En la tarde del 24 de enero de 1931, cuando en España ya se olía la República que estaba a punto de llegar, Manuel Llaneza fallecía en su habitación de la torreta izquierda de la Casa del Pueblo de Mieres, al lado de su mujer y rodeado de sus compañeros de sindicato. El líder minero solo tenía entonces 51 años, pero se había empeñado en viajar hasta Huelva en pleno invierno a pesar del catarro que arrastraba desde hacía unas semanas y aquello acabó con él.

Llaneza murió en su cama, aunque su final pudo haber sido muy diferente si se hubiese consumado un atentado del que sólo tenemos noticia por el testimonio de otro revolucionario mierense: Jesús Ibáñez; un hombre del que ya les he contado algunas cosas y que -cada vez estoy más convencido-, a pesar de que la mayor parte de su biografía sigue en la sombra, resulta el personaje histórico clave para poder encajar los cabos sueltos de nuestra historia en la primera mitad del siglo XX.

En sus memorias, editadas en México en 1946 y que por fin he conseguido gracias al maestro José María Pellanes, Iglesias describe un encuentro mantenido con Benjamín Escobar (otro de los protagonistas imprescindibles de los años 30 en las Cuencas) en estos términos:

«Mientras tanto, se había producido ya la escisión oficial en el seno del Partido Socialista. Y la Agrupación Socialista de Mieres (¡de Mieres!) había entrado en bloque en el Partido Comunista. César González y yo tomábamos café en la terraza de El Pasaje de Oviedo, hablando de su próxima salida para Moscú. Se sentó a nuestra mesa Benjamín Escobar (había sido secretario de la Agrupación de Mieres y ahora lo era de la comunista?) y me entregó una carta de París fechada de hacía dos años: -Ahora que ya somos de la misma tendencia, toma: ¡con esa carta puedes destrozar a Llaneza y a todos esos cerdos que le siguen! Sí, era verdad: tal como estaban las cosas, aquella carta del viejo militante socialista era algo fuerte en mis manos. Sin embargo yo me revolví en la mesa y le escupí a Escobar mi profundo desprecio: -¡Me miraré muy bien para ingresar en un partido que pueda cobijar a hombres de tu catadura moral!

Todo estaba perdonado. No era yo hombre de venganzas puercas ¿Acaso no había sabido llegar a tiempo para que unos malvados, ex recientes socialistas, no asesinasen a Indalecio Prieto? ¿Acaso no habíamos deshecho González Mallada, J. Rodríguez de La Felguera y yo un plan para asesinar a Manuel Llaneza, organizado por un ex reciente miembro del Comité Ejecutivo del Sindicato Minero?».

El libro de Iglesias «Memorias de mi cadáver» es una pieza única de nuestra literatura, no sólo por la cantidad de información de primera mano que contiene y la particular visión que su autor tiene de los acontecimientos vividos, sino también por la forma en que está escrito, mezclando épocas, recuerdos y situaciones sin atender a un orden cronológico, lo que dificulta muchas veces el poder identificar con exactitud la época a la que se refiere. En esta ocasión sí podemos hacerlo, aunque lo que resulta mucho más difícil es aventurar la personalidad de los implicados en el intento de matar a Llaneza.

Analizando la biografía del líder del SOMA encontramos dos momentos especialmente delicados en su relación con otros sectores obreros que en aquellos años violentos pudieron decidir acabar con su vida: 1919 y 1922. En 1919 en el interior de su sindicato se vivían con crudeza las diferencias ideológicas que anunciaban ya la escisión en el Partido Socialista y además Llaneza, forzado por la crisis hullera que había creado el final de la I Guerra Mundial tuvo que mantener una actitud colaboracionista con la patronal que le hizo ser odiado por muchos de sus antiguos colaboradores. Sin embargo, todo indica que el atentado no se tramó hasta 1922. Veamos por qué.

