Según la obra de Donizetti, basada en la novela «La novia de Lammermoor», de Walter Scott, Lucia, tras prometerse con Edgardo «ante Dios» en el apasionado encuentro que mantienen previo a la partida de éste para Francia, pasa meses sin tener noticias suyas -las cartas que su enamorado le envía las intercepta su hermano-, sumiéndola en un estado de fatal incertidumbre. Ante las presiones de Enrico, a las que se suman las de Raimondo tras la aparición de un documento falso que parece indicar que Edgardo se ha casado con otra mujer, Lucia termina claudicando, consintiendo en casarse con el elegido por su odioso hermano, lo que da lugar a la tragedia posterior. En la versión que vimos el sábado en el Campoamor todos estos meses se reducen a unas pocas horas, lo cual es absolutamente incomprensible. Desde luego, no conocemos una Lucia más voluble en la historia de las representaciones de esta ópera, ni entendemos la necesidad de la ubicación de la historia fuera de su contexto romántico.

Menos mal que Mariola Cantarero es una estupenda cantante, que desde que sale al escenario hasta el final de la escena de la locura rezuma bel canto por los cuatro costados, sin dejarse arrastrar ni por la versión musical, casi más cercana al verismo que al romanticismo, ni por la escena, elegante y comedida como siempre en las producciones que llevan la firma de Emilio Sagi, pero, en mi opinión, totalmente equivocada en aras a servir con propiedad a esta ópera de Donizetti, obra cumbre del belcantismo.

Con todo, bastó la entrega vocal de los protagonistas, a pesar de la poca adecuación estilística de varios de ellos, para que el público terminara aplaudiendo con ganas en una representación en la que lo más destacable, aparte del exquisito hacer de la Cantarero, fue el triunfo de Simón Orfila en el no demasiado agradecido papel de Raimondo.