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Hosteleros en busca de salvación

“No podemos abrir y nos siguen cobrando alquiler e impuestos; ya no tenemos de qué tirar”, claman los encerrados en la iglesia de los Padres de Avilés

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La mirada alucinada de dolor del Jesús Cautivo se clava en la media docena de hosteleros de Avilés que llevan ocho días encerrados en la iglesia de San Antonio de Padua –antigua de los Padres Franciscanos– reclamando un poco de piedad hacia un sector que se va al garete. Ya no pueden más, y si no se ponen en huelga de hambre es porque tienen que estar fuertes por si cogen “el bicho”, como asegura Marián Tamargo, que regenta la vinoteca La Llosa, al otro lado de la plaza de Carlos Lobo. Su hija más joven no quería que se encerrase. “Pero ahora me dicen: ‘Estás luchando por lo tuyo y por lo nuestro’. Nos están apoyando todas las familias”, dice Tamargo.

Tamargo, Fernández, Borrego y Torno.| Mara Villamuza

Otro de los encerrados es Richard –prefiere no dar su apellido por si llegan “represalias”–, que regenta un restaurante en la calle Rivero y que dice estar pasándolo “muy mal”. “El fondo que teníamos se nos fue con la primera ola de la pandemia. Ahora estamos en la segunda y siguen cobrándonos todo: los autónomos, la recogida de basuras, las terrazas, la luz, el alquiler... Y si no pagas los impuestos no llegan las vienen las ayudas”.

Cuando decidieron encerrarse –tomaron ejemplo de los hosteleros encerrados en la iglesia de La Felguera– no se conocían, pero “de aquí salió otra familia más”, asegura María del Pilar Torno Suárez, del bar Lolo de la calle El Marqués. “Tenemos risas, porque nos tenemos que reír, nos damos ánimos y lloramos”, explica. El párroco no dudó en cederles la iglesia para visibilizar su protesta. Claro que, instalarse en este templo del siglo XII, tiene su aquel. “Estamos en la sala más fría de la iglesia, la que da a la capilla de los Alas. No le da el sol y además la piedra es muy porosa, rezuma agua. Durante el día metemos las mantas y las almohadas en los confesionarios, pero no se secan”, explica Marián Tamargo.

Tamargo, María del Val, Fernández y Richard

Cuentan con una pequeña estufa catalítica, y de la comida se encargan los restaurantes que sirven a domicilio y gratis en este caso por amor a la causa. Este sábado, por ejemplo, la Confitería Grado les había llevado unos pasteles para desayunar. Están asustado de la solidaridad que están recibiendo. “Un día, al salir de misa , una señora de 90 años nos ofreció 50 euros. ‘Cogerlos’, decía. Le dijimos que no se preocupase y acabamos llorando todos”, explica Richard. Otra señora salió de misa y volvió con una empanada. Sin embargo, quienes podrían suavizar un poco la dura situación que viven, como los munícipes avilesinos, brillan por su ausencia.

Marián Tamargo, Carmen Fernández y Jorge Borrego

Para asearse tienen “el jakuzzi”, un pequeño cuarto de baño. “Echo sobre todo de menos la ducha, por Dios, el día que la pille...”, se recrea María del Val, de La Oficina, en La Ferrería. La pandemia la cogió a los dos meses de abrir y no tenía colchón alguno, por lo que está tirando de la familia. A Carmen Fernández, de una cafetería del Quirinal, la está apoyando mucho sus padres durante estos cierres obligatorios de la hostelería, tanto psicológica como económicamente. Y es que su casero, un constructor, no le ha condonado los 821,72 de alquiler que le cobra, ni si siquiera en estas circunstancias. “Como si no fuese con él. Le pregunté qué íbamos a hacer y me contestó: ‘Pues pagar. Sin prisa, pero sin pausa’. Y el Ayuntamiento, hasta ahora, nada”.

A Jorge Borrego, de la Sidrería El Chigre –el sexto de los encerrados–, sí le han perdonado el alquiler por el cierre obligado. “Tengo cuatro hijos, y necesidades no estamos pasando, pero no tardaremos. Somos conscientes de que hay una pandemia, pero tienen que ayudarnos, que no dejen a nadie atrás. Nos siguen cobrando todo con el negocio cerrado”, explica. Y Marián Tamargo resume la situación de todo el sector: “No queda nada de qué tirar”.

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