Opinión | Crítica / Teatro

Rodrigo García es punk

El Centro Niemeyer aplaude y rechaza a partes iguales "Cristo está en Tinder"

Rodrigo García (Buenos Aires, 1964) es punk. La Española define tal circunstancia como la pertenencia a un movimiento musical cuyos miembros "adoptan atuendos y comportamientos no convencionales". La señora que se arrastraba escaleras arriba, apoyada en un bastón y en el brazo de una de las acomodadoras del Niemeyer, lo vivió con clarividencia: "Esto no es ni teatro, ni es nada". Y esto era "Cristo está en Tinder", lo último de García, uno de los dramaturgos más reputados de España, uno de los más innovadores, uno de los más denostados. Y todo esto pasó antes de anoche en Avilés: el Niemeyer acogió una producción que viajó con el aval del teatro de La Abadía –sí, el de Juan Mayorga–. La paisana del bastón no escuchó los "bravos" que se escucharon en la platea. Y no los escuchó porque ya se había marchado. Ella y como medio centenar de personas más. Muchos avilesinos no están acostumbrados a estas cosas.

García se inició en el teatro a mediados de los ochenta: cuando la Movida, cuando el estallido de la libertad tras cuarenta años sobrecogidos. Lo hizo en salas de escogido público. Él y gente como él –Carlos Marqueríe, su iluminador en "Cristo no está en tinder"– se inventaron el teatro alternativo.

En 1999, por ejemplo, se vio en el teatro Palacio Valdés "Notas de cocina", que fue un trabajo de fin de carrera de los alumnos del antiguo ITAE de aquella temporada. Luego, en 2008, en la Laboral con "Versus". Y ya está. En Asturias –siendo asturiano de adopción– nada más. Hasta el viernes.

Lo que gustó / disgustó de este espectáculo fue que García rompe el tiempo y el discurso e inventa un mundo que puebla de seres humanos que en realidad parecen héroes de cómic o incluso zombis. Y todo esto lo logra con tres actores tan poderosos cuando actúan como cuando bailan. Al son de un músico perfecto. De verdad. Y todas estas rupturas logran que la experiencia teatral sea redonda.

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