Mangas y capirotes

Más VAR y menos VOR

El videoarbitraje viene para quedarse, pero se ha convertido en un problema, necesita ajustes

Galvéz Rascón consulta la pantalla del VAR.

Galvéz Rascón consulta la pantalla del VAR. / JUAN PLAZA

Toni Fidalgo

Toni Fidalgo

Ha terminado el curso competitivo con un nuevo problema, tal vez el menos esperado: el VAR, los líos del VAR. Con destituciones y demandas laborales, por parte del Comité Técnico de Árbitros y por parte de los propios interesados, algunos hombres de negro del VOR. O sea, fregao tenemos. Y habrá que convenir en que más que el videoarbitraje fallan los protocolos para su aplicación, la formación de especialistas, el sistema de elección de los más adecuados y la designación apropiada para cada encuentro. Desafortunadamente, hemos constatado bandazos y falta de criterio en muchas de las actuaciones. De su obligación de intervenir sólo en casos excepcionales (acciones que se producen a la espalda del colegiado o circunstancias que a éste la ha sido imposible ver) hemos pasado a hacerlo a capricho, unas veces sí y otras no. Sin equidad ni criterio. Para la misma acción, decisiones distintas. Se han encastillado, además, algunos de estos señores hasta el punto de manipular los hechos, hurtando toda la secuencia de imágenes necesarias para que pudiera adoptarse una decisión justa. Y ha trascendido, también, algo prepotente y miserable, a mi juicio, evidenciado en las últimas jornadas: dejar al juez de campo solo y al pie de los caballos. En situaciones críticas de puntos que deciden una permanencia o un descenso la sala VOR no puede enmudecer. Tiene que compartir y cargar con esa responsabilidad. Para eso está, ésa es su principal misión.

Aquí no se condena a nadie, pero que hay casos de desaciertos, haylos. Y hasta algún garbanzo negreira. ¿Acaso son inviolables los árbitros? ¿Puede haber políticos corruptos, jueces prevaricadores, eclesiásticos pederastas y policías venales, pero todos los colegiados son impecables? Que cada palo aguante su vela. El sistema sabe y puede defenderse. Menos pronunciamientos masivos del colectivo, menos omertá y tufo corporativo. Los prepotentes comités se empecinan a veces en llevar la contraria a las evidencias y al sentido común e incluso en algunas designaciones pudiera parecer que se premia el error. La excelencia no se consigue por ese camino. También puede ser hora ya de que el CTA sea un órgano independiente, sin tutelas federativas, y que los clubes, sus pagadores, tengan algo que decir en la normativa y evaluación de actuaciones.

Hemos de recordar, con todo, que el VAR no ha venido a suplantar al arbitraje tradicional. Es tan solo un sistema de asistencia, una ayuda. La mano de la tecnología. Y que tampoco puede acabar con los errores y erradicar las polémicas. Tal vez las haya incrementado. Se implantó para rebajar o minimizar esas carencias tradicionales y propiciar un sistema más justo. Miente quien diga que no ha sido un acierto y un paso decidido en la buena dirección, y se engaña quien piense que es una medida con marcha atrás. Ha venido para quedarse. Ocurre, sin embargo, que en este proceso de implantación se iluminan las zonas antes oscuras, se focalizan los fallos y las decisiones erróneas, y se ha hecho presentismo de lo demasiado rápido y de lo muy alejado al ojo del espectador. Y queda todavía mucho camino por desbrozar y muchos equívocos por despejar. Demasiada cocina, demasiado toqueteo en el VOR y alguna decisión salomónica que, al final, hasta puede llevarnos a una interpretación desviada, casi al fallo de un tribunal jurisdiccional integrado por varios magistrados. ¿Arbitra el VOR o el colegiado? ¿Los de arriba o el que se patea los tréboles? El trencilla de turno no puede ser una marioneta y los vigilantes de sala no pueden hacerse los amos del cotarro.

Cuestiones añadidas, carencias que apreciamos en el desarrollo de este videoarbitraje: hay que perfeccionar el sistema de proyección de líneas en los fuera de juego y en la linde de gol. Parece poco fiable el actual programa. El ojo de halcón del tenis no ofrece dudas ni tiene contestación. Debe brindarse, también, la posibilidad de que una vez por cada tiempo de juego el equipo presuntamente perjudicado por una decisión pueda reclamar la intervención del VOR y se le brinden las imágenes de la duda. Y, sobre todo, hay que volver al espíritu original. No hagamos de un juego sencillo algo complejo y enredado. Mas justicia, pero a la vez más naturalidad. Y en lo posible, eliminemos las cartas explicativas, las directivas de cada temporada en la aplicación del reglamento. No lleguemos, por ejemplo, con tanto pormenor al absurdo de no saber ya qué es un penalti por mano en el área. Brazo separado del cuerpo, que intercepta un pase o un tiro a puerta. Nada más. Puede ser un ejemplo.

En conclusión, el problema no es el VAR, es el VOR. Su implantación. O sea, menos VOR y más VAR. Qué tiempos aquellos, los de la inocencia fundacional, en los que eran los propios capitanes los que arbitraban sobre la marcha, con decisiones consensuadas, nunca contestadas y siempre inapelables. Pero, como en la Biblia, al Edén llegó el pecado original y todo se jodió.

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