Los yacimientos prehistóricos que enterró la minería a cielo abierto en las Cuencas: "Fue una salvajada, el daño es irreparable"

Los trabajos etnográficos recopilados por el investigador Chus García constatan la desaparición de restos de túmulos y petroglifos en zonas como el Llosorio, Coro Bello, Polio y Figaredo

Terrenos del monte Llosorio en los que se explotó una mina a cielo abierto.

Terrenos del monte Llosorio en los que se explotó una mina a cielo abierto.

La empresa estatal Hunosa comenzó en 1977 a explotar minas a cielo abierto en los cordales de las Cuencas dentro de los planes de acceso a nuevos yacimientos y reducción de costes. En poco tiempo, la minería de exterior se propagó por los montes de la comarca del Caudal. San Víctor, La Matona y La Mozquita fueron las principales explotaciones, pero hubo otras muchas de gran tamaño, como la del Llosorio o Coto Bello. Se llegaron a extraer 821.000 toneladas de carbón anuales, pero con un alto impacto ambiental y paisajístico. Además, hubo otro quebranto de calado histórico. El patrimonio arqueológico que se malogró nunca ha sido evaluado oficialmente. Lo más parecido a un inventario sobre esta pérdida lo han elaborado los propios vecinos, que en muchos casos siguen nutriéndose del trabajo que realizó José Manuel González y Fernández-Valles, padre de la arqueología moderna en Asturias. Sus publicaciones de los años 70 siguen manteniendo su carácter de referencia indispensable para estos estudios, como destaca el historiador Ernesto Burgos.

El idolo de Grameo.

El idolo de Grameo. / Archivo de Mieres

Chus García ha dedicado muchas horas de su vida a catalogar los yacimientos arqueológicos que la minería a cielo abierto ha sepultado, acabando así con unos vestigios de enorme valor para entender el pasado del territorio. La tarea le ha llevado años de búsqueda. No necesita muchas palabras para resumir el balance: “Fue una salvajada”

El inventario arqueológico que recoge los yacimientos destruidos por la minería a cielo abierto en la comarca del Caudal salpica casi todo el territorio. Chus García cita en primer lugar la necrópolis que el profesor González y Fernández-Valles catalogó cerca de la cumbre del Llosorio. El lugar concreto recibe el nombre de Kentu L'Ayaga. “En esta zona se identificaron cinco dólmenes y restos de otros cuatro”, señala Chus García. “La actividad minera se lo llevó todo por delante. El daño es irreparable”, puntualiza.

En la explotación a cielo abierto situada en la zona alta de Polio también se han perdido cuatro túmulos, igualmente catalogados en su momento por Fernández- Valles. Siempre siguiendo las investigaciones realizadas por Chus García, un registrador de la propiedad inventarió en Coto Bello otros seis túmulos que desaparecieron tras el inicio de los trabajos mineros de exterior en el monte allerano. “En este caso se hizo un intento para paralizar los trabajos y hacer una excavación de rescate y poder recuperar parte del yacimiento, pero a la semana siguiente ya se habían destruido dos de los túmulos”, señala García. El reconocido etnógrafo mierense lamenta la "desidia" que mostraron las administraciones públicas en los años ochenta a la hora de proteger un legado histórico cuya pérdida terminó siendo irreparable.

Chus García señala a la minería a cielo abierto que se desarrolló por encima de Minas de Figaredo como la causante de la que posiblemente sea la pérdida más sentida en Mieres en cuanto a legado se refiere. Se trata de un antropomorfo, esto es, un grabado que recuerda la figura humana. De este vestigio solo ha quedado una fotografía y la reseña que dejó José Manuel González y Fernández-Valles, recuperada por el historiador Ernesto Burgos en una de sus artículos para LA NUEVA ESPAÑA: «En una travesía por el cordal de Llongalengo, que separa los valles de Aller y de Turón, realizada el 4 de julio de 1974, localizamos en lo alto de un estrato de arenisca cerca del Pico Navaliego tres piedras con cazoletas que en total suman 11, de las que la más honda, abierta de arriba abajo ocupa el punto más alto del crestón”.

Finalmente, durante otra travesía, partiendo del término de Pandoto en el propio cordal de Llongalendo, llevada a cabo el 12 de septiembre de 1974, el profesor y sus acompañantes localizaron sucesivamente, marchando de Oriente a Occidente, varias cazoletas en rocas espaciadas, un antropomorfo y algún otro elemento en unas rocas situadas sobre el lugar de Grameo, y otra estación con recipientes cuadrados y otros motivos en el Pico El Salguero.

El pequeño ídolo de Grameo terminó desapareciendo y su imagen, apunta Ernesto Burgos, “se ha convertido poco a poco en un símbolo local, motivo de pegatinas y cabecera de panfletos asturianistas en los años 80, repetido en chalecos de grupos de baile y hasta emblema del polideportivo de Santa Cruz”. 

La restauración de antiguas minas a cielo abierto se incluye dentro de las actividades medioambientales de la empresa estatal Hunosa. Las reforestaciones fueron la punta de lanza de del plan de la empresa pública pública para recuperar la calidad ambiental y paisajística de superficies afectadas por la explotación minera, disminuyendo el impacto visual de los taludes restaurados y recobrando el potencial forestal de esas zonas. La mayoría de los terrenos han vuelto a integrarse en un paisaje verde y las cicatrices solo se aprecian realmente desde imágenes aéreas. Al patrimonio arqueológico perdido hace más de cuarenta años ya no hay manera de rescatarlo. No hay replantación posible. “La nula sensibilidad cultural de aquellos años provocó un expolio que lamentaran las futuras generaciones”, apunta Chus García.  

Suscríbete para seguir leyendo