El 22 de enero de 1905 las tropas de élite del ejército zarista, esos cosacos bigotudos y gritones que solían aparecer en los cuentos de nuestra infancia, cargaron en San Petersburgo contra una multitud hambrienta, congregada frente al Palacio de Invierno con la intención de presentar a Nicolás II un escrito que recogía una lista de peticiones para ayudar a solucionar su miseria. Cuentan los investigadores que en aquellos momentos el soberano se encontraba lejos de la ciudad, pero a pesar de todo -cosas de tener el poder absoluto- no pudo negar la responsabilidad en el baño de sangre que dejó en las calles un número de víctimas que los más optimistas dejan en más de 200 muertos y 800 heridos de todas las edades, cifras que los periodistas de la época elevaron a más de 4.000 entre los dos grupos.

Aquel «Domingo Sangriento» abrió una brecha que ya no se iba a cerrar entre el pueblo ruso y la dinastía gobernante, los Romanov, que culminó en 1918 con la abdicación del zar, el fusilamiento de toda la familia imperial a manos de los bolcheviques en Ekaterimburgo y el nacimiento del primer estado comunista.

En la Montaña Central se siguieron de cerca los acontecimientos rusos porque en el mundo obrero estaba empezando a gestarse aquel sentimiento de solidaridad internacionalista que acabó siendo determinante para el éxito del llamamiento revolucionario de 1934.

Además, ni Rusia ni la familia que la dominaba eran unos desconocidos, ya que se recordaba que María Nikoláyevna Románova, hija del zar de entonces Nicolás I, y hermana de Alejandro II, había aportado en 1872 el 50% del capital para la creación de una sociedad destinada a explotar las minas de carbón y hierro asturianas promovida por los banqueros D'Eichtal, con la participación del duque de Riánsares y en la que habían trabajado muchas familias del Nalón. De modo que para recordar el «Domingo Sangriento» y protestar contra sus consecuencias, se convocaron varios actos que tuvieron una nutrida concurrencia.

En el archivo municipal de Mieres se guarda el panfleto que editó la Agrupación Socialista de Turón llamando a un mitin que debía celebrarse en la localidad a las tres de la tarde del domingo 19 de febrero. En su texto encontramos algunos párrafos que nos resumen la indignación con que se vivió aquel momento:

"Ciudadanos: los crímenes cometidos en las calles de San Petersburgo, nos demuestran cuan humana es la sociedad actual con los indefensos proletarios que reclaman un poco de lo mucho que les pertenece?ancianos, niños, mujeres e indefensos obreros han pagado con su vida, arrebatada de forma traidora por los defensores del Zarismo, años de sufrimiento, de opresión y barbarie, de esclavitud y látigo, de prisiones y torturas, de expatriaciones y deportaciones a temperaturas glaciales, en fin de todo aquello que ha constituido la forma de gobierno brutal y sanguinario del imperio moscovita, de ese imperio blanco como el sudario de la muerte y frío y amoratado como el cuerpo de un ajusticiado».

Quien redactó este pasquín conocía bien la situación rusa. El gran país había crecido en la última década del siglo XIX gracias a la entrada del dinero extranjero que favoreció su industria; en consecuencia y, como sucedió en otros lugares de Europa, muchos campesinos dejaron sus pueblos para atender la demanda de mano de obra que necesitaban las fábricas y se trasladaron en masa a las ciudades. Allí malvivían hacinados, sin derechos y trabajando duramente más de 16 horas para recibir a cambio salarios de miseria: habían cambiado su condición de siervos por otra que se le parecía mucho, donde, por ejemplo, participar en una huelga se castigaba con trabajos forzosos.

La entrada del siglo XX fue aún peor, porque la crisis económica forzó a cerrar muchos talleres, con lo que las calles se llenaron de despedidos que tampoco podían retornar a un campo arruinado por las sequías y anclado en unos sistemas de cultivos medievales. Para colmo de males, la mala política del zar embarcó a su pueblo en una guerra contra Japón, donde se puso en evidencia el atraso de su ejército. La sucesión de derrotas ocasionó una sangría constante de vidas jóvenes y un descontento generalizado, que, sumado al hambre que crecía entre los humildes, había conducido a una protesta generalizada y a los trágicos sucesos de San Petersburgo.

