Leo la nota necrológica de alguien que ha muerto de cáncer y me tropiezo, una vez más, con las expresiones acostumbradas que empleamos en estos casos. A medio camino entre el elogio y el dolor, se presenta esta enfermedad -y sólo ésta- como una lucha, como un contienda entre la persona y su cáncer; empleamos un vocabulario guerrero y heroico -«luchó valientemente», o «empeñó sus fuerzas en la batalla contra el cáncer», o «se enfrentó con valor»- y presentamos la conclusión, la muerte, como una derrota personal: «pero la enfermedad acabó venciendo», «no pudo ganar la batalla»...

Podemos comprobarlo en unos clics de ratón: de Miguel Delibes, ya anciano, dijimos que había muerto tras una larga lucha contra un cáncer; de Steve Jobs, más recientemente, que había luchado desde 2003 contra un cáncer de páncreas. De Wangari Maathai, la premio Nobel keniana, la familia «con una enorme tristeza anuncia su muerte, ocurrida el 25 de septiembre de 2011 después de un largo y duro combate contra el cáncer».

Bien sé que el cáncer, todavía hoy, impone y asusta. Bien sé que, con estas expresiones, queremos realmente mostrar nuestro cariño, nuestra admiración y respeto por las personas fallecidas. Pero, en el fondo, queda la impresión de que han sido derrotadas, de que no han sabido o podido vencer la enfermedad... ¡qué crueldad! A ningún enfermo de otra dolencia le exigimos tanto, ni decimos de nadie que ha fallecido tras una dura y valerosa lucha contra una insuficiencia cardiaca o una neumonía.

Parece ser que el buen ánimo las ganas de superarlo ayudan (y yo supongo que ayudan en ésta y cualquier otra enfermedad o recuperación física). Sin embargo, estamos dando un paso más, estamos dando a entender que, si el cáncer vence, es porque no hemos luchado con suficiente energía y valor. Como si nuestro impulso personal no fuera un factor positivo más, sino el elemento fundamental y decisivo.

Nos morimos porque estamos vivos; nadie, ni la persona más valiente y más luchadora, puede vencer a la muerte. Esa guerra está perdida siempre. Unas veces morimos de cáncer, otras de sida, otras de gripe o en un accidente de tráfico. A los 20 o a los 89 años, como Miguel Delibes. Son otros los combates que perdemos a lo largo de la vida, en las renuncias o las deserciones personales. Pero, por favor, no presentemos a nuestros muertos de cáncer como derrotados en el campo de batalla. No se lo merecen.