José recupera la infancia soleada en Argul, el pueblo de los extraños veiriles

"Aunque la vida mejoró, ahora por aquí, tristemente, no ves a casi nadie"

ASTURIANOS EN PESOZ: José Díaz

Julián Rus

Eduardo Lagar

Eduardo Lagar

José Díaz, empresario jubilado. Tiene 72 años y vive en Oviedo, aunque regresa muy frecuentemente a su casa natal en Argul, el pintoresco pueblo de Pesoz caracterizado por sus túneles entre las casas. En este lugar, declarado Bien de Interés Cultural, Pepe Díaz ha habilitado en la planta baja de su casa un pequeño museo de herramientas y objetos de la vida tradicional. Ahí está, por ejemplo, la azada con la que su padre cavaba el día en que fueron a avisarle de que José estaba a punto de nacer. Preparaba el monte para el trigo con el que iba a alimentar a su primogénito.

El pueblo de Argul está declarado Bien de Interés Cultural. Parece congelado en el tiempo. En Argul nació José Díaz. Esta es la historia de su vida y la de la pintoresca aldea del Occidente caracterizada por los extraños pasadizos que forman túneles entre las casas. Se llaman "veiriles", que viene de "tar a veiro", a cubierto.

"Estuve aquí, en la escuela en Argul hasta los 13 años o así. Luego empecé a trabajar en el campo con mis padres. No eran ganaderos importantes, tenían cuatro vacucas. Era una economía de subsistencia. Se vivía de lo que cosechábamos. Había prácticamente todo, plantábamos patatas, trigo, maíz, centeno…. Daba para comer. Para lujos y eso, no".

"En la escuela éramos catorce o quince, entre chicos y chicas, que también venían de Lixou. No cambio el pasado por nada: tengo que decir que tuve una infancia feliz en Argul. En la escuela cada casa hacía sus pupitres. Los pudientes, tenían un pupitre de madera de nogal. Y los otros eran de castaño, más corrientes".

"El cariño de mis padres nunca me faltó. Tengo un gratísimo recuerdo de mi infancia. Me crie con mi hermano Carlos, ocho años más joven que yo. Hace veinte años se mató en un accidente en Mozambique, tenía 44. Era misionero con los combonianos. Él fue a la escuela hogar de Castropol, que estaba regentada por unas monjas. Una de ellas tenía un hermano misionero y Carlos fue con ellos. Allí estaba feliz a su manera, pasando muchas calamidades. Cogió la malaria no sé si 18 veces en un año. Era un buenazo. No se enfadaba por nada. A lo mejor yo cabreábame por cosas del trabajo y él me decía: ‘Pepe, no te cabrees. Si esto tiene solución, lo vamos a solucionar. Y si no la tiene, da igual que te cabrees que no’".

"En Argul, cuando era chaval, llegó un momento en el que la economía estaba a cero y si necesitabas algo de dinero, para salir de fiesta o lo que fuera, allí no había de dónde sacarlo. Así que marché a Oviedo con 16 años. Hacía los 17 en mayo de ese año y marché en abril. Tenía un pariente en Oviedo, un primo de mi madre, que trabajaba para una empresa de construcción de Santander que en aquel momento estaban terminando un edificio en Oviedo. Estaban pintando ya y había que barnizar las puertas. Entonces se barnizaban a muñeca. No sé si oíste hablar de esto. No se hacía con brocha: cogías un trapo, metías dentro lana y mojabas en el barniz, girabas y luego dabas a lo largo. Quedaban como si fueran barnizadas a pistola. O quizá mejor. Y así empecé. Después, empezaron otra obra y seguí de peón con los albañiles, a lo que mandaban".

"Luego llegué a oficial de albañilería y estuve allí unos cuantos años, hasta que cerró la empresa. Después me puse por mi cuenta en Oviedo y ya me dediqué a reformas de interiorismo, pisos, bajos comerciales… Y algún tejado de casas de planta baja. Estuve treinta y pico años, hasta que me jubilé hace seis años. Tenía un par de chavales conmigo y luego contrataba a electricistas, fontaneros, escayolistas… Trabajé por toda Asturias, allá donde tenía un cliente. Siempre tuve buena clientela, eso tengo que decirlo. Pasé un par de crisis casi sin enterarme, en eso tuve suerte. Yo no sería muy bueno, pero los clientes, sí".

"Me casé. Tuve una hija que ahora tiene 46 años y es ingeniero industrial. Y aunque estaba en Oviedo yo venía a Argul ayudar a mis padres con frecuencia. Cada 15 días, según la faena que tuvieran aquí. Luego ya se fueron haciendo mayores. Entonces ya venía todos los fines de semana y fiestas de guardar y varias veces por semanas. Luego mi madre estuvo malina, de alzhéimer, y los tuve que llevar a Oviedo. Ahora vengo con frecuencia a Argul, arreglé la casa. Tiene todas las comodidades, tiene baño, calefacción. El verano casi prácticamente lo pasamos aquí. Y el confinamiento del covid también. Hablábamos con la chiquilla por teléfono y nos decía: ‘No vengáis, que esto parece la guerra’. Aquí estábamos en la mayor tranquilidad del mundo".

"Por un lado, la vida mejoró en Argul. Por otro, tristemente, vas por ahí y no ves a nadie. En mi época aquí vivían unas 14 familias. Ahora quedan dos casas habitadas todo el año. Este pueblo está cimentado sobre roca. Aprovechaban construir encima de la roca. Yo creo que porque era más fácil. No tenías que hacer cimiento. Solo era tirar para arriba. Luego iban conectando las distintas construcciones con esos pasadizos sobre el camino, que se llaman veiriles. De ahí que salieran esos túneles típicos de Argul. También tengo leído que construían sobre la roca para no ocupar la tierra y así aprovechar las tierras lo máximo posible".

"Claro que aquí también había vino. En Argul pega bastante el sol y había bien vino. Aquí nada más salir pégate el sol, mientras que los pueblos de enfrente, no. En el pasado, a los de enfrente, los llamábamos los ‘axelaos’, porque allí nunca daba el sol en todo el invierno. Ellos a nosotros nos llamaban ‘carqueixeiros’. Es el nombre de una rama del monte, la carqueixa. En aquella época los chavales que íbamos con las vacas coincidimos con los de enfrente de nosotros y nos insultábamos mutuamente. Qué tal, axelaos. Qué pasa carqueixeiros. Pero nunca llegó la sangre al río. Era de buen rollo".

"Para los que marchamos un día de aquí, que venga un autocar con turistas a visitar Argul claro que nos sorprende. Pero lo que más me sorprende, cuando voy al monte, a caminar voy con frecuencia para recordar aquellos tiempos, es que llevo el móvil y voy hablando desde el quinto pino. Eso era impensable en aquella época: poder hablar desde cualquier sitio. Hay un sitio que llaman Pinomouro, donde están las antenas de televisión y de telefonía, adonde en el pasado se iba con las cabras y las ovejas. Si aquella gente que tuvo aquellas ovejas nos viera hablar por teléfono móvil desde allí caerían desmayados. Cuando yo vivía aquí, si querías hablar por teléfono tenías que ir hasta Pesoz, adonde aún no había carretera. Había una casa allí que tenía teléfono de rabil, que te conectaba con una centralita en Navia y ya de allí te ponían con cualquier otro lugar de España".