La lucha contra el alcoholismo ha sido, desde la época de la Restauración, una de las banderas de la ideología progresista. En este empeño, se vio enseguida la importancia que tiene la educación, ya desde la infancia, para ir cambiando los hábitos y formar así una juventud alejada de este vicio. Las medidas que se extendieron por todo el mundo pasaban por aumentar los impuestos a los fabricantes y regular su producción, llegando al caso extremo de Estados Unidos que decidió la prohibición total de la venta de las bebidas con graduación, pero lo más frecuente en otros países fue que se tolerase, aunque regulando con severidad los horarios de apertura y cierre de las tabernas.

En España la legislación sobre este tema se hizo esperar hasta la ley de Descanso Dominical que lo trató de rebote al establecer en marzo de 1904 la prohibición del trabajo material por cuenta ajena y también del que se efectuase con publicidad por cuenta propia, salvo en el mantenimiento de las industrias y en aquellas circunstancias en que lo exigiese la necesidad, afectando así a los establecimientos de bebidas; pero como ustedes saben de sobra, la ley favorece siempre a los más acomodados, de modo que mientras los cafés, restaurantes y casas de comidas, quedaron excluidos de la norma, ésta recayó con severidad en las tabernas.

El problema surgió con su aplicación en agosto, cuando se vio lo que costaba establecer la diferencia entre lo que eran tabernas y restaurantes, porque los taberneros esgrimieron el argumento de que en todas las barras se servían bebidas y también comidas, ya que los pinchos y los bocadillos se masticaban igual que los manjares más elaborados. Además, como sucede en la actualidad, había quienes desde la ideología liberal defendían la libertad de horarios y quienes, como los socialistas, consideraban que el cierre de las cantinas y la prohibición de las corridas de toros los domingos, contribuían al bienestar de la clase obrera.

Aunque, si había algo en lo que todos estaban de acuerdo, era en afirmar que los libros y el alcohol eran polos opuestos y las escuelas significaban lo contrario de las tabernas, a pesar de que en aquellos años se pareciesen en lo desastroso de sus instalaciones: -«cuadras convertidas en escuelas, locales con grietas enormes en las paredes por donde entra la nieve y el agua, locales a teja vana en donde el maderamen podrido cruje con la acometida del viento?escuelas en las bajeras de los hórreos rodeados de estercoleros, otras contiguas a las tapias del cementerio, por las que los días de lluvia se escurre un caldo espeso y nauseabundo» -se escribía en un informe sobre las escuelas asturianas a principios del siglo XX.

Por eso nos llama la atención el documento inédito que hoy les traigo y que encontré hace unas noches en el establecimiento de restauración que hoy ocupa el noble edificio de la casona de los Galcerán Valdés, en Sotiello. Como remate a una buena cena, sus propietarios tuvieron la amabilidad de dejarme revolver en la caja que aún guarda algunos papeles viejos, sobre las rentas y negocios que se administraban desde allí hace un siglo y entre ellos se encontraba la curiosidad que les voy a transcribir. Aunque antes voy a aprovechar para contarles algunas cosas sobre este lugar.

La casona, a la debemos llamar Palacio de los Miranda, si es que queremos recordar a la familia que le dio su señorío, es uno de los edificios nobles del concejo de Lena, levantado en Sotiello, al inicio de la carretera que sigue la orilla del río Huerna hasta la Cordillera y cerca de Campomanes. Allí está también el solar de los Escalada y la casa de Juan Escosura, declaradas patrimonio arquitectónico civil de interés local, pero ésta es la más importante, tanto por su factura como por su historia.

Tiene una buena construcción, que aunque ha sido reformada con gusto para albergar un complejo hostelero, que promete convertirse en uno de los referentes turísticos de la Montaña Central, aún conserva gran parte de su estructura y elementos como una hermosa galería, balcones, miradores, su horno de pan, las caballerizas, un gran patio con una curiosa fuente e incluso, al otro lado de la carretera, las paredes de la antigua capilla dedicada a Santa Rita.

