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¿Hay fango en la política de nuestros países vecinos?

En España, el presidente Sánchez ha denunciado una "máquina del fango" que embarra la vida política con "prácticas tóxicas inimaginables hace unos años"

Una imagen del muñeco exhibido en Ferraz.

Una imagen del muñeco exhibido en Ferraz. / EP

Irene Savio / Gemma Casadevall / Lucas Font / Irene Benedicto

El presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, ha denunciado una "máquina del fango" que embarra la vida política con "prácticas tóxicas inimaginables hace unos años". Una máquina del fango que según él, estaría manejada por Alberto Núñez Feijóo y Santiago Abascal y que sobre la que quiso llamar la atención tomándose cinco días de reflexión para sopesar una posible dimisión. Un gesto que no tiene precedentes en ningún otro país y que ha enrarecido aún más el clima político en España. El cisma actual en política española admite pocas comparaciones.

Italia. La sutil estrategia de Meloni

La vida política italianaha dejado reyertas, broncas, zascas y muchas escenas muy, escenográficas. En 1993 un diputado la Liga Norte (entonces aún se llamaba así) trajo al Parlamento una soga como las que se usan para las ejecuciones en Irán para pedir limpieza política. Diez años después, detractores del democristiano Romano Prodi llegaron a repartir bocadillos de mortadela en el hemiciclo en sarcástica alusión al entonces apodo del político italiano, El Mortadela. En 2017, una monumental pelea a puñetazos (por la propuesta del centroizquierda de dar la nacionalidad a hijos de inmigrantes) acabó con una diputada en la enfermería. Y así hay algunos más pero la cotidianedad en que interactúan los gobiernos y oposiciones en Italia es más tranquila.

Cualquier sesión de control en las dos cámaras del Parlamento italiano sirve de ejemplo. Lo habitual es que un representante del Gobierno sea convocado a dar explicaciones sobre una determinada cuestión, se presente, exponga sus argumentos y los parlamentarios gubernamentales y de la oposición le hagan sus observaciones. No es muy frecuente que se interrumpan, o se enzarzen en gritos. La disputa, en todo caso, se encuentra en la dialéctica, aunque ni siquiera esta es particularmente ardiente.

Asunto aparte es lo que ocurre fuera del marco institucional, donde no rige precisamente la compasión o la elegancia. Ocurre en los debates por televisión, y también en los rifirrafes a través de la prensa. Ahí, Giorgia Meloni, la actual primera ministra, tiene una habilidad especial para encontrar el talón de Aquiles de sus rivales políticos y atacar donde más duele. El año pasado, Meloni lo hizo justo cuando Elly Schlein fue elegida líder del Partido Democrático (PD), al criticarla sin piedad por su apoyo a la maternidad subrogada, un tema muy divisivo dentro de la propia izquierda italiana.

El ataque político, con Meloni es más sutil o subterráneo, aunque no por ello menos incisivo. Desde que está a frente del gobierno , ocurre a través del desmantelamiento de la presencia de sus adversarios de los medios de comunicación —empezando por el grupo público de televisión, la RAI—, así como por disminuir, a menudo por ideología, otros espacios tradicionalmente ocupados por los socialdemócratas. Entre ellos: la educación, la cultura o la propia sanidad pública, que especialmente en la Italia septentrional está enfrentando una nueva ola de privatizaciones.

Más que al ataque frontal, recurre a a la astucia política de Meloni y ha llegado a tal punto que incluso ha permitido que el actual ministro de Cultura, Gennaro Sangiuliano, sugiera la posibilidad de colocar una placa para honrar a Antonio Gramsci, fundador del Partido Comunista Italiano. Una estrategia, interpretaron los observadores, dirigida a apropiarse de figuras del imaginario cultural y político de la izquierda y, a la vez, demostrar capacidad para hablar también a aquellos ciudadanos que no votaron por el actual gobierno a cargo de Italia.

Alemania. Una crispación que se ceba en los Verdes

En Alemania las relaciones entre el canciller Olaf Scholz y la primera fuerza de la oposición, el bloque conservador, no llegan al escarnio, aunque ello no significa que el país no viva en una crispación política creciente y con perfiles de escrache. Al bloque conservador, que ocupa la primera posición en intención de voto, parece bastarle con recordar los continuos disensos que sacuden al tripartito de Scholz entre socialdemócratas, verdes y liberales. El gran enemigo del canciller son las trifulcas internas de su coalición, que la oposición conservadora y medios sensacionalistas como 'Bild' se encargan de amplificar.

