E. CAMPO

La antigua costumbre de situar enterramientos de personas distinguidas en el interior de las iglesias, hoy en desuso, ha dejado en la comarca avilesina vestigios importantes de un arte funerario con el que ricos y poderosos intentaron burlar las fronteras de la muerte e inmortalizar su nombre en la ciudad que habitaron. Fray Valentín Morán, Ludovico Alfonso León, Juan Alonso de Oviedo, Aldonza González, Martín Alas, Pedro Menéndez, Nicolás Fernández Blanco y Alas y Gutierre de Solís dejaron su impronta en la villa y sus huesos reposan en los templos de Avilés.

La de San Nicolás de Bari es la que más sepulcros destacados conserva: cuatro. Se trata de los de Ludovico Alfonso León, el matrimonio formado por Juan Alonso de Oviedo y Aldonza González, y Martín Alas. El sepulcro de Ludovico ya no está actualmente en el interior del templo -donde fue descubierto tras el incendio de un retablo durante la guerra civil, tal y como cuenta el párroco Ángel Garralda-, sino que se trasladó al claustro.

Ludovico Alfonso León, según refirió en su día Francisco Mellén, era el padre de Alonso Rodríguez de León, que fue cardenal de Santiago de Compostela. Su sepulcro está empotrado en el muro, bajo arcosolio de medio punto. Lo más destacado es el escudo que lo preside, dividido en cuatro partes: una para el linaje de los Rodríguez de León, otra para el de los Alonso, otra para el de los Valdés y la última para los Bernardo de Quirós. La inscripción latina se traduce: «El señor Ludovico Alfonso León deseó en vida esperar aquí el día del Señor, después de su muerte».

Dos patronos benefactores del templo de San Nicolás fueron don Juan Alonso de Oviedo y su esposa, doña Aldonza González, explica el investigador del Archivo Histórico de Avilés Alberto del Río. Sus sepulcros estuvieron originalmente cerrando el ábside central, pero al ampliarse la iglesia se situaron en la pared de la capilla de Santiago, junto a la entrada a la sacristía. Sus tumbas también son de arcosolio, pero sobre los sepulcros están las estatuas yacentes de los difuntos. La más cercana al altar es la de Aldonza, aunque Garralda opina que las tapas de los sarcófagos están cambiadas. Las dos figuras están tendidas sobre un pétreo lecho, y el esposo está acompañado por un perro a sus pies -símbolo de fidelidad-, mientras que la mujer tiene perros pequeños. El conjunto se completa con los escudos de ambos linajes.

Finalmente, la sepultura de Martín Alas -de finales del siglo XV- está hoy a los pies del templo, junto al capitel romano que hace las veces de pila bautismal. Este guerrero, que sirvió al emperador Carlos V y a su hijo Felipe II, participó en la conquista y colonización de América. En su estatua funeraria se le representa tendido sobre la lápida, flanqueado de ángeles. Elementos vegetales y escudos recubren la caja.

Pero aunque Martín Alas -de la poderosa familia de las Alas- pueda llevar el sobrenombre de conquistador, este pertenece en Avilés, por excelencia, a Pedro Menéndez, cuyo sepulcro está en la iglesia de los Padres Franciscanos. «Aquí yace sepultado el muy ilustre caballero Pedro Menéndez de Avilés», recoge la inscripción. Sobre la lápida, una sencilla urna funeraria y una bandera, muy del gusto neoclásico. Es una obra en mármol de 1924, realizada por el valenciano M. Garcí-González.

El marino avilesino, fundador de San Agustín de la Florida, falleció en Santander en 1574, con 55 años, víctima de una enfermedad reumática. Su última voluntad fue ser enterrado en Avilés, pero este deseo tardó en cumplirse, ya que cuando era trasladado por mar a su ciudad natal, a la altura de Llanes, una tormenta forzó la arribada de los barcos al puerto llanisco. Su cuerpo estuvo sepultado en la iglesia de la localidad costera hasta el año 1591.

La capilla de los Alas

Aneja a la iglesia de los Padres Franciscanos está la capilla de los Alas -o de las Alas- que, si bien ya no conserva restos mortuorios, es un monumento funerario en sí misma. Cuatro sepulcros están en el suelo y otros cuatro, pareados en los muros laterales de esta pequeña edificación de planta cuadrada y sillería rectangular, que se cubre con bóveda de crucería nervada. La construcción es gótica, del siglo XV, y está declarada de interés cultural. Permanece cerrada a cal y canto; la visita al interior sólo es posible con el consentimiento de la Oficina de Turismo, que custodia las llaves.

