Mieres del Camino,

David MONTAÑÉS

Doscientos años después de su muerte, Gaspar Melchor de Jovellanos sigue siendo un referente político y social cuyo legado intelectual permanece aún teniendo aplicaciones prácticas. El historiador mierense Ernesto Burgos, coincidiendo con la celebración del Día del Libro, fue invitado por la Red de Bibliotecas de Mieres para analizar la vinculación del considerado máximo exponente de la ilustración española con el municipio. Burgos subrayó que Jovellanos se citó con el concejo en múltiples ocasiones, unas empujado por el trabajo y otros por el placer de la amistad.

La apertura de la vieja carretera de Castilla a través del puerto Pajares o el inicio de la extracción de carbón ocuparon durante años sus pensamientos, aunque su pragmatismo le llevó en ocasiones a realzar los valores de otros territorios próximos al Caudal: «Jovellanos llegó a la conclusión de que el carbón de Langreo era de mejor calidad que el de Mieres y por ese motivo apostó por el Nalón», explicó el ponente.

Ernesto Burgos, colaborador habitual de LA NUEVA ESPAÑA, repasó en la casa de Cultura de Mieres la vida de Jovellanos, deteniéndose especialmente en algunos episodios relacionados con el municipio. Habló de su estrecha amistad con los marqueses de Camposagrado, en cuyo palacio de La Villa, ahora convertido en sede del Instituto Bernaldo de Quirós, pasó largas temporadas, y de su estrecha relación con el que fuera su secretario personal, José Antonio Sampil Laviades, natural Oñón. «Fue uno de sus hombres de confianza e incluso se lo llevó a Madrid para intentar mediar con el rey Carlos IV para evitar que Godoy le mandase como embajador a Rusia para librarse de su incomoda presencia en la vida política española».

El historiador mierense también destacó el patriotismo mostrado por Jovellanos durante la ocupación francesa: «El propio Napoleón, su hermano José Bonaparte e incluso un general francés le reclamaron por carta su colaboración, pero el se mantuvo fiel a España», indicó Burgos. No obstante, este profesor sostiene que la muerte del estadista en 1811 le salvó de un final tan injusto como inmerecido: «De haber sobrevivido a la guerra de la independencia, seguramente el rey Felipe VII, uno de los peores monarcas de nuestra historia, le hubiera condenado por afrancesado, como hizo con alguno de sus colaboradores».