La vida que Rosana pinta de colores: una joven mierense con una "enfermedad rara", apenas sin visión, expone sus cuadros y poemas en la Casa de Cultura

Rosana Casasola Díaz ha vendido, en menos de un día, la mitad de las obras de la muestra, "empecé a pintar porque me sentía muy sola"

Rosana Casasola Díaz, con su madre Maye, en la Casa de Cultura de Mieres.

Rosana Casasola Díaz, con su madre Maye, en la Casa de Cultura de Mieres. / C. M. B.

Todo hubiera sido distinto si uno de sus genes no hubiera mutado. Lo más seguro es que se moviera airosa, sin esa silla de ruedas. Vería y oiría perfectamente. Pero también es cierto que quizás nunca hubiera cogido un pincel. Y el mundo tendría ahora menos colores.

Rosana Casasola Díaz -"ponme los dos apellidos, que si me quitas el Díaz me quitas una parte de mí", dice- es una joven mierense, de veinte años, diagnosticada del síndrome de Hurler. Es una dolencia enmarcada en las conocidas como "enfermedades raras", un azar duro que afecta a menos de cinco de cada 10.000 personas. Afecta severamente a su movilidad. En los últimos años, ha perdido oído y su visión está gravemente afectada. Cuando se cambió al instituto, también se quedó sin la mayoría de sus amigos de la infancia: "Empezaron a alejarse de mí". Así que cogió un boli y comenzó a escribir, a sacar fuera todas las letras que le dolían. Luego empezó a pintar, a dibujar el mundo de colores que le gustaría para ella. Ahora expone en la Casa de Cultura de Mieres una muestra de 35 cuadros que está siendo un éxito. En menos de veinticuatro obras, ha vendido ya la mitad de su obra.

Entrar en la sala de exposiciones es entrar en un mundo distinto. Uno lleno de colores, de mariposas rosas y bailarinas que quieren tocar el cielo. Dentro del local de la Casa de Cultura, esperan Rosana y su madre, Maye Díaz. "Me hace ilusión acompañarla", sonríe la mujer. Y a Rosana Casasola Díaz no le importa que su madre pose con ella, "faltaría más". Tienen un vínculo que parece imposible de romper. "Siempre hemos estado muy unidas", afirma, emocionada, la madre. Desde que la joven era una niña muy pequeña rodeada de médicos y enfermeras que la tenían que pinchar. Y le decía a Maye: "Mamá, no llores, que te quedas como un osito". No quería que se le corriera el rímel.

Rosana Casasola Díaz, con algunos de sus cuadros, en la Casa de Cultura.

Rosana Casasola Díaz, con algunos de sus cuadros, en la Casa de Cultura. / C. M. B.

Y así pasó -y pasa- muchos días. Hospitales, dolor. Y luego, un golpe inesperado: "Cuando dejé de ir al colegio y pasé al instituto, cuando ya tuve que tener la silla (de ruedas) siempre, la mayoría de mis amigos me dieron de lado. Fue entonces cuando fui realmente consciente de mi enfermedad y de todo, me sentía muy sola". En este punto, matiza la madre que "nunca le hicieron bullying, eso es así. Pero yo veía desde la ventana como se escondían de ella cuando iba para el instituto, fue duro porque no pensamos que nos pudiera ocurrir esto en Mieres". Rosana Casasola Díaz hizo de ese mal momento una virtud. Fue entonces cuando empezó a escribir lo que más le costaba entender, plasmándolo en poemas como los que expone ahora en la Casa de Cultura: "Palabras con un peso sentimental que nadie respeta, amistades que adornan los buenos momentos pero en los malos te abandonan en la inmensa soledad...".

Los inicios

Por aquella época, tuvo una operación "muy fastidiada" de espalda. En plena recuperación, cogió un pincel y pintó sus primeras obras. "Me gusta pintar cuando estoy contenta, voy a una clase de manualidades y pinto lo que imagino. No hago mucho caso de lo que me dice la profe", ríe la joven. Si la imagen sale de su mente, pinta sin apenas ver. Cuando quiere inspirarse en una imagen, hace una foto con el móvil y la aumenta hasta intuirla: "No tardo mucho en pintar, me gusta muchísimo", reconoce. Como su movilidad está reducida, dibuja con trazos muy cortos. Eso hace de su pintura una obra distinta. Genial.

Recorre la sala con la silla y se para frente a una obra compuesta por cuatro pinturas. "Fue un reto de papá (Lito Casasola). Me dijo que, ya que pintaba tan rápido, a ver si era capaz de crear una obra compuesta por cuadro cuadros. Y lo hice". Una bonita estampa primaveral; con luz, colores y un árbol que parece tapar al sol. Para su madre pintó dos obras sobre moda -tiene una tienda de ropa-, mujer y empoderamiento. "Soy muy feminista", matiza. Y uno de sus favoritos es un paisaje nevado con una cabaña de madera. Fue el primero que vendió poco después de inaugurarse su exposición, ayer en la Casa de Cultura "Teodoro Cuesta". Al mediodía de hoy, estaban adjudicadas ya la mitad de sus obras. La muestra estará abierta hasta el 30 de este mes.

Cuando casi termina el recorrido, entra por la puerta Miguel Fernández. Es el padrino de Rosana Casasola Díaz. "El padrino loco", le llama ella. Emprende retos deportivos para recaudar fondos para investigar el síndrome de Hurler. Ha conquistado ya catorce cimas asturianas, y algo anda tramando ahora: "Ya te contaré mi nuevo reto", le dice a la joven. Le pide que escoja su cuadro favorito, y ella duda. Señala una obra de una mujer, alumbrada por la luna, que se mece en un columpio enorme. Tiene dueña: lo dibujó para una víctima de violencia de género que logró salir de la oscuridad y volver a respirar tranquila. "Colúmpiate en la vida", lo nombró Rosana.

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