Ya Walter Benjamin preconizaba en 1936 un cambio en nuestra percepción por influencia de la tecnología aplicada a la imagen, y seguro que ni se imaginó hasta que punto. Estamos tan mediatizados por las nuevas formas de asimilación iconográfica que hasta ha cambiado la manera de soñar. Me cuenta mi gallina Elvira, un tanto acongojada, que últimamente se pasa las noches protagonizando angustiosas road movies. Recorre en la oscuridad carreteras intransitables, ve monstruosos desmontes producidos por minas y canteras, bosques destrozados bajo inmensas palas de aerogeneradores, valles rellenos de balsas de cianuro. Indefectiblemente acaba llegando a un precipicio por el que cae a cámara lenta hacia un valle que acoge restos oxidados de maquinaria y sobre el que se levantan enormes pilares que no sujetan absolutamente nada. Nunca llega al fondo, pero despierta agobiada y cubierta de sudores fríos. Confiesa con cierto alivio que su único consuelo es que el coche que conduce es siempre el mío. Estas gallinas cada vez se tienen más madera política.