Aníbal, el conquistador del pueblo

Con su don de gentes se ganó el respeto y aprecio eternos de los mierenses

Mario Antuña

Mario Antuña

–¡Alcalde!

–Home, muyer, ¿qué haz aquí sola en esti bancu?

–Pasando la tarde...

–¿De dónde yes, porque seguro que tenemos algún conocíu en común...?

Así comenzaba una breve e informal conversación, en algún lugar de Mieres, de la que puedo dar fe. En muchas ocasiones me han preguntado cómo era y cuál era su secreto para arrasar elección tras elección. Y mi respuesta ante tan peliaguda cuestión se limitaba a relatar esta anécdota, con la imagen presente de los dos sentados, charlando apaciblemente, en un banco. Siempre tenía tiempo para cualquiera que requiriera su atención. Por encima de partidismos políticos o ideologías (que él, por supuesto, tenía bien marcados). Daba igual que fueran de derechas, de izquierdas o no adscritos. Bien para abordar un problema vecinal o laboral, bien para comentar algún aspecto de amigos o familiares, aunque resultaran intrascendentes. Intentar desplazarse a pie con él por Mieres requería para el acompañante un suplemento de paciencia.

El secreto de Aníbal Vázquez era Aníbal. El factor humano sobresalía sobre cualquier otra cualidad o virtud política, sindical o vecinal. Fue el arma con la que conquistó a su pueblo de Mieres. Para los fenicios su nombre significa "el que goza del favor del dios Baal". Más allá de historia y deidades, el mierense Aníbal estaba tocado por el don de gentes. Su figura transcendía el cargo y la política. Era esa persona cercana a la que se le puede comentar un problema o confiar una confidencia.

Tampoco le hicieron falta 38 elefantes con los que atravesar, desde Hispania, los Pirineos y los Alpes para caer sobre Roma con sus tropas. Solo fueron necesarias unas elecciones municipales para conquistar Mieres con abrasadoras mayorías, facilitadas por el hartazgo ciudadano con sus antecesores.

Como pararrayos del periódico en las Cuencas, fui tejiendo con él una relación que de forma centrífuga fue de lo profesional a lo personal. Cuando la tensión periodístico-político alcanzaba niveles de alarma, era suficiente una llamada o un breve encuentro para, primero, aminorar la presión y, después, encauzar las aguas de ese torrente diario que es un periódico entremetiéndose por todos los vericuetos.

Era de palabra y confianza, firme de carácter, con ese genio que, de salir a relucir, dolía a quien se lo provocaba precisamente por hacérselo sacar a la gran persona que era Aníbal. Que nadie piense que su don de gentes le convertía en pusilánime.

Que nadie se confunda tampoco con su éxito electoral. No lo tuvo fácil. Primero por la enorme deuda municipal que le maniató, después por pandemias inverosímiles, acomodados funcionarios, cercos inversores regionales, equipos de gobierno cortos para tanta faena pendiente, errores y ausencias de gestión..., hasta alcanzar sus éxitos municipales. Como antes lo hiciera en CC OO o en la asociación Santa Bárbara.

Bregó con todo y con todos, incluidas tempranas enfermedades, y siempre tuvo el beneplácito del pueblo mierense, que nunca le dio la espalda. A pesar de vencer las vicisitudes y despegar con sus planes para Mieres, se fue con la sensación de haber fallado a su pueblo. Creo, sinceramente, que se equivocaba. El cariño de los mierenses será perpetuo. Su ausencia, irrecuperable.

Nos quedó pendiente un pote, con nuestro común amigo Ricardo Montoto, una comida a la que seguiría una larga y animada sobremesa. Bien sabe Baal o quien sea que la echaré de menos y la llevaré en el "debe" de mi vida.

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