El mayor generador de crispación es la ultraderecha, sea la parlamentaria Alternativa para Alemania (AfD), en segunda posición en intención de voto, o el extremismo marginal. En sus últimos tiempos en el poder, la conservadora Angela Merkel se vio sometida a atronadores abucheos procedentes de este espectro en cualquier acto público, especialmente en el este del país, donde la AfD tiene sus feudos. El socialdemócrata Scholz ha heredado este 'castigo', lo mismo que sus ministros verdes o liberales. Pero mucho más compleja es la indefensión de alcaldes y otros cargos locales de pequeñas o medianas poblaciones, que a menudo ven desfilar hasta la puerta de su casa marchas de neonazis contra la acogida de refugiados u otros factores de descontento.

"El clima político está envenado. Los demócratas tenemos que hacerles frente", afirmaba este jueves la ministra del Interior, la socialdemócrata Nancy Faeser. Fue a raíz del escrache vivido por la vicepresidenta del Bundestag (Parlamento federal), la verde Katrin Göring-Eckardt, a quien un grupo de 40 personas acorraló en su coche saliendo de un acto del partido.

La situación se ha tornado especialmente peligrosa para los Verdes, el partido al que los ultras identifican como "fanáticos de las prohibiciones“ por sus apuestas medioambientales. El ministro de Economía y vicecanciller, el ecologista Robert Habeck (en la imagen), se vio sorprendido en enero por 30 enfurecidos manifestantes que amagaron con asaltar el ferri en que viajaba tras unas vacaciones privadas. Hubo momentos de pánico entre los pasajeros, que relataron haber sufrido por su vida.

Ocurrió en un puerto remoto del 'land' de Schleswig-Holstein, en la frontera con Dinamarca. En el ferri viajaban apenas 60 pasajeros y el núcleo de población más cercano es Ockholm, con 307 ciudadanos. En menos de una hora se movilizaron hasta ahí, vía chat, unos 400 manifestantes, entre los cuales los 30 protagonistas del amago de asalto. El aviso de la presencia del ministro en el ferri partió, según 'Der Spiegel', de un cargo local de la AfD.

Situaciones parecidas vive constantemente el ministro de Agricultura, el verde Cem Özdemir, quien en 1994 se convirtió en el primer diputado de origen turco del Bundestag. Llevaba ya años requiriendo protección policial por las más diversas causas -incluidos seguidores entre la comunidad germano-turca del presidente Recep Tayyip Erdogan, al que Özdemir critica abiertamente-. Ahora el acoso se tornó sistemático, sea en actos públicos o en su ámbito privado.

Reino Unido. Más debate político y menos polarización

Las relaciones entre el actual Gobierno conservador y la oposición laborista en el Reino Unido están lejos de la crispación y la polarización actuales en España. Incluso a pocos meses de las elecciones generales, los dos partidos han seguido manteniéndose dentro del debate estrictamente político y han evitado desviar la atención de los electores con ataques personales o asuntos de escasa importancia para la ciudadanía. El primer ministro, Rishi Sunak, y el líder de la oposición, Keir Starmer (en la imagen), se enfrentan todas las semanas en la Cámara de los Comunes en una discusión fluida y casi siempre respetuosa.  

La escasa polarización política se debe en parte a la estrategia que Starmer está llevando a cabo para lograr la victoria en las próximas elecciones generales. El líder laborista ha evitado tocar asuntos polémicos y ha mantenido una posición parecida a la del Gobierno conservador en materia exterior y en la política de defensa, con el objetivo de captar a los votantes descontentos con los ‘tories’ y más cercanos al centro moderado. Uno de los ejemplos más claros ha sido su decisión de evitar durante meses pedir un alto el fuego en Gaza y destacar el derecho de Israel a defenderse de los ataques de Hamás. 

El primer ministro de Reino Unido, Rishi Sunak.

El primer ministro de Reino Unido, Rishi Sunak. / EP

Según una reciente encuesta de YouGov, un 40% de los británicos consideran que los dos principales partidos defienden políticas parecidas, frente a un 47% que opinan que son diferentes. Los principales puntos de encuentro son, además del conflicto en Gaza, los derechos de las personas racializadas y de los homosexuales, así como la seguridad y la lucha contra el cambio climático. Tanto conservadores como laboristas han dado marcha atrás en sus objetivos climáticos recientemente, con el aplazamiento de la fecha máxima para la venta de vehículos de combustión, por un lado, y el abandono del plan laborista de inversiones multimillonarias en políticas verdes. 

Los dos partidos sí han mantenido posiciones más enfrentadas en materia económica y en inmigración. Los laboristas han criticado con dureza el plan del Gobierno de deportar inmigrantes irregulares a Ruanda, debido a su elevado coste y al temor de que sea poco efectivo. Pero más allá de las críticas, los laboristas se han mostrado a favor de frenar la inmigración irregular y han defendido las inversiones y los acuerdos bilaterales con los países de origen, así como una mayor cooperación en materia de seguridad y de inteligencia con los países europeos para combatir las mafias e interrumpir las rutas hacia el Reino Unido. 

