Con nieve de mentira
Tiempo de reencuentro, de viejas estampas, estancias familiares y villancicos
Echo de menos tanto las cosas más sencillas... Diciembre siempre trae recuerdos entrañables y nos transporta lejos y nos acerca al musgo de la fugacidad. Mañanas de la infancia. Tardes de juventud, horas de adolescencia. Qué poco más, después, nos regala la vida. Mi madre y yo salíamos, antes de oscurecer, con un hacha en la mano, en busca de algún pino –entonces abundaban, como lo natural, como lo de verdad; eran de los vecinos o eran de la familia.
Y el frío congelaba los charcos y las hierbas; y las altas estrellas brillaban en el cielo como ahora ya no brillan.
Diciembre. Bajamos a la escuela con el pasamontañas, abrigo y jersey hecho en casa, con esa lana burda que hace sudar y pica. Los maestros nos mandan llevar papel de plata y nueces y botones. Haremos reyes magos y estrellas y letreros. Nos piden pegamento y cartulinas. Y todos nos mostramos más contentos con pocas matemáticas y mapas y deberes. Nos riñen también menos.
Y recortamos mucho y modelamos casas y ovejas y pastores con cera y plastilina. Y leemos historias que huelen al calor que dan las chimeneas. Y escribimos postales que jamás llegarán. Y llenamos ventanas y paredes con ciervos y nieve de mentira.
Y en casa nos sucede algo muy parecido. Es como si las noches tuvieran otra luz. Es como si la luz fuera distinta. A mi padre la empresa le regaló una cesta con unos mazapanes, dos latas de conserva, turrón y polvorones y un vino de una marca –creo yo– de gente rica.
Mi madre está contenta, prepara la compota, cocina sin parar, nos canta villancicos junto al árbol, y sueña con que, este año tal vez, toque la lotería. Que, si no es a nosotros, a quien lo necesite. Nos dice que soñar es algo que alimenta y que nunca dejemos de soñar; que soñemos. Ella soñaba siempre. Siempre soñaba, tanto cuando fregaba como cuando cosía.
Diciembre es un mes largo y, al final, más bien corto. Tan pronto abre sus pétalos como ya es Nochebuena y las fiestas se esfuman y nos dejan la estela de su melancolía.
Pero nos aproxima a un tiempo tan perdido que en él nos reencontramos con seres, con aromas, con estampas hermosas y viejos villancicos, con estancias muy nuestras, con un ayer muy vivo y una triste alegría.
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