El día 20 de julio, horas antes de la cumbre europea, una alta personalidad, destinada a importantes tareas próximas ya, me preguntaba en Madrid -y se autopreguntaba- si los españoles serían conscientes de todo lo que podía suceder o, por el contrario, de tanto invocar al lobo y al precipicio, se pasaba olímpicamente. Lo conté en la clausura del curso de la Granda «Logros e incertidumbres de la UE» del día siguiente.

El país podía porfiar en que hubiera suerte mientras corriese la bolita del croupier; «rien ne va plus» es el castizo gritito de Casino, que bien vale también para el juego de los especuladores que nos condicionan. Los participantes en el seminario de La Granda se llevarían un diploma, de haber perorado sobre la herida europea precisamente en la fecha de la disyuntiva: o se ponía remedo con medidas drásticas, emisión masiva de bonos, políticas fiscales comunes, o se entraba en lo más profundo de la recesión y la caverna. Al menos unos profesores y alumnos avezados, pero también participantes sin otro título que el de ciudadanía europea, inquirían todo tipo de detalles. Era en el exacto instante en el que la señora Merkel entraba en la cumbre, sobre cuya actitud ella misma había sembrado bien de dudas. Esa noche vinieron las primeras soluciones que, insuficientes, tuvieron todavía un par de semanas sesteando ambigüedades. En Alemania no se digiere la única iniciativa cabal. Lo dijo, en La Granda, en otro curso y distintas palabras -de fondo, parecidas-, el empresario Francisco Rodríguez: mientras no haya unidad fiscal, no se harán los Estados Unidos de Europa y se seguirá transfiriendo paro y desequilibrio. Allí mismo, y a muchos en la red, referí cómo Wolf Klinz, diputado liberal alemán, me adelantaba que en semanas Francia entraba en crisis de deuda y especulación.

En La Granda, escuchando aportaciones académicas de primera, me convencí a mí mismo de nuevo de que la Comunidad deje de hacerse trampas al solitario para encarar su propio reto repartiendo cartas sin marcar en una competitividad falsa que baila al son alemán o, aun peor, de los paraísos fiscales.

Si hay atisbo de arreglo, no ha sido porque el lobo aullase en Grecia, Italia o España, y el precipicio socavase Portugal, Irlanda o Bélgica; es porque Francia teme también para sí lo peor de los tiburones financieros.

Y si la tensión volviera, recrudecida, y el coloso germano siguiera en sus trece de blindarse solo, ¿tendremos el coraje de apartar a Alemania del euro?

En lo que los centroeuropeos llaman la rentrée habrá de procederse a todas las medidas dictadas por el señor Trichet, presidente del Banco Central, ya con un pie en el estribo, sin dejar, con seriedad creciente, de responder a la provocación que de las crisis, a veces tan irreales, se hace en el mercado desregulado. Los especuladores son auténticos señores de horca y cuchillo feudales con sus fortunas incontrolables, amasadas en droga y otros crímenes. A no desdeñar tampoco los obstáculos de agentes que nada aportan a la economía productiva.

En cualquier caso, Alemania, cuya irresponsabilidad reciente bien sentimos con el «conflicto del pepino», debe saber que puede producirse su exclusión para permitirnos otra política monetaria.

Europa no debería tener marcha atrás, sin embargo. En esta hora grave son precisos los consejos emitidos en La Granda por un magnífico plantel de profesores y expertos (Sesma, Vázquez, Martínez Capdevila, Paz Andrés, Gil Carlos Rodríguez, González Vega, Daniel Guerra, Ugartamendía, Cienfuegos, Benavides, Haizam Amirah, Rodríguez Mateos, Pietri, Orejudo, y, de otros cursos coetáneos, Mariano Abad, Sosa Wagner...).

Nota.-No sé cuál será el futuro de este curso comunitario patrocinado por la Junta General del Principado. En mi carta de buenos deseos al señor Goñi, nuevo presidente, le ofrecía aliento para la línea europeísta que fue la de sus predecesores (Landeta, González Alcalde, Laura González, Carvajal, Zapico, Antuña, Ovidio Sánchez, María Jesús Álvarez...)