Oviedo, Javier CUERVO

Víctor Alperi (Mieres, 1930) es un escritor de obra larga desarrollada en la novela, el columnismo y los libros de gastronomía y de viajes. La más reciente, «Peregrino en Malta». Fundador del premio de novela «Casino de Mieres» y director de la Fundación Dolores Medio, publicó en Madrid, donde pasó parte de su juventud, y Barcelona. Regresó a Asturias a mediados de los años sesenta.

-Dejó amigos en Madrid, ¿es igual el contacto o hay que estar?

-No es igual, pero porque cuando marché en Madrid había 50 escritores, y ahora hay 5.000.

-Vino por acompañar a su madre cuando enviudó.

-Era una mujer encantadora, muy inteligente y muy guapa. Era de Ibias, hablaba gallego y le encantaba La Coruña. Cocinaba muy bien. Dominaba la cocina gallega y conservaba muchas recetas. Las catalanas se las enseñó Concha Pla, una señora que vino a Mieres cuando la Guerra Civil buscando a su marido, que estaba en una brigadilla, y se quedó dos años de cocinera en casa. Cuando sacamos el «Libro de oro de la cocina española» en ediciones Naranco -aquella editorial que patrocinaba Rubio Sañudo, donde estaban Graciano García, Faustino F. Álvarez y Evaristo Arce- mi madre fue la salvación, porque nos decía si las recetas salían o no con los ingredientes que dábamos.

-Antes de Naranco está el premio de novela «Ciudad de Oviedo».

-Sí, que editaba Richard Grandío, que tenía una librería en la calle Gil de Jaz. En la organización estaba el periodista Rubén Suárez. Fueron jurados Jesús López Pacheco y Dolores Medio. Lo ganó Jorge Ferrer Vidal con «Caza mayor» en 1961, y después José Luis Martín Vigil. Hubo conspiraciones para que lo llevara Martín Vigil porque hizo ganar mucho dinero a Grandío. Se titulaba «Sexta galería» y aunque sonaba muy minero Martín Vigil no había bajado al pozo y, en realidad, trataba de seis muchachos que venían de Madrid. Contó lo que sabía contar: historias de muchachos.

-Vivió mucho con su madre.

-Murió en 1991. Iba a cumplir 87 años. No tengo miedo a morir, porque ella era una hipertensa que no se quería medicar y abusaba de las aspirinas: se le paraba el corazón y era la muerte total. Sufría agonías de las que salía con Cafinitrina y tomando mucho líquido. Hicimos viajes a mil sitios, el más famoso, el de Roma.

-Cuente, cuente...

-Lo cuento en «Génova en llamas». Había publicado «Los papas del siglo XX» y Richard Grandío me encargó un libro sobre Pablo VI, Sumo Pontífice entonces. El arzobispo de Oviedo, Tarancón, le llevó el libro al Papa, quien dijo que si íbamos a Roma nos recibiría. Organizamos una excursión en un microbús con otras señoras y algún matrimonio. En España tenía lugar «el proceso de Burgos» (juicio sumarísimo a finales de 1970 contra 17 miembros de ETA acusados del asesinato de tres personas que acabó con varias condenas a muerte contra las que hubo gran contestación internacional). En Montpellier (Francia) nos avisaron de que estaban quemando autobuses españoles. Cuando llegamos a Génova nos quemaron el autobús. Seguimos a Roma en tren, donde el Gobierno italiano nos puso un autobús. Vimos al Papa en la plaza de San Pedro, pero para la recepción había que esperar tres días. Marchamos a Venecia y al segundo día allí nos mandaron un autobús de España. El chófer nos dijo que iban a cerrar las fronteras y que el Gobierno no se haría cargo de lo que les pasara a los turistas españoles por Europa. Nada más subir puso una cinta con la canción «Viva España» y le pedimos que, por Dios, quitara aquello. Salimos disparados para España. Antes de alcanzar la frontera un grupo con linternas quiso que paráramos. Pedí al chófer que siguiera. Entramos en España como una exhalación y pasamos en Barcelona parte de los días que habíamos concertado para Roma. A la cena, el camarero nos ofreció espaguetis.

-Hay más mujeres en muchos años de su vida..., las dos ancianas de Madrid..., Dolores Medio.

