El "botellón", la bebida multitudinaria en la calle, constituye un problema muchas veces: suciedad, molestias a los vecinos, violencia acaso. Poner medidas para remediarlo es razonable, por razones de derechos de los vecinos, civilidad y policía urbana. Legislar adecuadamente para ello es otra cuestión.
El Ayuntamiento de Xixón realizó en su día una Ordenanza Cívica para regular esa cuestión y otras de uso de los espacios públicos. Pues bien, en virtud de esa ordenanza se acaba de sancionar con 300 euros de multa a un pedigüeño, un parado xixonés que pedía frente a un supermercado. Permítaseme, en primer lugar, señalar la alegría con que los legisladores penalizan: ¡300 euros! ¿Les caerá el dinero del cielo?
Pero es notoria, además, la arbitrariedad en la aplicación de la norma. Todos los supermercados de la ciudad tienen a sus puertas "pedigüeños de número", la mayoría, además, de procedencia extranjera. ¿Por qué a éste? ¿Por ser vecino de El Coto? ¿Por una denuncia, acaso, de sus competidores? ¿Por el humor del municipal sancionador? Como ven, a la injusticia del concepto y de la cantidad se añade lo aleatorio de su aplicación.
Días atrás, en estas mismas páginas, un joven xixonés, Héctor Jardón, planteaba un reto a la propia Alcaldesa: que le explicase por qué tomar unos pinchos y unas cervezas propios de forma ordenada y cívica la noche de los fuegos era "botellón", como se le acusó, y no lo era beber colectivamente en festivales como el de la sidra o la cerveza; y cuál era la razón de privarle de sus derechos.
Como se ve, la ordenanza es mala, por lo impreciso de sus conceptos, por lo aleatorio o arbitrario de su ejecución.
Y es que es fácil detectar un problema, pero no legislar sobre él. Y, con frecuencia, se hace con las témporas.
"Témporas", ha leído usted bien. No es error, es eufemismo.