José Meana: "Igual fue llendando vaques donde más aprendí en mi vida"

El Muséu del Pueblu d’Asturies incorpora a su colección sobre la vida cotidiana los recuerdos de un médico jubilado gijonés sobre su infancia rural

Por la izquierda, Adolfo García, José Meana Fonseca y Joaco López.

Por la izquierda, Adolfo García, José Meana Fonseca y Joaco López. / Juan Plaza

A. Rubiera

A. Rubiera

José Meana Fonseca, médico jubilado tras ejercer gran parte de su vida en Villaviciosa, dice con convencimiento que "sé más de vaques y de cómo era la vida rural asturiana (en el siglo pasado) que de medicina". Y todo eso que sabe lo ha plasmado en el libro "Los trabajos, los juegos y los días. Memorias de una infancia rural", fruto de los vívidos recuerdos de su niñez en la aldea de Baldornón (Gijón). La obra se ha convertido en la última publicación de la colección "Escritos de la vida cotidiana" que selectivamente edita desde hace años el Muséu del Pueblu de Asturies.

"Este libro nos interesó", dice Juaco López, director del muséu, "porque es un testimonio desde dentro; es de alguien que vivió su niñez y su adolescencia en los años 50-60 en la parroquia de Baldornón y es un testimonio magnífico del final de una época y de un mundo, el final de una manera de estar y de ser con la naturaleza". "Un mundo del que me siento el último testigo", verbaliza Meana. También apostilla López que otro mérito de la obra es que "no hay una mirada almibarada, ni dramática, ni llorona sobre esa época y esa vida; es una imagen real de eso que vivió un niño que ahora tiene 73 años". Real con sus nombres, sus trabajos, sus juegos, sus descripciones, sus personajes...

Sobre qué llevó a Meana a poner en orden y por escrito tantos recuerdos, dijo que la razón principal es que ha querido dejar constancia "de que existió ese mundo" y esa vida "enraizada en el paisaje, elaborada con las manos, en comunión con la tierra, sus pobladores y sus frutos".

También, entre otras, hay una razón sentimental: el deseo de homenajear a sus padres a través de un tributo a su modo de vida rural. "Crearon un mundo que visto desde hoy me sigue resultando alucinante. Partieron de una casería que no era de ellos, era del señoritu, que daba para cuatro o cinco vaques, y con una casa en ruina que hubo que tirar y rehacer; somos tres hermanos y estudiamos los tres con los recursos de la tierra, con les muches cereces que cogió mi madre, a peseta el kilo; con les manzanes, la leche de eses cuatro vaques… Un mundo tejido de una austeridad enorme pero vivido sin penuria. A esa edad lo aprendí todo", encadena.

Es consciente de que "la tierra, el agua, el aire y el fuego fueron los mimbres de mi imaginación, mi trabajo, mis juegos y mi sustento", añade. Y también de que "igual donde más aprendí en mi vida fue llendando vaques. Pasé muchas horas llendando; eso quiere decir en silencio, aburriéndome, y eso genera creatividad, imaginación". De nuevo la tierra, el agua, el aire y el fuego como fuente de todo. Así, de hecho, articula el libro. En capítulos que pasan por todos esos elementos, más el paisaje, los animales y el paisanaje.

Meana, que reconoce que "no supe ver la riqueza del mundo rural del que venía" hasta que llegó a la Universidad, ahora es muy consciente de que "hay que echar una mirada a lo que fuimos para barruntar a dónde queremos ir".

En la presentación –y en el prólogo– participó el antropólogo Adolfo García Martínez, quien agradeció al autor "que plasme estos recuerdos al papel, porque si no todo se olvida". Y concedió importancia a un relato que abarca "un momento en que la sociedad rural asturiana está dando un giro de 180 grados. A partir de ahí todo a cambiado, y demasiado rápido". Valoró el texto como "una aportación importante a las ciencias humanas, a la antropología, a la filología, e inclusive es un documento para reflexionar sobre las relaciones del hombre con la naturaleza". Un reflexión que llega en buen momento, cuando "igual hay que volver a recuperar algunas de las pautas que se practicaban entonces".

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