El único eclesiástico en esta relación es fray Valentín Morán, a quien Alberto del Río denomina «el personaje religioso del milenio» avilesino. Su lápida puede verse en Santo Tomás de Cantorbery, a los pies de la imagen de Nuestra Señora de la Soledad. En silencio y bajo la luz de las vidrieras coloreadas puede leerse: «En este lugar que ocupó la capilla de la Soledad, por él mandada construir para su enterramiento, reposan los restos de fray Valentín Morán Menéndez. Procurador de la orden de la Merced, obispo electo de Panamá (1750), obispo de Canarias (1751-1761). Preconizado arzobispo de Burgos. Nació en esta villa el 20-02-1694, donde falleció el 09-01-1766».

Fray Valentín Morán, predicador del rey Felipe V, nació en Cabruñana, una calle que en 1694, según la describe Del Río, era una cuesta de firme terroso, que formaba parte del camino real que comunicaba Pravia y Luanco, y en ella había cuatro casas, en el que era uno de los pequeños arrabales extramuros. Este ilustre avilesino se educó en el convento de la Merced hasta profesar en la orden, que se dedicaba a la liberación de los prisioneros de guerra cristianos y a suministrar auxilio a reclusos. Fue un hombre humilde y muy culto. Cuando en junio de 1761 entró en Avilés se le recibió con algarabía. Sufragó reparaciones de calzadas, arreglo de caminos y otras obras. En el convento mercedario de Sabugo, donde residía en una celda, estableció la capilla de Nuestra Señora de la Soledad. Murió en 1766 y allí fue enterrado. Cuando se construyó la iglesia de Sabugo se trasladaron sus restos a la nueva capilla de la Soledad.

Ya fuera de Avilés, pero sin dejar la comarca, junto a la Peña Corvera -que da nombre a este concejo- se encuentra la ermita de la Consolación, a la que se accede por una cuesta de flores de azafrán. «Aquí yacen las cenizas de D. Nicolás Fernández Blanco y Alas, que falleció de edad de 65 años, el día 11 de marzo de 1884, y está sepultado en esta capilla. R. Q. I. P.». Fue heredero y sucesor de la Casa de Bango.

Esta capilla es, desde 1999, propiedad del Ayuntamiento de Corvera, ya que su último dueño, José Luis Ureña Fernández-Blanco, la permutó. Emplazada en pleno Camino de Santiago, su advocación a la Virgen de la Consolación está asociada a una leyenda popular: la avilesina Josefa Villar de Bances, vecina de Sabugo, regresaba con su hija de adorar las reliquias de la catedral de Oviedo. Ya era de noche, y tras dejar atrás las últimas casas de Nubledo, la niña tuvo miedo. Junto a la ermita, la Virgen apareció para consolarla.

El último enterramiento del recorrido está en la iglesia de Santa María de Solís, y es uno de los más llamativos. Según el historiador Enrique Tessier, en él está sepultado Gutierre de Solís, muerto a mediados del siglo XVI, señor de la Casa de Solís y sobrino de Pedro de Solís (tesorero del Papa Alejandro VI). Jesús Antonio González Calle, autor de «Historia de Corvera de Asturias y su área», opina que Gutierre reaprovechó el sepulcro de algún antepasado.

En el tímpano que remata el monumento funerario hay un escudo de los Solís (benefactores de esta iglesia), y un segundo se encuentra a la entrada del templo. El origen de este linaje también está ligado a la leyenda, ya que cuentan los relatos que persiguiendo don Pelayo a los moros que huían, mandó a uno de sus capitanes que avanzara con su gente para darles alcance, diciéndole: «Id, que sol is», para indicar que todavía era temprano. El lugar en que se alcanzó la victoria se conoce como Solís, que el rey don Pelayo dio en señorío al capitán vencedor.

El sarcófago está bajo un arco ciego abierto en la pared, en el ábside. La urna funeraria está apoyada sobre tres pequeños leones de piedra -símbolo de valor y nobleza-, y tiene forma de arca. En su tapa están grabadas dos versiones del escudo de la Casa de Solís, con sus característicos soles, y sobre su lado posterior, una espada que indica la condición de caballero del difunto. Es, por excelencia, la tumba bajo blasón.