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Otra maldita tarde de domingo

Cambio de juego

En cierta ocasión se reunieron los dos máximos dirigentes de un partido. Uno pertenecía al gobierno saliente, el otro al gobierno entrante. El primero, ante su inminente marcha, recomendó al segundo la estrategia correcta para ejercer su mandato: "En esta mesa puedes ver dos sobres. Cuando los problemas lleguen abrirás el primero de ellos; en caso de no hallar solución, abrirás el segundo." Los problemas, como es natural, llegaron. Y fueron de tal modo que convencieron al nuevo mandatario para abrir el primero de los sobres. En su interior había una carta con una frase manuscrita: "Échame la culpa a mí." Y así lo hizo. Ganó tiempo mientras un país se distraía con asuntos pasados, olvidando el verdadero problema. Pero el tiempo -que siempre juzga y nunca pierde- hizo que el ciudadano exigiera de su gobernante algo más que una promesa. Así que abrió el segundo de los sobres. En su interior un nuevo manuscrito: "Es hora de que te sientes y escribas dos cartas."

Este presumible encuentro entre Nikita Khrushchev y Leonidas Brezhnev, ambos secretarios generales del Partido Comunista Soviético, ilustra lo que ha sido gran parte de la democracia en nuestro país. Hasta el día de hoy nadie se había percatado del segundo de los sobres, mientras se recordaban asuntos pasados con el único fin de exculpar el mal gobierno que se estaba realizando. Asistíamos a debates apolitizados; votábamos por un discurso, no por una idea. Pero ahora el juego ha cambiado. Las reglas de los principales partidos se han vuelto inservibles, como consecuencia del tímido -aunque muy visible- apretón de manos entre PP y PSOE. Ya nadie abrirá el primero de los sobres, porque cualquier descubrimiento perjudicará al otro. Hemos asistido, durante estas últimas semanas, a una alianza en la que no se discute tanto el futuro de un país como las reglas con las que dominar su pasado, esto es, su razón histórica. Casi podríamos asegurar que hemos asumido el gobierno contrario a una sofocracia, aquel ministerio de sabios del que hablaba Platón en su República y en el que se decía que no ha de gobernar el más fuerte (tiranía) ni el más rico (timocracia) ni el más popular (democracia), sino el más sabio. Pero quién se puede instituir sobre la moral de un pueblo cuando todo sube o baja, cuando "El estado no es una cosa, sino un movimiento", que ya dijo Gasset.

Después de este cambio de estrategia sólo existe una solución desde la sombra: echarle la culpa al futuro. Si todo transcurre como parece, la crítica se dirigirá hacia nuevas perspectivas que han aparecido y súbitamente diversificado el electorado común. La llegada de nuevos participantes obliga a replantear la naturaleza del juego, porque donde antes sólo había un par de equipos ahora empieza a haber una liga. Nuestro destino está ya marcado en dos nuevos sobres. La culpa irá encubierta en el primero, en la carta que lleva como destinatario no el gobierno entrante, sino la nueva oposición: "Te echaré la culpa a ti." El país, como es natural, no hallará solución y el tiempo se nos echará encima. Habrá que idear un nuevo proyecto, una nueva solución al desastre. Abriremos el segundo de los sobres: "Este juego no funciona. Deja de escribir."

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