. Y el que queda cuesta más sacarlo que traerlo de otro sitio. Hubo que poner ventilación, lámparas... qué se yo.

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