Oviedo, Eduardo GARCÍA

Alexander tiene 7 años y Kristina, su hermana, 6. Son rusos y llegaron hace tan sólo unos meses a Asturias. Iniciaron el curso escolar en el Colegio Público Pablo Miaja, en la calle General Elorza, en Oviedo, uno de los centros más veteranos de la red educativa de la capital asturiana. Ya se manejan en castellano, buenos ejemplos de esa capacidad de esponja lingüística que tienen los niños. No han recalado en un centro convencional porque el Pablo Miaja es singular en muchas cosas. Sobre todo en convivencia.

Son 209 alumnos, pero tan sólo 54 de ellos (una cuarta parte) son españoles de nacimiento y origen familiar. En el colegio hay niños de 22 nacionalidades maternas y paternas y cuatro continentes. El centro tiene larga tradición de acogida de una población inmigrante, pero su directora Beatriz Fernández está feliz por los resultados. Aquello es una pequeña ONU, pero en el recreo no hay países, ni razas ni culturas, ni colores de piel, ni procedencias sociales. En el recreo hay pelotas. Y todos a jugar.

En el Pablo Miaja dan por hecho que no hay otro colegio en Asturias con sus porcentajes de diversidad geográfica. En sus aulas de Infantil y Primaria hay niños de origen de Marruecos y Guinea Ecuatorial (África); Alemania, Rumanía, Letonia, Eslovaquia y Rusia (Europa); Pakistán y China (Asia), y Cuba, Colombia, Venezuela, Ecuador, República Dominicana, Bolivia, Uruguay, Argentina, Brasil, Paraguay, Perú y El Salvador (América). Y, por supuesto, España.

La presencia de Alexander y Kristina tiene una simbología especial en el Pablo Miaja, un colegio que toma nombre del viejo maestro que dirigió la expedición de los «niños de la guerra» a Rusia, con salida de El Musel el 21 de septiembre de 1937. Ya estamos cerca de los 75 años del inicio de aquella gesta de niños desgajados de sus familias en busca de un (incierto) horizonte de paz. Cientos de niños asturianos encontraron en la antigua URSS una alternativa al hogar materno, una nueva patria: para algunos de ida y vuelta; para otros, definitiva.

Miaja, seguidor de la Institución Libre de Enseñanza y maestro vocacional, fue el que promovió a finales de los años veinte la apertura en 1934 de un nuevo colegio. El proyecto arquitectónico de Bustelo incluía biblioteca, comedor y laboratorio, todo un lujo para la época. Había cientos de niños sin escolarizar en aquella zona de Oviedo, por entonces casi frontera urbana.

Año 2011. Los suelos de las áreas comunes del Colegio Pablo Miaja mantienen el enlosado original, blanco y granate. Es un guiño a la historia del colegio. El otro lo encontramos en la fachada principal, en las letras de hierro forjado que dicen: Grupo Escolar 4.º Distrito. Al otro lado de esa fachada colgaba el nombre del maestro: Pablo Miaja. «Las letras estuvieron años en los sótanos del colegio», dice Beatriz Fernández. El final de la guerra civil en Asturias, en octubre de 1937, sentenció a Miaja, que ya había cumplido los sesenta años. El colegio cambió su nombre por el del escritor Menéndez Pelayo, y Miaja vivió su particular exilio en la Argentina, junto a Enriqueta, su mujer. Regresó a su Asturias en los años cincuenta, ya muy anciano, y falleció en 1957. Su nombre nunca fue rehabilitado del todo; pero sus «niños de la guerra» tampoco lo olvidaron del todo.