Como ustedes sabrán, Duro Felguera, desde su constitución -a mediados del siglo XIX- por obra y gracia del prócer riojano Pedro Duro Benito, se dedicó principalmente a la siderurgia y la minería del carbón; pero además, buscando siempre aminorar sus costes, también amplió su actividad a la producción de energía y la construcción naval.

El primer buque que encargó la compañía para facilitar la llegada de materias primas y la salida de sus productos manufacturados por mar fue el «Adolfo» y para gestionar estos temas se contactó con el experto vasco José Ramón de Olavarría, quien se trasladó hasta el puerto de Gijón como gestor y consignatario de la naciente naviera. Bajo su dirección se pudo constituir la llamada Sociedad Oscar de Olavarría y Compañía en 1865, que llegó incluso a probar las rutas transatlánticas antes de su liquidación en junio de 1888 para convertirse en Olavarría y Lozano.

Después de la experiencia obtenida, la compañía decidió crear su propia flota de mercantes para dar servicio a sus factorías. Uno de éstos, algunos años mas tarde, fue el vapor «Sotón», bautizado como el emblemático pozo minero que conocen de sobra. La nave se comenzó a construir en los talleres y el dique seco de la Sociedad Española de Construcciones Metálicas, en el Natahoyo gijonés a mediados de 1917, y de sus máquinas y calderas se encargaron los talleres que la misma empresa tenía en Zorroza, en la zona industrial de Euzkadi, y debido al conflicto bélico que entonces movilizaba toda Europa, tanto los materiales como todos los técnicos que intervinieron en el proyecto y los trabajos fueron españoles.

Finalmente, el «Sotón», con una eslora máxima de 66,70 metros y un arqueo bruto de 1.372,70 toneladas pudo entregarse a los armadores en 1919 y, después de realizar las pruebas pertinentes en las aguas gijonesas con un resultado inmejorable, se dedicó al transporte de mercancías y materiales para la empresa entre las costas vasca y asturiana.

Pocos años más tarde, en 1927, en el arsenal de Wilhelmshaven era botado otro buque de características muy distintas: se trataba del «Köninsber». Wilhelmshaven es una ciudad portuaria del norte de Alemania, situada en la parte occidental de la bahía de Jadebusen, que, por su posición estratégica, acabó sufriendo tremendos bombardeos durante la II Guerra Mundial. El «Köninsberg» debía su nombre a otra ciudad, la actual Kaliningrado, un enclave ruso del mar Báltico situado entre Lituania y Polonia, que cuando pertenecía a Prusia se llamaba así.

El «Köninsberg» era uno de los tres cruceros que formaban una serie de similares características junto al «Karlsruhe» y el «Köln» y entró en servicio en 1929 con un diseño especializado en las misiones de reconocimiento para la flota principal, localizando al enemigo para huir después rápidamente. Su tripulación superaba los 850 hombres y estaba equipado con un armamento especializado compuesto por nueve piezas de 150/60, distribuidas en tres torres triples, una a proa y dos a popa, y 6 piezas antiaéreas de 88, 8 de 37 y 4 de 20 mm, además de doce tubos lanzatorpedos de 531 mm; e incluso llevaba a bordo dos hidroaviones Heinkel dotados con respectivas ametralladoras giratorias MG-15 de 7,9 mm y la posibilidad de poder lanzar bombas de 10 kg.

Ya se pueden imaginar que era un verdadero gigante cuya mera visión atemorizaba a quienes lo divisaban por primera vez; pero es que a pesar de su tamaño podía maniobrar con una rapidez inusitada gracias a sus motores diésel, de los más modernos de la época, que se completaban con dos turbinas de vapor que le permitían alcanzar una velocidad máxima muy superior a la de sus oponentes. Como en una versión moderna de la historia de David y Goliat, al poco de iniciarse la Guerra Civil española, el «Sotón» y el «Köninsberg» se encontraron en su camino náutico. Se lo cuento:

A pesar del conflicto, el «Sotón», seguía su trabajo en la zona del Cantábrico realizando transportes de mineral de hierro entre los puertos de Bilbao y Gijón, hasta que en noviembre de 1936 un incidente con el que no tenía ninguna relación estuvo a punto de poner un final prematuro a su historia: resulta que el Gobierno vasco, fiel a la República, había sido capaz de organizar su propia flota, la denominada pomposamente Armada Auxiliar de Euzkadi, y para demostrar su eficacia uno de sus buques decidió capturar un barco de carga alemán llevándolo hasta el puerto de la capital vizcaína.