-Eran otras mujeres. Ahora tienen otra visión del mundo, son unas locas. Se creen lo que les dicen los anuncios que las atontan llamándolas princesas y reinas. Si llaman «princesa del pueblo» a Belén Esteban... Las solteronas me interesan como tema. La mejor novela corta del XIX es «Doña Berta», una soltera con hijo. Tengo un libro preparado que se titulará «Viajes por Europa para solteronas». Se dice «solterona» de forma despectiva. He conocido a muchas y eran personas muy sacrificadas, que se entregaron a cuidar a padres y sobrinos y solían estar más preparadas que las casadas. Sabían más de cocina y de literatura. Hablo de las de antes. Ahora son todas iguales por esta cultura rasante que iguala por abajo en la televisión y en la educación.

-¿Cuándo conoció a Dolores Medio?

-En 1948, en el Centro Asturiano de Madrid, donde éramos cuatro gatos. Me pareció agradable, simpática, delgadita y bastante guapa. Algo me dijo de que había ganado el premio «Concha Espina». No tuve relación con ella hasta 1953, cuando le dieron el premio «Nadal» y vino a presentar la novela a Oviedo. Cuando volví a Madrid me hospedé en el hostal de un asturiano. Ella quería que fuera a vivir a su casa, un piso grande y destartalado. Dolores decía: «Víctor Alperi, mi mejor amigo, mi ángel y mi cruz». Mejor «Víctor Alperi, mi ángel y yo su cruz». Le hice varias sesiones de escritores y cuando propuse al alcalde Luis Riera que la nombrara hija predilecta de Oviedo me contestó: «Díselo a Antonio Masip, que viene ahora y le gustan más esas cosas». En el acto de nombramiento Masip dijo que era hija predilecta de Oviedo porque lo merecía y por las cartas incesantes de Víctor Alperi.

-¿Cómo era?

-Muy trabajadora. Debía de hacer ella entera la revista «Domingo», que dirigía Luis Antonio de Vega. El poeta García Nieto, tan atildado, comentaba: «Esa amiga tuya, qué mal viste». Llevaba un abrigo de piel de conejo y una vez que la agarré de la manga para que no cruzara la calle en rojo me quedé con un cacho en la mano.

-El año próximo se cumple el centenario de su nacimiento.

-Estoy trabajando en «El libro del centenario: el principio de un final». Hay una chica de Vietnam licenciada en Filología Española que estudia las obras de Dolores que se llevaron a televisión. Dolores tiró muchos papeles y le faltan ediciones de sus propios libros, y esa búsqueda documental me ha hecho descuidar mis cosas.

-Ha sacado «Peregrino en Malta». ¿Cómo se encuentra usted?

-Acabo de cumplir 80 años. Hasta los 50 años suceden las cosas buenas. Por fuera estoy bien, pero el cuerpo es un mecanismo que se gasta. Tuve una trombosis que me afectó a un ojo y empiezo ahora a recuperar algo de visión. Los ojos son la vida para un escritor y lector.

-¿Merece la pena esto?

-Qué remedio. El espíritu no quiere vivir, pero el cuerpo, sí. La medicina nos dice lo mismo que Heráclito de que ningún hombre se baña dos veces en el mismo río. Ni es el mismo río ni es el mismo hombre, porque cada día se renuevan las células. Contra lo que escribió Lajos Zilahy, el alma no se apaga. Soy creyente. A la vez, creo que somos una pequeña cosa que se tiene por rey de la creación. Es un misterio la lucha del hombre por continuar, es el misterio del arte en las cuevas prehistóricas. Nos pasará a nosotros. Dentro de 3.000 años se preguntarán «¿cómo pensaban éstos de Oviedo que tanto se afanaban por ser capital cultural?».

-¿Hay algo después de morir?

-Creo que sí. Tengo una gran devoción por la Virgen del Camino, porque en los calores del verano me metía en la iglesia para estar fresquito. Me concede cuanto le pido, menos millones. Creo que la Virgen y Cristo son espíritus puros que irán a la fuerza creadora del universo.

-Haga su balance literario.

-Sin contar los de gastronomía he publicado unos 60 libros. Me quedo con diez: dos de viajes y el resto, novelas. Entre los 40 y los 50 escribí lo mejor.