En mayo de 1968 París vivió la última revuelta romántica de la historia de Europa. Los estudiantes de la Sorbona levantaron los adoquines de las calles para buscar la Libertad que debía esconderse debajo, pero nunca la encontraron. En España las cosas iban más despacio, el franquismo aún gozaba de buena salud y la oposición se movía entre la clandestinidad y las pocas rendijas que dejaba la censura. Era tiempo de huelgas en los tajos y en la Universidad, de intelectuales que iban colando alguna crítica en revistas de poca difusión, canciones-protesta, obras de teatro o películas para minorías y, en medio de aquel ambiente, hasta un sector de la Iglesia empezaba a identificarse con las necesidades de los humildes y las reivindicaciones de los perseguidos.

Los sacerdotes de algunas parroquias mineras tomaron claramente este camino preocupandose por el porvenir social y también religioso que esperaba a sus feligreses ante el desmantelamiento industrial que estaba en puertas y en el equipo parroquial de San Juan de Mieres coincidieron en aquel momento dos de los representantes más destacados de aquel movimiento no organizado que se extendía por las zonas obreras del país: José María Díaz Bardales y Nicanor López Brugos.

El primero falleció en marzo de 2012 después de llevar media vida como párroco de Nuestra Señora de Fátima, en La Calzada, un barrio gijonés que creció a partir de las numerosas familias de mierenses que llegaron hasta allí forzados por el cierre de la Fábrica y dejó tan buen recuerdo que los vecinos no tardaron en dar su nombre al parque que se abre frente a ese templo; el segundo, don Nicanor, aún tiene cargos de responsabilidad en el Obispado y especialmente en la Fundación Vinjoy, pero sigue estrechamente vinculado a la Cuenca del Caudal.

Coincidiendo casualmente en el tiempo con aquel mayo parisino, se imprimió en Barcelona un trabajo realizado por iniciativa suya que tenía el objetivo de estudiar las características sociales que se vivían en las parroquias de la Cuenca del Caudal para poder desarrollar mejor la labor pastoral, pero que visto con la distancia que dan los años se ha convertido en un documento único para conocer como éramos en aquel momento.

Llevaba el título de «Estudio sociorreligioso y de pastoral de conjunto de los valles del Caudal, Lena y Aller» y se encargó de hacerlo el Instituto de Sociología y Pastoral Aplicadas (ISPAS), un centro de investigaciones socio-religiosas que ya había publicado en 1966 otros trabajos sobre la vida social de la zona de Mieres-Aller y del Nalón, en el que nos detendremos otro día.

Ahora vamos a intentar resumir algunos datos curiosos del informe de don Nicanor sobre los tres concejos del Caudal que según el censo de 1965 sumaban más de 106.000 habitantes, de los cuales 66.330 residían en Mieres. Lo dividió en seis capítulos, los dos primeros sobre aspectos generales y el resto ya específicamente religiosos.

La primera parte se iniciaba describiendo detenidamente los condicionantes geográficos del territorio y luego hacía un buen resumen de su historia, aunque incluyendo algún error de bulto, como la afirmación de que el obrero «mierés», entendiendo como tal al de los valles del Caudal y del Aller, había sido desde principios del siglo XX «ferviente partidario del extremismo anarquista». Seguramente el empleo de «mierés» por «mierense» se debe a una mala traducción del libro del que se sacó esta opinión, publicado en 1953 por la historiadora libertaria francesa Renée Lamberet, quien arrimó el ascua a su sardina olvidando que el movimiento revolucionario del Caudal fue básicamente socialista y no anarquista, como sí pasó en el Nalón. Pero el error se disculpa por la falta de bibliografía sobre el tema de que se disponía en aquel momento.

A continuación el estudio pasaba a la economía. Entonces había en Mieres 6.007 mineros, un 31,8% de la población activa, y la tendencia era claramente a la baja, ya que la cifra era la mitad de la que se podía contar en 1950, y lo mismo sucedía en los otros dos concejos. Junto a este dato se anunciaba la previsión de que «la actual crisis que atraviesa la industria carbonera terminará por imponer grandes cambios en la estructura económica de la zona que más pronto o más tarde repercutirán en la mentalidad y modos de vida de la gente», y a esto se sumaba la creación de la gran planta de Veriña, que iba a acabar con el polo industrial de Mieres, forzando a muchas familias a emigrar a Gijón y a otras a adaptarse a nuevos tipos de trabajo.