Los puntos de encuentro entre los dos partidos en varias materias han permitido el flujo de votantes en los últimos años. Pero a pesar de que cada vez son menos los británicos que se sienten identificados con un sólo partido, según señalan algunos estudios, sí hubo un aumento de la polarización en los años posteriores al Brexit, tanto en el plano político como en la sociedad en general. El fin de las negociaciones con la Unión Europea y la firma del acuerdo marco de Windsor han servido para reducir, al menos por ahora, la tensión política.

Portugal. El sistema se blinda contra los ultras

Para encontrar un país donde la rivalidad política no se traduzca necesariamente en bronca y crispación no hace falta irse muy lejos. Los grandes partidos portugueses acaban de ofrecer un ejemplo de cómo el sistema puede hacer frente a una situación complicada sin, en apariencia, sufrir un rasguño. La dimisión del anterior primer ministro, el socialista António Costa, por un caso de presunta corrupción que cada vez parece más endeble desembocó en unas elecciones que dejaron un resultado problemático. Ganó el centroderecha encabezado por Luís Montenegro (en la imagen) que solo obtuvo 50.000 votos y dos escaños más que los socialistas. A la vez, y como ha sucedido en muchos otros países, la extrema derecha cosechó números inéditos hasta ahora: Chega logró más de un millón de votos, y 50 diputados en una cámara de 230. Pero el entendimiento entre los grandes partidos hizo fracasar las expectativas de los ultras de condicionar la vida política portuguesa. Centroderecha y centroizquierda se pusieron de acuerdo primero para alternarse en la presidencia del Parlamento, y después para elegir a Montenegro, que tendrá que apoyarse en otros partidos para sacar adelante todas sus decisiones importantes. La única puerta a la que no va a llamar es la de Chega, las soflamas de cuyo líder, André Ventura, se pierden en la moderación generalizada del debate público.

El primer ministro de Portugal, Luís Montenegro

El primer ministro de Portugal, Luís Montenegro / EP

Cesáreo Rodríguez-Aguilera, catedrático de Ciencia Política de la Universidad de Barcelona y experto en sistemas políticos comparados, encuentra varias explicaciones a esas diferencias con el caso español. "En primer lugar, los dos grandes han gobernado juntos en el pasado. En los años 80, los socialdemócratas, que es como allí se denomina el centroderecha, y el Partido Socialista de Soares no solo llegaron a acuerdos parlamentarios, sino que hubo ejecutivos con ministros de ambos partidos. Y en segundo lugar, Portugal es un país sin apenas tensiones territoriales: es uno de los pocos estados-nación homogéneos que hay en Europa", dice Rodríguez-Aguilera.

El catedrático de la UB se extiende en esa peculiaridad portuguesa con respecto al país con el que comparte península: "En España hay dos ejes políticos: el que separa a derecha y a izquierda y el equilibrio entre el centro y la periferia". Según él, en España la "cordialidad" política se mantuvo hasta la segunda legislatura de Felipe González, durante la cual "José María Aznar inaugura un nuevo estilo, el de la derecha sin complejos, e inicia una política de confrontación directa".

La salida de Costa del Gobierno sí pareció hermanar a ambos países al menos en cuanto a la trascendencia política de algunas decisiones judiciales. En el caso portugués, es la Fiscalía quien con más ahínco impulsa una investigación sobre unas presuntas corruptelas en torno a varias concesiones de obra pública. Como sucede en España con Begoña Gómez, gran parte de las sospechas se basaron en recortes periodísticos sin verificar. Después de dejar el poder, la figura de Costa parece cerca de la rehabilitación política.

Francia. Búsqueda de consenso y mociones de censura

Francia es una república presidencialista en la que el jefe del Estado suele estar al margen del rifirrafe político, siendo el primer ministro de turno el más expuesto a la crítica y al ataque de la oposición. Ocurre normalmente que es el partido del presidente el que tiene la mayoría en la Asamblea –ha habido excepciones en la historia de Francia, conociéndose esos periodos como cohabitación- pero nunca había sucedido lo que pasó tras las últimas legislativas en las que el partido de Emmanuel Macron, Renacimiento, se erigió en la fuerza más votada pero en minoría, lo que fuerza al diálogo y a la permanente búsqueda de consensos para sacar adelante las reformas que el dirigente ha convertido en sello de su presidencia.

En ese marco, el partido del actual primer ministro, Gabriel Attal, ha podido pactar sacar adelante con la derecha y la extrema derecha una dura reforma migratoria, después de larguísmos debates parlamentarios. En cambio, otro de los proyectos estrellas de Macron, la reforma de las pensiones, fue aprobada por el Gobierno en solitario, recurriendo al artículo 49,3 de la Constitución para poder obviar el apoyo parlamentario. Ello le valió la presentación de dos mociones de censura a la exprimera ministra Elisabeth Borne, que las superó pero acabó siendo sacrificada por Macron.

