Mente sana

Por qué no se pueden cumplir los propósitos de Año Nuevo

La fuerza de voluntad, por sí sola, no basta

Marisol Delgado

Marisol Delgado

«Si quieres, puedes».

«El secreto de lograr algo está en proponérselo».

«Lo que hay que hacer es echarle huevos/ovarios».

«Todo es cuestión de fuerza de voluntad».

Parece que nuestra mente no puede dejar de abrazarse a estas frases con las que tantísimas veces se nos ha bombardeado. También, cómo no, en la época del año en la que más propósitos nos planteamos: hacer más ejercicio, comer más sano, dejar de fumar, leer más libros, retomar estudios, ahorrar…

Y, sin embargo, sabemos por experiencia que, la mayoría de esos propósitos, acabarán quedando en un cajón enterrados, por muchos huevos/ovarios que le queramos echar.

Porque nos ponemos metas demasiado infladas, irreales y poco definidas, con lo que es difícil que se mantengan.

Porque creemos que nos saldrá por arte de magia la motivación solo por el hecho de cambiar de año.

Porque cada vez llevamos peor lo de no tener resultados inmediatos y nos frustramos rápidamente.

Porque no nos ayudamos a generar los imprescindibles hábitos.

Los psicólogos e investigadores Peter Gollwitzer, Veronika Brandstäter y Paschal Sheeran, identificaron una serie de estrategias sencillas, pero sorprendentemente potentes, a las que denominaron intenciones de implementación, estrategias que observaron resultaban eficaces para promover comportamientos deseados o para ponernos manos a la obra cuando hay que realizar acciones no placenteras.

Las diferenciaron de las llamadas metas simples en que, mientras estas designan los resultados finales deseados («Quiero conseguir…»), las intenciones de implementación se refieren al compromiso de la persona en lograrlo («Cuando esté en tal lugar y en tal momento, entonces haré tal cosa»), creándose, así, un vínculo mental entre la situación seleccionada y la acción a realizar dirigida a conseguir la meta.

Observaron en sus investigaciones que el grado de consecución se elevaba entonces al 61%, frente al escaso 28% que lo dejaba todo en manos de la fuerza de voluntad.

Una meta simple sería, por ejemplo, proponerse «quiero hacer ejercicio». Una intención de implementación sería elegir qué días y en qué momento específico de esos días nos resultaría más factible hacer ejercicio, dejar la ropa preparada con antelación o apuntarnos en algún sitio al salir del trabajo, ya que seguramente facilita el que vayamos…

Otros ejemplos. Cuando esté en el despacho, entonces dejaré piezas de fruta en varios lugares visibles (si lo que queremos es aumentar el consumo de fruta).

Cuando esté en la sala de estudio, entonces dejaré fuera del alcance cualquier dispositivo móvil (si queremos aumentar la concentración).

Cuando esté en la cama, entonces dejaré un libro encima de la almohada (si queremos retomar el hábito de leer).

Cuando entre en el portal, entonces subiré a mi casa andando (si queremos aumentar la movilidad).

Cuando me encuentre en las (copiosas) comidas y cenas navideñas, entonces me serviré la comida en un plato más pequeño (cuando no nos queremos empachar).

Así que, de cara a los tradicionales propósitos de Nuevo Año, podemos seguir actuando desde la terca (y sobrevalorada) fuerza de voluntad, lo que, seguramente, dure poco en el tiempo; o podemos generar pequeñas intenciones de implementación modificando aspectos del entorno físico y generando, a base de repeticiones, nuevos hábitos que, sin ser milagrosos, la evidencia nos muestra que funcionan mejor.

Que la fuerza de las intenciones de implementación nos acompañe.

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