Lógicamente, la respuesta no se hizo esperar y los germanos hicieron salir de su base en Kiel al «Köninsberg», para que con su mera presencia a pocas millas de la ría del Nervión ayudase a exigir la liberación de sus compatriotas. Ante la amenaza que suponía la enorme nave, se dejó salir de nuevo al mercante después de confiscar su cargamento y detener a un español que se encontraba entre sus tripulantes.

Entonces desde Berlín se dio la orden a los barcos de su flota para que en represalia retuviesen cualquier embarcación de la República Española que se encontrasen en su singladura. El 1 de enero de 1937 el vapor «Aragón» fue apresado por el acorazado de bolsillo «Graaf Spee» en el Mediterráneo andaluz, pero para la propaganda se necesitaba hacer lo mismo con un barco del Cantábrico y el «Köninsberg» lo intentó con el primero que se cruzó en su ruta: el «Sotón».

Según se escribió en el diario de a abordo, a primera hora de la mañana, cuando navegaba cerca de la costa llevando un cargamento de mineral de hierro en dirección a Gijón, se detectó un buque de guerra de gran tamaño que navegaba por mar de fuera con rumbo paralelo al suyo y que en un principio no fue identificado, aunque a la altura de Punta del Águila, en Cantabria, unas lanchas pesqueras que venían huyendo manifestaron que debía tratarse del acorazado «España», uno de los pocos buques que habían optado por el bando franquista. Ante el riesgo de ser capturado, el capitán del «Sotón» mandó virar para refugiarse en la bocana del cercano puerto de Santoña.

Pero en realidad se trataba del «Köninsberg», que se acercaba rápidamente hacia el mercante español intentando detenerlo con señales de banderas. Al no ser obedecido, comenzó a cañonearlo. Entonces el «Sotón», muy cerca ya de la orilla, prefirió quedar varado en el lugar del bajo de San Carlos, aunque en esa situación el capitán no tuvo más remedio que obedecer órdenes y envió al segundo oficial hasta el cañonero para recibirlas por escrito. Los alemanes le hicieron saber que el mercante quedaba bajo su autoridad y en cuanto la marea lo permitiese debía colocarse ante ellos siguiendo el rumbo que les indicaban, ateniéndose a las consecuencias en caso de negativa.

Lo que sucedió a continuación fue lo que todos los españoles podemos suponer y ningún alemán de la época podía esperar: cuando el agua subió y el barco estuvo en condiciones de volver a la mar ya no quedaba allí ni el gato del cocinero. Así que la ira germana se materializó en un último disparo que fue a caer en la bahía de Santoña y el capitán del «Köninsberg», maldiciendo en bávaro, mandó abandonar el lugar. El destino quiso que al poco tiempo el «Sotón» tuviese menos suerte: las bombas de la aviación franquista acabaron hundiéndolo en Gijón; allí estuvo hasta que al final de la guerra pudo ser reflotado por la Comisión de la Armada para Salvamento de Buques; luego aún trabajó muchos años para Duro Felguera hasta que en los años sesenta fue vendido a la Compañía de Navegación Vasco-Asturiana, que acabó desguazándolo en Bilbao.

En cuanto al «Köninsberg», a las 48 horas del incidente de Santoña logró cumplir su objetivo capturando al «Marta Junquera», que pertenecía a la naviera santanderina Vapores Costeros, y lo entregó a la Marina franquista en el Ferrol, aunque se quedó con su tripulación para dejarla volver a tierra a la altura de Lastres.

Éste es también otro curioso episodio que estuvo a punto de desembocar en una catástrofe cuando los milicianos asturianos se prepararon para repeler una supuesta invasión al ver acercarse al gigante de hierro y ver que echaba al mar un bote lleno de hombres. Afortunadamente no llegaron a disparar sus armas y los alemanes abandonaron definitivamente nuestras costas. Después sabemos que el «Köninsberg» siguió sus misiones de guerra hasta que en 1940 fue alcanzado por las defensas de costa noruegas y rematado por la aviación británica cuando participaba en la invasión nazi de aquel país protegiendo el desembarco de la infantería hitleriana en el fiordo de Bergen; y aunque en 1943 se intentó reflotarlo, la operación falló y desde entonces duerme allí el sueño de los vencidos. Ya ven qué historias.