Archivo - El presidente de Francia, Emmanuel Macron.

El presidente de Francia, Emmanuel Macron. / EP

La moción de censura es un instrumento político recurrente utilizado en la democracia francesa por izquierdas y derechas cuando se quieren tumbar leyes o hacer caer el Ejecutivo. Hasta 23 superó Borne en casi dos años de Gobierno. Y la primera le cayó en febrero pasado a Attal, solo un mes después de ser nombrado. Así ha canalizado la oposición su rechazo a las políticas de Macron, con los instrumentos democráticos puestos a su disposición, mientras las calles han ardido con largas protestas de movimientos ciudadanos y sindicatos.

En una de esas protestas contra la reforma de las pensiones, el año pasado fue agredido un familiar de Brigitte Marcron, Jean-Baptiste Trogneux, propietario de una chocolatería en Amiens, de donde es originario el matrimonio presidencial, un incidente que recibió la condena unánime de todos los partidos políticos. También la esposa del presidente ha sido víctima en este tiempo de una campaña de difamación y bulos nacida en grupúsculos relacionados con la extrema derecha en la que sostenía que sería una mujer transexual que nació hombre. La propia Brigitte presentó una denuncia y también Macron se refirió recientemente por primera vez estos bulos: “Lo peor es la información falsa y los escenarios inventados. La gente se lo acaba creyendo y te molestan, incluso en tu intimidad”. 

Estados Unidos. Inteligencia artificial para la guerra sucia

Tanques tomando la calle y cazas sobrevolando las ciudades de Estados Unidos. Hordas de personas sin hogar tratando de entrar al famoso puente rojo del Golden Gate en San Francisco, colapsada por el crimen. Una nueva caída de los bancos y China invadiendo Taiwán.

Estados Unidos va un paso por delante en la guerra sucia de la política. El Partido Republicano arrancó la campaña a las elecciones presidenciales de 2024 con el lanzamiento de un vídeo enteramente creado por inteligencia artificial, recreando una versión distópica de cómo sería un país gobernado por el presidente de EEUU, Joe Biden, una legislatura más.

El presidente de Estados Unidos, Joe Biden.

El presidente de Estados Unidos, Joe Biden. / EP

“Deberíamos estar muy preocupados por los ‘deepfakes’”, explica a El Periódico, del mismo grupo editorial que este diario, Sarah Mendelson, en referencia a lo que serían literalmente vídeos ultrafalsos con imágenes enteramente creadas por la IA, que hacen verdad y mentira inidentificables para el espectador.

La particularidad de ese vídeo es que no lo creó un troll ni un bot, sino un partido, el de la oposición, el que usaba imágenes falsas para sembrar la confusión contra el Gobierno. Así daba el pistoletazo de salida las primeras elecciones de Estados Unidos en la era de la IA, incrementando la polarización y el juego sucio.

El agotamiento político, en consecuencia, también ha empeorado. Cuando se les pide a los americanos que describan la política actual de su país en una palabra o frase, una abrumadora mayoría de estadounidenses (79%) expresa un sentimiento negativo, según un estudio reciente de Pew Research, institución de referencia sobre opinión pública. “Divisiva” y “polarizada” fueron algunas de las palabras más usadas.

“Tenemos una interesante mezcla de problemas geopolíticos y sociales que proporcionan un área fértil para la desinformación, fomentando la polarización social y la erosión de la confianza en las instituciones,” analiza para este diario Ari Lightman, experto en desinformación de la Carnegie Mellon University en Pittsburg, EEUU.

El clima bronco de la política americana solo ha empeorado con dos candidatos que ya han sido presidentes. Una larga lista de enemigos públicos de Donald Trump ha recibido un mote del antiguo presidente, desde ‘La Corrupta Hillary’, refiriéndose a Clinton, su rival en las elecciones de 2016, o la ‘La Nerviosa Nancy’, por Nancy Pelosi, líder de los demócratas en el Congreso durante su mandato. Ahora, carga tintas contra ‘El Dormilón Biden’, término que acuñó tras algunas apariciones públicas en las que el presidente parecía cerrar los ojos, atribuyendo estas cabezadas a su avanzada edad. Sin embargo, el mismo Trump se quedó dormido recientemente en el juicio contra él por soborno a la estrella del porno Stormy Daniels.

Biden, por su lado, buscando marcar un perfil más duro, ha tenido recientemente intentos tímidos de desacreditar a su rival con calificativos peyorativos. Esta semana, aprovechando la debilidad demostrada por Trump en el juicio, Biden le llamó “perdedor” y criticando que llevara implantes de pelo para parecer más joven -- en respuesta a la campaña de desprestigio contra Biden por su edad, 81 años, cuatro más que Trump, que tiene cumple 78 el mes que viene.

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