El Partido Comunista en Asturias, entre cuyos fundadores aparece efectivamente Benjamín Escobar se organizó en Asturias en 1920, año en el que Ibáñez dirigía el periódico quincenal «La Dictadura» y en el que fue detenido en Gijón bajo la acusación de haber colocado una bomba contra un patrón. Por esas mismas fechas el gijonés Avelino González Mallada, citado como uno de los dos compañeros que abortaron con él el atentado, tutelaba una escuela anarquista en Frieres, ya que residía en La Felguera desde que en 1919 había vuelto de su exilio en París y allí estuvo hasta que en 1922 pudo volver a vivir en su villa natal. Ibáñez por su parte dejó España por unos meses en 1921 para participar como delegado de la CNT para la Internacional moscovita.

A partir de 1920, Llaneza había dejado clara su postura contraria al ingreso del Partido Socialista en la III Internacional y en noviembre de 1922 tuvo que asistir impotente al nacimiento del Sindicato Único de Mineros de Asturias (SUM) en el Centro Obrero de La Felguera con 25 secciones y 1.752 afiliados en las Cuencas y que estableció su Comité Ejecutivo en Mieres. En aquel Congreso presentó Ibáñez un informe en nombre de la Internacional Sindical Roja y en su primer comité ejecutivo, establecido en Mieres figuraban los otros dos protagonistas de nuestra historia: Jesús Rodríguez como Presidente y Benjamín Escobar como secretario.

Aquel verano había sido especialmente agitado, la reducción obligatoria de la jornada semanal y de un 20 por ciento en los salarios forzó a convocar una huelga minera que se mantuvo desde el 20 de Mayo hasta el 4 de Agosto de 1922 y en cuyo transcurso se produjo la ruptura pública de los anarquistas con los comunistas «al comprobar que éstos utilizaban fondos de los huelguistas en publicar la "Aurora Roja", desde donde injuriaban a Llaneza y a cuantos elementos de la Unión General simpatizaban con éste», según cuenta en sus memorias Andrés Saborit.

Finalmente la huelga se rompió tras la llegada a Asturias del ministro de Trabajo Abilio Calderón y una votación en la que se registraron 7766 votos a favor de la vuelta al trabajo, 2295 en contra y 40 en blanco, mientras una mayoría de los mineros, que se habían desplazado de sus pueblos forzados a buscar otros tajos, no pudieron votar. Pero en aquellos días muchos obreros, sintiéndose traicionados juraron odio a muerte a Llaneza y los suyos.

Otro dato importante para determinar la fecha que buscamos está en la cita al atentado contra Indalecio Prieto, en cuyo fracaso también tuvo que ver Jesús Ibáñez y que ya se había producido. El propio Prieto lo recordó en una conferencia celebrada en Bilbao el 3 de mayo de 1930 dirigiéndose al siniestro general Martínez Anido:

«Sepa el Sr. Martínez Anido que yo no ignoro que uno de los pistoleros más destacados que hoy, si la indulgencia de la dictadura no le ha salvado del Presidio, estará en reclusión por haber cosido a puñaladas a su amante, Ortet, el del Ramo del Agua, que tuvo conmigo un incidente en el salón de visitas del Congreso, fue a Madrid a ficharme, a conocerme, a "marcarme", con 750 pesetas que le entregó el general Arlegui, jefe superior de la Policía de Barcelona, y subordinado del general Martínez Anido».

Y luego: «Recuerdo que el año 1922, después de unas maniobras de los batallones de Cazadores de la guarnición de Barcelona, a las que había asistido Martínez Anido, me dijo, hablando con la mayor tranquilidad, después del banquete: -¿Que cómo resuelvo yo el problema sindicalista? Cuando quiero deshacerme de un individuo no tengo más que preguntar por él. Esta simple pregunta es ya una orden; a los pocos días este hombre ha desaparecido».

Aunque las referencias a este intento contra Prieto son también escasas, en agosto de 1922 el diputado denunciaba en el Parlamento español otro atentado, sufrido en esta ocasión por el sindicalista de la CNT Ángel Pestaña en Manresa, y aprovechaba para hacer referencia a su propia experiencia, lo que hace suponer que el suceso estaba aún reciente y demuestra de paso las buenas relaciones que mantenía con el anarquismo catalán y el grupo de Ibáñez, viejo amigo de Pestaña.