Cuando aún no se han apagado los ecos de la JMJ en Madrid y abre sus sesiones el Sínodo Diocesano en Oviedo, está a punto de comenzar en el campus de Humanidades de la Universidad ovetense un encuentro internacional del mayor interés sobre ciencia, humanismo y creencia, con cuatro ponencias, numerosas comunicaciones, entre ellas la de un grupo estudiantil, y una mesa redonda en su programa, que se completa con un concierto, una espicha y un viaje a Covadonga.

El acontecimiento, de gran altura intelectual y muy cargado de actos, se desarrollará esta semana de jueves a sábado con asistencia de expertos de varios países y el apoyo de la Universidad de Oviedo, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y de diversas fundaciones.

Parece que las élites católicas ilustradas del siglo XXI salen al aire, como en otras ocasiones históricas lo hicieron, para abrirse sin miedo al intercambio en una sociedad plural, alineadas de algún modo con el espíritu del llamado Atrio de los Gentiles, símbolo actual del diálogo ecuménico.

El encuentro se enmarca en los actos del Centenario de la Institución Teresiana, de tanta solera en Asturias, donde fue fundada en 1911, con la educación como clave del arco, por el padre Pedro Poveda, canónigo en Oviedo y Covadonga, quien fue cruelmente asesinado hace 75 años, en los albores de la Guerra Civil, como otros ocho mil sacerdotes españoles mártires de su fe.

Coincide esta efeméride centenaria con los cien años de la madrileña Residencia de Estudiantes, al amparo de la krausista Institución Libre de Enseñanza, y con la apertura de la Universidad a las mujeres, hitos muy señalados de la cultura española. Entonces como ahora se buscaban respuestas a los nuevos retos de un mundo en transformación, hoy más acelerada y global.

Tiempos críticos, aquéllos y éstos, que demandan renovados enfoques según los signos de los tiempos y en nuestros días hacia un humanismo más acorde con otras concepciones, con mutuo respeto y distinto modo de considerar el hecho religioso. Entre nosotros, quedan lejos las persecuciones cruentas, pero no tanto los acosos y los laicismos rancios y agresivos de ciertas instancias políticas.

La ciencia y la fe pueden hallar lugares de encuentro y reflexión. La ciencia está siempre de ida, la fe pretende estar al final. Acaso esa seguridad y el espectáculo de un mundo indiferente, como apuntaba un personaje de Bruce Marshall en los años 20 («El mundo, la carne y el padre Smith»), movían a los cristianos a encerrarse en los templos y no a dialogar con el mundo: los empresarios, los intelectuales, los trabajadores, los científicos, las prostitutas...

Entonces como ahora, hay que encontrar caminos de búsqueda, de encuentro y convivencia. El Papa dijo el otro día en Alemania algo así como que un agnóstico puede estar más cerca de la salvación que un simple cumplidor de ritos y de fórmulas.