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Escritor

Stevenson

Para el escritor, lo del Oviedo es un ejemplo evidente de difícil separación entre ficción y realidad

A menudo nos llegan cartas de los clásicos reprochándonos el que tomemos su nombre en vano; que lo banalicemos; que lo sobemos de tanto usarlo. Dante, harto ya de que utilicemos el adjetivo "dantesco". Cartas de Kafka, hasta las narices de que todo lo raro o angustioso nos parezca kafkiano. El domingo por la noche recibí una carta de Robert Louis Stevenson, el célebre autor de "La isla del tesoro", advirtiéndome de que ni se me ocurriera recurrir de nuevo a su "El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde" para explicar el también extraño caso del Oviedo en el Tartiere y del Oviedo fuera del Tartiere. Stevenson se lamenta en la carta de que, a veces, lectores y ciudadanos arrimen el ascua a su sardina a la hora de leer cualquier libro. Aunque no me atreva a decírselo, discrepo del maestro: arrimar el ascua a la sardina es una manera de sobrevivir: ¿acaso no hace lo mismo el aficionado oviedista a la hora de interpretar las victorias, derrotas y empates de su equipo? El futbolero, por definición, es ventajista: le gusta profetizar a posteriori. Pero no hay razón para enfadarse por ello: se trata de un mecanismo de defensa natural.

Aunque Stevenson crea que la principal obligación del escritor sea contar historias y la del futbolista, añadiría yo, jugar al fútbol. Para el autor nacido en Edimburgo, lo del Oviedo es un ejemplo evidente de difícil separación entre ficción y realidad: ¿cuál es el Oviedo real, el que gana en casa o el que pierde fuera? ¿Resolveremos la incógnita al finalizar la Liga? Seguro que no lo haremos con esa costumbre tan contemporánea de diagnosticar y medicalizarlo todo. El equipo azul no padece un trastorno disociativo de la identidad ni envía a su doble a jugar los partidos a domicilio. Busquemos argumentos futbolísticos, no reduzcamos a la mínima expresión la combinación azarosa de múltiples elementos. Cuando un equipo sale decidido a ganar un partido, el primer gol no supone ninguna pausa. Cuando un equipo sale decidido a ganar un partido, lo hace espoleado por el hambre (ese agujero en el estómago que procede de la memoria) y sabe que su única opción es ser narrador y protagonista a la vez. Los personajes secundarios están hechos para las escenas de transición. Cuando un equipo sale decidido a ganar un partido, obliga a su rival a plantearse preguntas incómodas; a soñar con un futuro mejor.

Stevenson, en sus novelas, reivindicó el relato clásico de aventuras donde el carácter de los personajes se dibuja en la acción. Su estilo era elegante y sobrio. ¿Aventuras, personajes de acción, elegante, sobrio? El Oviedo ya tiene en quién mirarse.

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