Raro es el día en el que el Papa Francisco no nos da una sorpresa con alguna de sus decisiones audaces pero profundamente significativas en su estilo cercano y populista. El que se quedó poco menos que paralizado en el balcón de San Pedro tras ser elegido, sin duda aterrorizado, ha tomado carrerilla y no da puntada sin hilo. Una de las últimas «puntadas» estaría en el reiterado saludo de estos días, tras el Ramadán, dirigido a los musulmanes, poniendo el acento en el mutuo respeto, el diálogo y la colaboración, «especialmente por la educación de las nuevas generaciones».

No faltan quienes creen que el nuevo estilo de la cercanía papal, con gestos como el de su maletita en la mano o su negativa a ocupar los solemnes aposentos papales, supone una crítica implícita al estilo de los Papas anteriores. Cada tiempo tiene sus características y sus exigencias. Yo creo que el Pontífice es consciente del reflujo de la Iglesia tras el Concilio Vaticano II en paralelo con el escéptico hedonismo posbélico de la prosperidad occidental.

Por eso intenta sacudir ese conformismo decadente y propone una austeridad de costumbres en sus huestes. Hay quienes ven en esto y desean un retorno a la llamada teología de la liberación, tan mundana dígase lo que se diga. Francisco no va por ahí. Incluso pienso que la tópica acción «preferencial» por los pobres es, aparte de un error gramatical, una parcelación de la caridad cristiana.

Nadie como la Iglesia se ha ocupado de los pobres desde el primer instante de su ser natural. Pobres en sentido amplio son también muchos menesterosos no sólo de bienes materiales, sino también de valores, de salud, de cultura, de certezas, de afecto, de compañía?

Hablando de puntadas, yo sí que recomendaría al sastre vaticano que le diera alguna a la sotana de Su Santidad porque tiene demasiado vuelo y eso le resta por lo menos elegancia.