Bajo el sol de la historia

Antonio López, pinceladas desde la conciencia

Evocación de los encuentros con el pintor, dos veces presidente del jurado de la Bienal La Carbonera

Julio José Rodríguez

Julio José Rodríguez

Imágenes y palabras han hecho siempre muy buenas migas al menos eso me parece. Se acompañan y complementan y cada una cumplen su función. Hoy queremos dejar en absoluta libertad a las imágenes para que cuenten su historia y que las palabras narren la suya. Dejemos que ambas se busquen y se encuentren, pues fotógrafo y escritor son una misma persona.

López pinta el último membrillo de 1988. | Fotografía y archivo de Julio José Rodríguez

López pinta el último membrillo de 1988. | Fotografía y archivo de Julio José Rodríguez / Julio José Rodríguez Sánchez

Frantisek Halas, uno de los poetas checos a quien Clara Janés puso en mi camino de lector, escribió un enjundioso poema "Otoño en primavera", uno de cuyos versos ("En un lugar de la memoria se acurruca un resto de paraíso") describe perfectamente esta historia.

Antonio López, pinceladas desde la conciencia

Antonio López, pinceladas desde la conciencia / Julio José Rodríguez Sánchez

En Sama se inició este viaje de imágenes y palabras que nos llevó hasta Madrid. Personaje y escenarios vistos por el objetivo de mi cámara son inéditos. Nunca han aparecido unidos en publicación alguna y acuden ahora convocados por la serie "Bajo el sol de la historia".

La importancia que tuvo en Sama la minería dejó su impronta en tres pozos que funcionaron al tiempo: "El Fondón" cargado de historia, "La Modesta", escenario de una tragedia infantil, y "El Pontico", que tampoco escapó a la desgracia.

Antonio López se movió por este triángulo. Sus dos visitas a Langreo estuvieron relacionadas con la Bienal Nacional de Pintura La Carbonera, que lo trajo para presidir el jurado en dos ediciones.

En 1987, seis días antes de la reunión del jurado en Sama, murió su tío y maestro Antonio López Torres. Le telefoneé para confirmar el viaje. Lo hice porque conocía los profundos lazos que les unían. Su tío era su máximo referente y de no haber venido lo hubiéramos comprendido, pero mantuvo el compromiso y viajó a Sama en la fecha convenida. De su estancia destacaría la sencillez en el trato y la profesionalidad analizando cada pincelada plasmada en los cuadros y siempre a favor de los pintores, defendiendo los aciertos por encima de las objeciones.

Los tiempos muertos los aprovechamos para subir hasta El Carbayu, desde donde contempló una parte sustancial del concejo. Realizamos una visita a la exposición que Hunosa presentaba bajo el título "El Carbón, una historia con historia". También nos acercamos hasta el pozo "Fondón", llamándole la atención los edificios y los dos castilletes que entonces existían.

De ambas visitas quedó el testimonio gráfico. La central telefónica ante la que Antonio López posó era un modelo de 1902 con capacidad de 50 números. En cuanto a la visita a las inmediaciones del pozo minero, la foto nos sirve para recordar los dos castilletes con los que por entonces se trabajaba en la explotación. Hoy solo queda uno.

Al anochecer, antes de la cena, le invitamos a acompañarnos a casa para poder entrevistarle con tranquilidad. Nos dedicó un par de libros y unas láminas de alguna de sus obras y mostró interés por la escultura de "La Carbonera", de Jesús Megino, que adorna una de las esquinas del hall. Nos comentó que le parecía una recreación original y lograda, llegando a ponerse en cuclillas para escudriñar la pieza en todos los detalles.

En la quinta edición, dfe 1989, formó jurado con Pepe Hierro, Clara Janés, los críticos Javier Rubio Romero, Evaristo Arce, Jesús Villa Pastur, Rubén Suárez y quien esto firma, en calidad de director de la Bienal Nacional de Pintura La Carbonera.

Antonio López volvió a interesarse, como ya hiciese por la mañana, por el trabajo que su admirado y buen amigo Eduardo Chillida realizaba en Gijón. Clara Janés, de inmediato, propuso ir a verlo. Antonio, Clara, Hierro, Javier Rubio, Jesús Cuesta y yo salimos de inmediato hacia Gijón.

Noche de luna, silencio y emoción ante la belleza de las formas, el privilegiado enclave y la musicalidad del batir de las olas contra el acantilado nos subyugaron. Clara Janés y sus conocimientos de astronomía, nos situaron ante una nueva dimensión.

Aquella jornada inolvidable la recogió Clara Janés en un hermoso artículo, "Elogio del Horizonte", que publicó en ABC el martes 12 de diciembre de 1989 y que había tenido la delicadeza de enviarme unos días antes.

De ese artículo entresaco este párrafo: "A nuestra espalda Riegel, la estrella azul, dominando la zona sureste del cielo negro, delante del mar ilimitado. La luna sabiamente oculta permite la visión de enramados de constelaciones. La angulosa Casiopea en el centro del círculo… nítida en su proximidad, Perseo con su cambiante Algol, Tauro con la rosada Aldebarán, las Pléyades, más al norte El Cochero y la amarilla Capella y del otro lado Andrómeda, Pegaso, y el Cisne con la blanca Deneb. Luego asoma la luna e inunda las aguas y vela las estrellas".

Todos los presentes bajamos tocados por la gracia de la palabra de Clara y la comunión con la naturaleza establecida merced a la obra que Eduardo Chillida dejaba a Asturias en el Cerro de Santa Catalina.

En otoño de 1988, Madrid parecía caminar con prisas hacia el invierno. Los chubascos y el viento del Guadarrama, haciéndose notar más de lo habitual, preocupaban a Antonio López.

Víctor Erice no había rodado su película documental "El sol del membrillo". Desconozco si acariciaba la idea de hacerlo, si había escrito un primer guión o si lo había comentado con Antonio López. Probablemente tampoco sería yo el primero que lo fotografiase en este jardín-escenario, pero, como Goethe, puedo decir "Yo estuve allí"

Cuando llegué a su estudio, la tarde ofrecía el acoso de las nubes a un sol que se sabía amenazado. Antonio me abrió la puerta en ropa de faena. Estaba pintando, aprovechaba la luz que se hacía dorada al reflejarse en el último membrillo que quedaba en el árbol. Tres, me comentó apesadumbrado, habían caído durante la noche anterior.

A medida que decaía la luz su semblante denotaba más tensión. Cuando las nubes se enseñorearon por completo del cielo, nos sentamos en uno de los escalones de entrada a su estudio y hablamos sin prisas. Más que abatimiento, el tono grave de su voz traslucía angustia. Diríase que contemplaba un escenario de duda ante la posibilidad de que el postrer membrillo resistiera hasta el día siguiente.

Antonio López pinta desde dentro. Cada trazo es la voz de su ser, el pincel lo mueve una razón endógena. Si un travelling era "una cuestión moral" para Godard, para Antonio López una pincelada podría ser "una cuestión de conciencia".

Cuando nos despedidos sentí el peso del vacío. Conocí el vértigo del artista creador en los momentos en que se asoma al abismo y siente la preocupación y la angustia.

Al día siguiente lo llamé por teléfono y me dijo contento que disponía de unas horas más para trabajar con el último membrillo.

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