César Rubín nació en Yenu La Cuba, un lugar cercano a La Faidosa, o Fayosa como él prefería decir, que convirtió en el epicentro de sus 87 años de vida, hasta su fallecimiento el 15 de febrero de 2008. Fue minero, vigilante de interior en Mina Llamas durante más de cuatro décadas, colaborador en todas las revistas locales de su época y prolífico escritor de novelas y versos. Incluso el RIDEA le publicó en 1981 su "Diccionario minero-astur", que con el tiempo y el auge de la filología asturiana ha crecido en valor aunque lo olviden aquellos que deberían defenderlo.

Según un cálculo aproximado. Su archivo guarda más de 22.000 folios mecanografiados y casi trescientas obras concluidas, la mayor parte de ellas inéditas. Quienes hayan leído alguno de los libros que sí pudo editar, sabrán que su legado debería tener mayor reconocimiento.

Cuando murió, traje hasta esta página sus interpretaciones arqueológicas sobre el monte Llosorio, y ahora, después de una década, quiero volver a recordar este asunto porque me parece que es bueno para que veamos como la historia de la Montaña Central no puede quedarse en los tópicos de siempre.

Pude tratar a Cesar Rubín en su madurez, cuando él tenía aproximadamente los mismos años que yo tengo ahora, pero nuestras conversaciones no se centraron en la literatura, sino en la arqueología. Y es que, sin tener más formación histórica que algunas lecturas y guiándose solamente por su memoria y sus buenas intenciones quiso ver en la alturas de Ablaña un lugar extraordinario con un amplio catálogo de restos megalíticos.

El álbum de Fiestas de San Xuan de Mieres del año 2000 incluyó un resumen de su teoría elaborada con originales interpretaciones lingüísticas y recuerdos personales, imposibles de confirmar, pero que debemos tener en cuenta porque en medio de tanta humareda aparecen pequeños fuegos en los que sí pueden seguirse pistas científicas.

Según su interpretación, el picu Siana nunca se denominó así, sino peña Cimera. A su lado está Roiles, el punto más alto de la zona, con 689 metros, cuyo nombre derivaría de del plural de redil: rediles. Decía Rubín que allí habría vestigios de un foso circundante por lo que puede asegurarse "que fue un castro pastoril, del hombre del Paleolítico". La realidad es que el topónimo de Siana aparece documentado desde hace siglos y que nuestros ancestros del Paleolítico nunca vivieron en poblados sino en cuevas, pero sí: el foso existió y su posible importancia arqueológica está pendiente de estudio.

Por otra parte, Llosoriu, también estaría mal dicho. Lo correcto sería Luxorio, a partir de la unión del nombre del dios Lux al que se habría dado culto desde esta altura situada sobre el río sacro de Riosa: Lux so río. Y las fuentes próximas de Maruxa y Meruxega también tendrían raíz celta. En el mismo artículo, el escritor señaló que en aquellos montes también se habían emplazado un dolmen y un crómlech, pero de tan fantásticas dimensiones que nos encontraríamos ante uno de los yacimientos más excepcionales del mundo.

Yo tenía noticia de todo esto porque unos años antes de que se publicase el artículo en el álbum festivo Cesar me había dado un trabajo mucho más amplio detallando su teoría; entonces le expuse mi opinión con los errores de fondo que había notado y a la vez el convencimiento de que en esa zona sí podía haber restos relacionados con el Neolítico, a partir de una prueba que él me dejó estudiar una temporada en mi domicilio y que espero que se sigan conservando.

Se trataba de dos pesas de telar con perforación central y una de ellas con signos de pulido artificial, que había recogido su madre Nieves Rubín en 1905. Resultan difíciles de datar sin técnicas de laboratorio ya que no responden a ninguna tipología y por lo tanto no sabemos si podemos situarlas en la romanización o la Edad Media, pero según su testimonio, aparecieron junto a un "lirio" de sílex, con forma de cigarro puro que tenía 15 cm de largo por 2,5 cm de grosor, lo que, si interpretamos lo del sílex como cuarcita, diorita, ofita u otro material por el estilo, podría llevarnos hasta el neolítico.

Desgraciadamente esta última pieza sí se ha perdido, pero lo sorprendente es que Rubín contaba que las tres piedras se habían encontrado cuando su abuelo voló con dinamita en 1905 un dolmen que los vecinos conocían como "La Mesona", emplazado en la meseta de La Esniella, por encima de La Fayosa.

