No sabemos si en la conciencia de Miguel Ángel Armas Gago (Santander, 1952) produjo algún efecto el repentino fallecimiento de Fernando Vela en el Café Pinín, una tarde de septiembre de 1966. Ya había cumplido entonces Miguel Ángel catorce años y sus padres llevaban casi treinta regentando ese bar, el de más solera de Llanes, fundado a finales del siglo XIX y convertido hoy en patrimonio de la villa (por no decir de la Humanidad). En el momento de su muerte, el pensador orteguiano (cuyo padre, José García Vela, había nacido en Ardisana) estaba jugando una partida de ajedrez.
Hijo de Miguel Ángel Armas González (Puidin) y de María Teresa Gago Sanz, y nieto de José Armas, uno de los camareros cántabros que había llegado a la villa llanisca hace más de cien años, traído por Cosme San Román (el padre de la hostelería llanisca), Miguel Ángel sabe que Llanes y el ajedrez se entrecruzan a menudo en la Historia. Uno de los pocos gestos de aperturismo de que dio muestras una sociedad tan atrincherada como el Casino -caracterizada por practicar un clasismo de opereta, sobre todo durante los años del franquismo- se produjo en la Segunda República y fue, precisamente, gracias al ajedrez. Manuel Armas González, tío de Miguel Ángel, me contaba que en el salón donde se celebraban los rimbombantes bailes de etiqueta y las cenas "americanas" se abrió, en efecto, un breve paréntesis en los años 30, cuando de pronto pudieron acceder a ese territorio gentes del común, a quienes estaba vedado el carné de socio. Uno de ellos era Juan Pérez Bernot, hijo de Pedro Pérez Villa, el Sordu, y confitero de la Auseva, que moriría unos años después defendiendo la legalidad republicana en las filas capitaneadas por el Coritu. Hay una foto hecha por Francisco Rozas en el Casino, en la que se distingue a Juan en plena partida, entre otras parejas de jugadores.
En vísperas de la Guerra Civil, los toros (una de las más enraizadas tradiciones llaniscas, hoy desgraciadamente postergada por dejadez, o por cobardía, vaya usted a saber) y el ajedrez fueron escenarios compartidos por futuros contendientes a muerte. Igual que los nombres de Laureano Morán y de Vicente Cotera, de ideas políticas irreconciliables, aparecían juntos en los carteles de los festejos organizados en el foso del Rinconín, derechistas y rojos dirimían con toda naturalidad partidas de ajedrez sobre la misma mesa del Casino.
Ese pasado colectivo es parte del telón de fondo ante el que se dibuja hoy la rutina diaria de Miguel Ángel Armas: del Café Pinín al ajedrez en el Casino (hoy una entidad, al fin, democratizada), y del ajedrez en el Casino a la misa vespertina en la Basílica. Entre esos márgenes se mueve él, tranquilo y algo ausente, como si el mundo le pillara lejos. Fundó el Club de Ajedrez Torre de Llanes en 1986 y desde entonces lo preside y lo entrena ascéticamente. Ha logrado importantes cosas para Llanes: cinco campeonatos femeninos de Asturias, un campeonato de España femenino absoluto y exclusivas sesiones y lecciones con Anatoli Karpov, campeón del mundo desde 1975 hasta 1985 (a Karpov lo trajo dos veces, en 1988 y 1991, con el apoyo de su amigo Ricardo Morales Fuentecilla y con el patrocinio del Ayuntamiento y de Cajastur).
Con Miguel Ángel Armas Gago jugábamos mi hermano Pedro y yo buenos partidos de fútbol en el Sablón durante los apacibles estíos de los años 70 y principios de los 80, en los que todavía llegaban pocos veraneantes. Era un extremo de sprint eléctrico y fue luego un ajedrecista reposado. Rapidez extrema, por un lado, y pacientes y reflexivos movimientos por otro. Una combinación metafísica. Una mística existencial también. Este Miguel Ángel es un personaje poco corriente. "Lo que soy es un enamorado de Jesucristo, y eso lo explica todo", dice, mirándote a los ojos como si te diera un jaque mate.
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