Cuando alguien está lleno de energía positiva la irradia y la contagia. Cuando alguien transpira negatividad y pesimismo, recreándose en lo negro de cada circunstancia, sólo transmite cabreos improductivos y ponzoña tóxica. La masiva, dolida y sincera despedida que los asturianos tributaron a Quini demuestra lo que la persona y el personaje representaron en realidad para mucha gente: una recarga virtuosa, algo muy profundo que trasciende lo futbolístico. No hay otra razón que explique las inmensas colas ante la capilla ardiente o esas doce mil personas acudiendo en una tarde desapacible, en plena grada, al funeral. Un mito elevado a la categoría de fenómeno social que arrastra parejos muchos valores y enseñanzas.

La memoria de Quini logró lo imposible: tocar la fibra sensible de las personas más diversas con un mensaje sencillo poderosísimo que diluye los antagonismos. El "9" por excelencia del mundo del balón encarna la concordia, el buen humor y la universalidad, rasgos muy asturianos, y también otros méritos, como la excelencia, la vocación de servicio, la superación y la humildad, que son igualmente esenciales para progresar como colectividad. Amaneció su éxito deportivo en una época, el final de la década de los 70, en la que España carecía de modelos icónicos en los que mirarse. El país acababa de superar el franquismo, no existían "Fernandos Alonsos" ni "Nadales". Quini alcanzaba el "Pichichi" con uno de los equipos más modestos de la Liga y lograba jugar con la selección militando en Segunda, una hazaña descomunal.

Enganchó a las masas de fuera del Principado porque subliminalmente simbolizó la misma lucha por prosperar que mantenían por entonces los españoles, ciudadanos de un país en blanco y negro con escasos recursos que aspiraban a codearse con las ricas potencias europeas. El milagro nacional. Y conquistó a los de casa por encima de colores porque contribuyó a reivindicar el orgullo de una región en declive autoafirmando la valía de Asturias. No hacía falta renunciar a lo propio para triunfar. Siendo competente y atesorando calidad, tocar el cielo desde la periferia postergada era posible. La victoria del débil. La sorpresa del héroe inesperado que mañana puede ser cualquiera.

Su figura caló en otros ámbitos de la sociedad completamente ajenos al Olimpo deportivo porque los golpes la humanizaron. El secuestro, la dramática muerte de un hermano y el cáncer lo convirtieron en terrenal. No hay intocables. El sufrimiento lo equiparó a los ciudadanos corrientes, víctimas en su día a día de muchas tragedias personales. La alegría de vivir que mostró tras la terrible experiencia de permanecer casi un mes privado de libertad y la forma en la que perdonó a sus captores fueron la plasmación en carne y hueso del ideal de la Transición: un país dispuesto a caminar de la mano a pesar de los errores y padecimientos. La fortaleza con que afrontó y superó cada revés, por duro que fuera, lo reveló como faro. Esa actitud querría cada uno para sí frente a las adversidades.

Sostienen los psicólogos sociales que admiramos a aquel en el que vemos reflejadas las virtudes que anhelamos y que sólo nos identificamos plenamente con quien más se asemeja a nosotros mismos. En lo personal, el goleador del pueblo, por el inmenso cariño que concitó, conectó con el público por la igualdad con la que trató a todo el mundo y por su inquebrantable disposición a ayudar en lo que fuera. Acogía con los brazos abiertos, sin prejuicios, lo mismo a los conocidos que a los desconocidos. A los gobernantes les hablaba sin imposturas con idéntica normalidad que a sus vecinos. A los eternos rivales era el primero en felicitarles por las victorias y en consolarles tras los fracasos, como confesaban esta semana destacados oviedistas. Repartió grandeza, señorío y respeto. Recibió en el final respeto, señorío y grandeza.

LA NUEVA ESPAÑA viene desgranando a propósito de Quini muchos ejemplos de esa piquilla bien llevada entre azules y rojiblancos. Una rivalidad entendida como competencia que hace más fuerte a cada parte, nunca como animadversión que desperdicia antes la energía en zancadillear al contrario que en mejorar uno mismo. Idéntico pensamiento compartía el fallecido Tensi y tantos jugadores de ambos clubes de aquella generación, peleados a brazo partido sobre el césped, extraordinarios amigos fuera. Ese ánimo de cooperación en la diversidad es perfectamente trasladable hoy a la realidad de Asturias para luchar contra el localismo.

La misma ascendencia del futbolista, nacido en Oviedo, criado en Avilés e hijo adoptivo de Gijón, constituye la metáfora del área metropolitana y su sino: el de la inevitable y natural interdependencia. El sorprendente y emocionante adiós de El Molinón ha convertido definitivamente a Quini, por derecho propio, en un símbolo de unidad sin apenas comparaciones posibles, casi una rareza para los tiempos que corren. A una región contagiada, a partir de ahora, del "espíritu de El Brujo" las cosas le irían sin duda de otra manera.