El monumento tenía tales dimensiones que un carro del país tirado por dos vacas pasaba holgadamente entre sus piedras, y se destrozó para construir unas terrazas en dos casa de la Peña´l Cuervu; a su lado otro túmulo de menor entidad también fue arrasado por un buscador de tesoros, un ayalgueru, llamado Patina. También en La Esniella se encontraba un cipo o estela cuadrangular, que el denominaba "miliarium", de 1,20 de altura por 0,50 de lado.

Cesar Rubín lo definía todo como "vestigios de la cultura megalítica", pero además aseguraba haber visto en su infancia otro lugar excepcional: el crómlech de Camparrionda. Fue en 1926, en el curso de una excursión familiar hasta el Luxorio, y allí, próximo a su base, en una pradera plana y asombrosamente circular con un ligero foso pudo contar 18 piedras hincadas equidistantes que rodeaban la campera y en el lado norte un pórtico de mayor altura.

Según su relato, su padre midió el conjunto con pasos, resultando un diámetro de unos 60 o 70 metros. Cesar tenía en aquel momento cinco años de edad, por lo que sorprende que haya podido guardar con exactitud el número de hitos y la medida obtenida por su padre, pero ya es imposible corroborar estos datos porque, siempre como él lo contó, las piedras hincadas y el trilito del pórtico fueron trasladados para construir cabañas y la misma campa cubierta por una escombrera de Hunosa.

Los crómlech, como seguramente ustedes sabrán, son monumento megalíticos formados por piedras hincadas de grandes dimensiones que hacen un círculo o una elipse. Cuando están bien conservados unen a su interés histórico un valor añadido como atractivo turístico. Stonehenge al suroeste de Inglaterra, es el más conocido y para que se hagan una idea su diámetro ronda los 30 metros.

El crómlech de Camparrionda tal como lo imaginó Cesar Rubín sería menos impresionante por el tamaño de sus piedras, pero de haber existido, las dimensiones de su conjunto lo harían sorprendente.

Lo que parece innegable es que Rubín, como suele sucedernos a todos, basándose en unos hechos ciertos como el propio nombre de "La Mesona", que sí indica una estructura con esa forma dolménica, fue alimentando de manera inconsciente su memoria hasta convertir lo que fue en lo que él quería que hubiese sido.

Una prueba está en la comparación de sus propios recuerdos escritos. Veamos por ejemplo lo que se lee en el informe que tengo en mi archivo, sobre aquella visita infantil: "Por el Norte, que coincidía con la dirección de la arista orográfica se levantaba el pórtico: dos columnas de piedra de mayor altura que los fitos. Ignoro si en los tiempos anteriores llevó dintel o travesaño". Sin embargo, en el álbum de Fiestas su testimonio fue otro: "Por el lado Norte se alzaba el airoso pórtico y para tocar el dintel se esforzó mi padre cuanto pudo".

Rubín perteneció al círculo de mierenses que desarrolló su actividad cultural en la década de los sesenta alrededor del semanario local "Comarca". Ellos vivieron la mejor época de Mieres. Entonces el número de sus habitantes doblaba el actual, el comercio florecía y no se conocía la palabra crisis. Superando el contraste de ideologías que coincidían a la fuerza en sus páginas y al margen de las limitaciones marcadas por la censura franquista, que hizo acabar a uno de sus colaboradores en prisión por publicar un poema al estilo lorquiano sobre la Guardia Civil, todos tiraron por elevación en la defensa de los intereses de este pueblo.

En una ocasión, con la osadía de un adolescente que empezaba a publicar pequeñas notas históricas en revistas de asociaciones y boletines de todo tipo, le comenté a Benjamín Álvarez "Benxa" que una de las informaciones que él acababa de publicar en su "Laminarium de Mieres y Lena" era imposible de confirmar y seguramente no era cierta. Él me explicó que, a falta de más datos, el caso era despertar la curiosidad y otros acabarían teniendo la misma duda que yo y con el tiempo se acabaría por interpretar correctamente algo que de otra forma se habría perdido para siempre.

Comprendí esa filosofía, poco rigurosa pero sin duda eficaz. Seguramente César Rubín también la aplicó en sus teorías arqueológicas: "si non è vero, è ben trovato".