Hace tiempo que se fue Inocencio Urbina Villanueva, máximo exponente de una familia "pegada" a las corrientes pictóricas, tanto en el marco habitual del trabajo a golpe de "brocha gorda", como teniendo por norte el encanto de una expresión y unas coordenadas con huella inolvidable. Y lo hizo de una forma sencilla, casi silenciosa, a su manera y estilo que en realidad había sido su norte durante el largo proceso de una vida activa. Eso sí, dejando para la posteridad una huella imborrable, tanto en el pleno conocimiento y reconocido de su gigantesca obra, como formado parte, dada su calidad de enseñante, del sello de sus muchos alumnos.

Alguien dijo en su día que "todos sabemos en Mieres, Asturias y buena parte de España, que Inocencio Urbina es pintor romántico en su arte, expresivo en la captación y plasma una pintura personal, dejando huella de ello con la extensa obra de muchos años recorriendo galerías, certámenes, cuelgas y concursos. ¿Pero quién es - en este caso, fue- Inocencio Urbina?

Difícil resulta, a la altura de estos tiempos, con el telar de una forma de vivir interiormente, dejar constancia fehaciente de esta figura del arte pictórico que sembró de belleza, gestos, realidades y constancias el mapa artístico de Mieres, durante su larga andadura. Si bastase decir que fue un hombre pegado a la pintura, que hizo una altar de su personalidad, con entrega total y enarbolando la bandera de Mieres, su patria chica, en tantos y tantos escenarios del arte universal, con un estilo propio, escenificado en las condiciones del hábitat para dejar constancia de unas realidades que pocos cantaron y menos otros escucharon, quizá fuese suficiente para determinar las esencias de su gesta. Pero no?

De su padre Inocencio Urbina del Castillo, pintor -decorador estilista, estudiante en su día de la Escuela de Artes y Oficios de Madrid - nació la tendencia, movidos los primeros resortes a través de la obligatoriedad de cumplir con sus obligaciones profesionales. Pero existía esa rebeldía lógica de quien desea separar, incluso romper, la línea de los artesanos con lo artístico, pese a que el ambiente familiar señalaba el camino de lo primero. Pero ya de niño y adolescente, el pequeño Chencho mostraba su personalidad fuerte en las decisiones y sentía el deseo de moverse por otros caminos de ilusión y creatividad.

Un día, en pos de sentimientos y sensaciones, mostró al núcleo familiar un autorretrato, el primero de todos. Y la respuesta surgió de boca de su progenitor, como por encanto: "Creo que debo darte la oportunidad de otra alternativa". Así se rompieron amarras, se superaron deferencias y cayeron las barreras que marcaban la línea de una profesionalidad imperiosa pero salvable. Fueron las claves de un comienzo.

Soledad de estudio

Inocencio buscó su camino con estudios, aunque siguiendo casi una línea entre el magisterio y el afán autodidacta. Hubo amigos en contacto comunitario e intercambio de pensamientos y estilos. Así fue con Marino Fernández Canga, Magín Berenguer, Paulino Vicente, Enrique Alvarez, Manuel Arboleya, mayor en edad pero sin barreras del tiempo.

Ello fue contribuyendo a forjar una visión de la vida a través de la pintura, bajo el manto, muchas veces, de la soledad del estudio, de la contemplación del entorno, de los propios problemas humanos que rodeaban el ambiente, marcando así unas líneas de conducta en la pintura del artista mierense que, de cara al futuro, sellaron para siempre su forma de manifestarse en cualquiera de las vertientes que expresaban su estilo y forma. Hombre, él no dudaba en definirse de una manera bastante peculiar y sobre todo particularísima. "Podrían decirse -tiene manifestado- que mi estilo es personal bajo una denominación que responde a un impresionismo urbinesco".

Sabia expresión, porque así era. Nadie, creo entender, dentro de mi escaso poder analítico, ha podido, ha sabido o bien ha querido dejar constancia en su pintura de la idiosincrasia que movió, paso a paso, época tras época, la realidad de las cuencas mineras asturianas.

Si usted, amigo lector, desea recrearse en el pensamiento cansino, inevitable y más que agotado de un veterano de la mina, cuyo rostro se descubre "adornado" por los surcos del duro trabajo en el subsuelo, indague en un retrato de Inocencio Urbina. Si busca descubrir templos sagrados de una actividad que, en los viejos tiempos, allende cincuenta años, marcaban con sus exigencias la actividad y el quehacer minero, tanto en la oscuridad del interior, como en las exigentes labores de su superficie, incluso en las "maldades" de la tendencia explotadora, dese una vuelta por la entrada principal de las consistoriales (Ayuntamiento) de Mieres para mirar a izquierda y derecha, quedando así fascinado por el espejo de unas realidades históricas. El gris, tirando hacía la línea oscura del trazo y el conjunto, personifican el temple de un pueblo y la estampa de un escenario vital.

Hubo trances dolorosos en la vida de Inocencio Urbina. La temprana desaparición por enfermedad de su hija Anita, única del matrimonio con Ana Villanueva, dejó huella honda, incluso a veces inaguantable, y sólo paliada, con el mayor de los deseos, por la presencia del nieto Toni. Y así, con el lento caminar de los tiempos, se fue apagando una vida rica en matices artísticos que, por fortuna, dejó para la posteridad, una herencia valiosa, muy valiosa que, dicho a tiempo, bien merece un reconocimiento amplio y perenne, porque Chencho lo hizo con amor que, para él, era una exigencia.

Reconocimiento

Estas "ataduras" de Urbina quedaron plasmadas en el deseo unánime del pueblo de San Pelayo de Gallegos, al dedicar su nombre a la arteria principal de entrada al pueblo.

Otros pintores marcaron época en un Mieres que pudo ser, lo fue, pero que ya no es. ¿Acaso sería mucho pedir una permanente galería expositiva de quienes escribieron la reciente historia de la cuna que los vio nacer? Hombre, ni siquiera la Casa Duró está abierta...