Música de primera, cantantes excelentes y una pintoresca escena para el último título de la LXV Temporada de Ópera del teatro Campoamor. Una coproducción de Ópera de Oviedo donde el protagonista es un príncipe de Asturias y uno de los principales personajes, el inquisidor general, fue por la época don Fernando Valdés Salas -fundador de la Universidad de Oviedo-, merecía otra cosa y no la gamberrada de sacar un crucifijo completamente desnudo; la payasada de mostrar al inquisidor vestido de Carnaval o el disparate de ver cómo los cortesanos dan puñetazos en la mesa del rey, con el propio Felipe II delante, o, en el caso del alto clérigo, incluso llegan a cogerlo por el cuello.

La obertura se interpretó a telón abierto, con la estatua del emperador Carlos V en escena y la OSPA, dirigida por el maestro Corrado Rovaris, dispuesta a hacerse un hueco en el espectáculo.

El tenor Stefano Secco, en el papel de don Carlo, abrió fuego cantando la archiconocida romanza en la que afirma «la he perdido» y después «la vi y su sonrisa...». Muy bien. De seguido, con el barítono Juan Jesús Rodríguez, como Rodrigo, y ambos arrodillados, bordaron el canto a la amistad que reaparece varias veces a lo largo de la obra.

La mezzo búlgara Alex Penda, en el rol de la princesa de Éboli, despachó con gracia la escena mora y con Rodríguez y la soprano Ainhoa Arteta, en el papel de la reina Elisabetta, formaron un buen trío, seguido de una intervención brillante de Juan Jesús Rodríguez, superior siempre. Fue el triunfador de la noche.

El drama amoroso estalla, don Carlo canta ante la reina «este aire es fatal para mí», que le replica «ve a derramar la sangre de tu padre». Arteta, muy bien en las notas graves y en los filados.

Nueva escena, ahora presidida por una enorme mesa de despacho. Rodrigo explica a Felipe II -el bajo Felipe Bou, siempre acertado- la tragedia de Flandes. El rey replica «sólo con sangre conseguí la paz del mundo», y Rodrigo llega a la insolencia suicida de compararlo, a la cara, con Nerón. Una gran actuación de barítono y bajo. Nueva escena entre rejas de iglesia. Don Carlo se cita con la reina, pero aparece Éboli, que se siente despechada y descubre el amor del príncipe por Elisabetta. Cantan con Rodrigo un buen trío, y de nuevo la cita a la amistad. Y como remate del acto, el auto de fe, con el crucifijo desnudo y el Coro de la Ópera de Oviedo muy bien. La escena, una españolada. Sólo faltaron un torero y un guardia civil.

En el segundo acto, Felipe II canta muy bien su decepción: «Ella jamás me amó». El gran inquisidor -el bajo Luiz Ottavio Faria-, vestido ridículamente, coge por el cuello al rey. Lamentable. Bou, Rodríguez, Penda y Arteta cantan un excelente cuarteto. Penda/Éboli, dramática, reconoce a la reina que lo enredó todo y canta «oh, mi reina, te he sacrificado». Magnífica.

Otra vez el tema de la amistad. Un cura trabucaire, propio del romanticismo, asesina a Rodrigo de un disparo, y Arteta canta, superior, «Francia, noble tierra». El rey mata a su hijo: otra pifia histórica. Cinco minutos y diecinueve segundos de ovaciones y algún pateo.