Me cuentan que llegó un hombre de Estados Unidos a conocer la casa que había comprado por internet. Había mirado por toda España y se decidió por una del concejo que se anunciaba así: "Se vende casa rural con terreno de 2000 m2, playas, aparcamiento gratuito y con vistas".

Llevaba unos días nublado en la aldea. Un día el forastero se encontró por la caleya con un lugareño -de esos que están en peligro de extinción- que calza madreñas, la boina calada y el cigarro a medio apagar. El forastero, que chapurreaba español, le preguntó que por dónde salía el sol. El lugareño, sin decir palabra, levantó la cayá señalándole el este. El forastero, al cuarto día, vio salir el sol y se percató de que daba en todas las casas del pueblo menos en la suya; entonces, lo comentó con el lugareño y este lo sacó de dudas: "Porque lo tuyo non ye casa, ye una tená rehabilitá". Al principio no entendió nada; luego, con las explicaciones pertinentes, terminó por comprenderlo.

Resulta que el antiguo pajar o tená se convirtió en una casina rural tras una leve reforma realizada por otro forastero, vivo y avispado como nadie. Daba a una caleya estrecha y sombría, y mirando de frente, a modo de pantalla gigante, lo único que se veía era un terreno empinado de gran altura salpicado de roca caliza, muy apropiado para disfrute de cabras y ovejas o para aficionados al alpinismo. El que disfrutaba de excelentes vistas sobre el valle era el aparcamiento, en medio del pueblo, y, como rezaba el anuncio, gratuito. En cuanto a las playas, daba a entender que el mar estaba dando la vuelta a la esquina, cuando la realidad era que el recorrido en coche a la playa más cercana duraba casi una hora.

Se ve que el hombre vivía en unas llanuras inmensas y no se percató de que también existen lugares agrestes y montañosos. Con las nuevas tecnologías y las prisas de hoy en día la gente compra de forma compulsiva a golpe de clic -a 8.000 kilómetros de distancia en este caso- y luego se llevan sorpresas. El anuncio no tiene desperdicio.