Como norma general, la tendencia de la población era al crecimiento en aquellos núcleos situados por debajo de los 300 metros, mientras que los pueblos pequeños y especialmente aquellos emplazados a más de 500 metros parecían condenados a desaparecer. Respecto a la edad de los habitantes, se aportaban unos datos que entonces alarmaban y que hoy firmaríamos encantados: los mayores de 60 años eran el 10,3% de la población en Mieres y Aller, mientras en Lena alcanzaban el 16,2%, con un porcentaje aún mayor entre las mujeres.

Un punto importante se refería a los aspectos sociales de la vivienda, porque -se preguntaba don Nicanor- ¿cómo hacer comprender al hombre que no dispone de una casa decente o que no puede dar instrucciones a sus hijos o que no come lo suficiente, o que se ve abandonado por la sociedad, que Dios es bueno y justo? El precio de los pisos no era barato, sobremanera en Mieres por la abundancia de la nueva construcción y además el porcentaje de quienes eran propietarios de la vivienda que habitaban no superaba el 38%.

Este primer apartado se cerraba con una descripción pormenorizada de las escuelas y los establecimientos sanitarios de la zona y la recomendación de que convendría mejorar las enseñanzas profesionales para ayudar a dar una salida a «la apurada situación en que se hallan actualmente estos valles».

La segunda parte del informe estaba dedicada a la vida comunitaria, abordando aspectos generales de su estructura, describiendo los grupos y clases sociales y las tensiones entre ellos; la vida cultural, las asociaciones y el grado de participación en las mismas. Lógicamente no se hacía mención de ningún partido ni de más sindicato que el oficial, y dejando de lado a las deportivas o estrictamente lúdicas, las principales agrupaciones estaban en Mieres: el «Club Unesco», el «Fomento artístico mierense» y el «Centro Cultural y Deportivo mierense».

Uno de los puntos más llamativos de la publicación del ISPAS trata el problema del alcoholismo. Juzguen ustedes este dato: mientras la media española era de 91,2 litros por año y hombre adulto -entonces no se tenían en cuenta para estas cosas a las mujeres-, en Mieres subía a 443 litros y en Aller a 577 litros, es decir, casi dos litros por día, que aunque sean de sidra, no deja de ser una exageración. Y es que, en general, -se escribía- «el clima moral social, más que malo en sí es hijo de la falta de cultura y de las rudas condiciones en que han de desenvolverse tanto laborales como sociales y humanas».

Como adelanté más arriba, el estudio se hizo principalmente con una finalidad religiosa y por eso se dedicó en gran parte a cuestiones relacionada con el culto como el número, sexo, edad u otras condiciones de los católicos practicantes. Así recogió que entre los denominados "misalizantes dominicales", es decir quienes iban a misa una vez por semana, había más mujeres que hombres, y aunque el porcentaje variaba mucho entre zonas, el más bajo era el de Mieres. En cuanto a su edad, la mayor parte de los asistentes estaban entre los 30 y los 49 años y descendían considerablemente a partir de los 50, bajando progresivamente, de manera que eran muy pocos los de más de 70 años. Vean como han cambiado las cosas.

Seguían otras reflexiones sobre la vida sacramental, la pertenencia a asociaciones religiosas, la asistencia a cursillos de cristiandad, la oración en familia, la creencia en Dios y la Iglesia o la opinión sobre los curas, a partir de datos obtenidos gracias a una encuesta realizada entre la población. A continuación se exponía la situación pastoral en la Montaña Central; las vocaciones, donde destacaban las parroquias alleranas, y el número de sacerdotes: entre los 3 concejos había 56 religiosos en activo. 16 en Aller, 11 en Lena y 29 en Mieres. Unas cifras que ahora parecen de ciencia ficción ante el ventarrón que viene sacudiendo los seminarios.

Finalmente, los últimos apartados buscaban adecuar las respuestas que las parroquias locales debían dar ante sus comunidades para moverse a su mismo paso sin quedar descolgadas ante los cambios que se preveían. Me consta que Nicanor López Brugos lo intentó, pero solo pudo conseguirlo en parte, porque fuera de la Biblia es muy difícil que David pueda vencer a Goliat.