tinta fresca

El síndrome de la isla

Azahara Alonso se escapa y llega a "Gozo" para buscar respuestas en el silencio y la ausencia de grilletes

Tino Pertierra

Tino Pertierra

Las vacaciones son una invitación para pasar revista a las vocaciones. Alejarse del mundanal ruido es una vía libre para encontrar sosiego. O para intentarlo, al menos. La habitante de las páginas de "Gozo" sufre el síndrome de la isla en plena meseta. Es una forma de reconocer que la extrañeza puede ser una variante de la normalidad. Bienvenidos al reino del silencio donde el alboroto está destronado. Cuidado: tanta calma y tanta ausencia de ruido puede resultar inquietante. Azahara Alonso se mueve por los pasillos de su casa literaria con pies desnudos para no despertar fantasmas y mantener a raya los espíritus de la certidumbre. Nada que ver con la comodidad tapizada de asfalto, absorta en un paisaje de ru(t)inas donde se confunde eficacia con creatividad y estrés con intensidad.

En "Gozo" hay mucho cielo y mucha agua. Hay que aprender a manejarse en ese entorno donde no piensas que respiras sino que, simplemente, respiras. Acostumbrada a las presiones y opresiones urbanas, tan acogedoras con los agobios de la humanidad, la narradora hace las veces de monitora que enseña a quien la lee a nadar entre dos aguas y buscar en sus propias profundidades las respuestas que el oleaje cotidiano ahoga sin piedad. El silencio sospechoso. La calma tensa e intensa. La eterna duda: ¿entre el dolor y la nada? Faulkner lo tenía claro. Cuando no sabes qué hacer con tu vida, hay una solución infalible: aparta lo que no te apetece hacer. Una selección natural. A veces, las decisiones más importantes llegan sin esperarlas y un día el naufragio se convierte en un rescate. Así que una isla, en Malta nada menos y con un nombre que se adhiere a resonancias del placer, se convierte en una cumbre que escalar para comprender lo que a veces se asoma al abismo más íntimo y desnudo.

"Gozo" es un mapa que va marcando escalas a ritmo pausado. Contemplativa y reflexiva, Alonso descorre las páginas con pliegues de brisa: y eso ayuda a que la prosa respire y se redondee la armonía a partir de un tenaz trabajo de tensión muy matizada y transparente. Presionados por una sociedad que camufla los grilletes para que no seamos conscientes de que lo son, y convencidos de que hay que trabajar y labrarse un futuro y ser un consumidor de bienes sin raíces para evitar que haya miradas desconfiadas: "Cómo va una a permitir que la consideren holgazana o maleante durante un año". Y no hay mejor refugio que una isla no-desierta, con lo justo en la maleta y la piel preparada para mimetizarse con el entorno. El horizonte es más lejano cuanto más nos rodea. Ir y volver sin prisa y con tiempo medido es el mejor camino para estar y quedarse. La ausencia de turistas en masa, la falta del hostigamiento de las (pre)ocupaciones y la apuesta por una vida sin muros ni agendas empapan "Gozo" y la convierten en una experiencia sensorial reacia a admitir etiquetas, un pasaje a íntimas playas de palmeras salvajes.

gozo

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Gozo

Azahara Alonso

Siruela, 226 páginas, 15,95 euros

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