El origen del palacio está vinculado al Condado de San Antolín de Sotiello, que le fue concedido en 1355 a Gonzalo Bernaldo de Quirós, décimo Señor de la Casa de Quirós y también Señor de Villoria y de Valdecarzana, y desde allí, sus descendientes fueron levantando más tarde sus propias casonas por las Cuencas. En la de Santa María de Llanuces, del Concejo de Quirós, que administraba la familia Valdés desde Sotiello, bajo el escudo en el que lucen las armas de Miranda, Ponce y Quirós aún se puede leer una inscripción en la que se explica que de allí descienden quienes llevan estos tres apellidos, por el matrimonio de don Jerónimo Martín Vázquez de Quirós, el señor de la casa, con doña Inés Ponce de Miranda, señora y poseedora de la casa de Miranda.

No hay espacio para contar toda su historia, pero sí hay que saber que en la casona el cura de Riosa Juan García instituyó el 27 de octubre de 1714 una Obra Pía dedicada a San Pedro, porque éste era también su segundo apellido, con el objetivo de dotar a las doncellas de la zona en el momento de su matrimonio, ayudando de este modo al crecimiento de la parroquia. Su patronato siempre estuvo presidido por los Galcerán Valdés, lo que demuestra la afición de este linaje a las cosas de la religión y a la recta moral católica.

Diferentes ramas de la familia permanecieron allí varias generaciones y todavía en 1955 fallecía en Pola de Lena uno de sus miembros más ilustres, que los mayores aún recordarán. Alfredo Valdés de Miranda, nacido en Sotiello en 1876, que fue médico forense de este concejo y activo colaborador y amigo del polémico político Melquíades Álvarez. Un personaje interesante y culto al que en 1901 la sección de ciencias Morales y Políticas del Ateneo de Madrid encargó la recogida de datos para su Encuesta sobre las costumbres de nacimiento, matrimonio y muerte en España, trabajo del que hablaremos aquí otro día.

Lo que quería era dejar claro es la rectitud de los Valdés para entender por qué en septiembre de 1904, un mes más tarde de la entrada en vigor de aquella Ley, otro de los hijos del linaje, Rodrigo Valdés, dirigió una carta al Iltmo. Sr. Rector de la Universidad de Oviedo denunciando que uno de los enseñantes de primeras letras del concejo se dedicaba además a otra actividad que le parecía impropia. Lean lo escrito y juzguen:

«Más de una vez advertí al Maestro elemental de Puente de Los Fierros, de este concejo, que dejase el establecimiento-taberna que tiene en el citado pueblo porque entiendo que el Maestro no debe ser tabernero por muchas razones que V. S. demasiado sabe. Este mismo apercibimiento lo dirigí a algunos otros Maestros que obedecieron abandonando la taberna y optando por ser maestros. Al Maestro de Puente de Los Fierros ni me bastó advertirle oficialmente, ni particularmente, parece ser que tiene gran afición por el oficio de tabernero y para él debe ser muy acomodaticio ejercer los dos cargos. Pongo estos hechos en conocimiento de V. S. por si entiende que procede tomar alguna medida con el referido Maestro que además, por la noche, es el que más se descuida en cerrar su taberna. Dios guarde a V. S. muchos años. Lena 9 de septiembre de 1904». Firmado.

El 13 de septiembre el Vicerrector Fermín Canella, tras leer la denuncia, remitió el oficio a la Junta Provincial, escribiendo de su puño y letra en el mismo papel su decisión «a los efectos que sean procedentes», acompañando junto a su rúbrica el sello de la Universidad Literaria de Oviedo.

Analizando el caso, lo primero que nos llama la atención es el hecho de que el maestro de Puente de Los Fierros desempeñase simultáneamente y sin pudor dos oficios tan contradictorios, pero lo que más nos sorprende es la afirmación de que también había otros maestros en la zona que compartían la pizarra con el mostrador de una tasca para mejorar así su pobre economía. Les confieso que es algo con que nunca me había encontrado antes y que viene a poner en duda la creencia de que a principios del siglo XX las escuelas eran como un oasis contra el alcoholismo.

Tampoco sabemos como este documento, en el que aún pueden verse los correspondientes números de registro de entrada y salida del vicerrectorado acabó retornando a Sotiello, en vez de quedar archivado en Oviedo. Un misterioso trayecto de ida y vuelta que nos ha servido, después de tantos años, para conocer otra de nuestras curiosidades.