El socialista turonés tampoco se equivocó en sus predicciones sobre el futuro de Rusia: «El zarismo está cadavérico, no tardará en finalizar. Indefensa sangre ha enrojecido las heladas y nevadas calles de la capital rusófila. Las blanquecinas sábanas por motivo de los fusilamientos infames, tomaron el tinte de la bandera roja, bajo la cual se agrupan todos los que desean luchar por establecer el reinado de la paz?».

Por último, la proclama se cerraba con un llamamiento propio de los afanes pacifistas que todavía se defendían en aquel momento: «¡Trabajadores! Descubrámonos ante los fusilados cuerpos de nuestros compañeros los explotados rusos, y gritemos, muy alto para que nuestros tiranos nos oigan: ¡Abajo los asesinos del mundo entero! ¡Viva la paz universal!».

Al otro lado del cordal que separa las Cuencas Mineras, los obreros de Langreo también se agitaban en el mismo sentido y unieron el homenaje a los muertos de San Petersburgo con las demandas habituales que defendían en sus mítines. En el diario «El Noroeste» encontramos el resumen del que se celebró el día 27 de marzo de 1905 en el patio de don Ángel Roces, con una numerosa concurrencia entre la que se encontraban muchas mujeres.

Los primeros en hablar fueron los oradores Perfecto García y José Meneses, pero el discurso más esperado era el de Eduardo Varela, un conocido propagandista de entonces que comenzó su intervención manifestando sus dudas por estar a la altura que demandaban las circunstancias internacionales. Así que para analizar aquellos acontecimientos recurrió a esa muletilla, que cada vez se escucha menos en los políticos y más en los conferenciantes, y que consiste en pedir la benevolencia del público antes de entrar en materia.

Según la información que publicó el cronista del periódico, el activista repasó la historia del movimiento industrial que se estaba desarrollando en Rusia y del estado autócrata que regía aquella nación para detenerse en los grandes literatos que con sus que con sus conocimientos impulsaban a aquel pueblo a la civilización.

«No importa -dijo- que los sicarios del pueblo moscovita hayan ensangrentado las calles del Imperio. El zarismo se tambalea, caerá, caerá irremisiblemente para no volverse a levantar más. La Historia con sus irrefutables hechos así nos lo demuestra; ¿Más no creáis trabajadores que el régimen autócrata ha de ser sustituido por medio de la revolución social, por un régimen igualitario. Eso es hoy por hoy imposible».

Al historiador no deja de sorprenderle el acertado análisis que eran capaces de hacer aquellos hombres sobre una realidad tan lejana y su clarividencia para adivinar un futuro que acabó desarrollándose paso por paso tal y como ellos lo imaginaban, en contraste con la absoluta incertidumbre que hoy se vive sobre la resolución de la crisis que nos ahoga.

Vean como siguió su discurso y sorpréndanse: "La misma burguesía que hoy lucha al lado de los obreros se encargará de impedirlo, así pues, esto no es más que un preludio de lo que ocurrirá cuando la clase trabajadora, suficientemente organizada, tenga fuerza bastante para acabar con todos los regímenes de las injusticias existentes".

Luego puso punto final a este capítulo con otras consideraciones sobre la figura de Nicolás II, que a su modo de ver no era ni más ni menos que un maniquí manejado por sus consejeros y pasó a tratar el tema de las subsistencias, reclamando del Gobierno su abaratamiento y la apertura de obras publicas "donde encuentren colocación los muchos obreros que huelgan por fuerza".

Los hechos del Domingo Sangriento iniciaron una cadena de protestas por todo el Imperio que por vez primera se vio al borde de una revolución: los campesinos ocuparon las tierras en algunas regiones negándose a entregar las cosechas a los terratenientes y las huelgas paralizaron las industrias También sirvieron para unir a la clase obrera de todo el mundo, que respondió unida ante la agresión e incluso, en otro bucle de la historia, en cierta forma llegaron hasta nuestra época, animando la lucha de quienes vivimos la transición española gracias a «El Acorazado Potemkim», esa película que supo dar un salto en el tiempo para contarnos los enfrentamientos entre humildes y los poderosos que se dieron poco después en el seno del ejército ruso. Y es que el mundo es un pañuelo y la sangre -ya se sabe- muy escandalosa.