Oviedo, Javier CUARTAS

Las dos operaciones desencadenadas en los últimos siete meses por Cajastur (la anexión del negocio financiero de CCM y ahora la asunción del 40% del capital y la dirección del que va a ser el quinto grupo financiero español) constituyen las dos más ambiciosas tomas de posición realizadas por la caja asturiana en sus 64 años de historia, desde que se creara en 1946 por la fusión del Monte de Piedad y Caja de Ahorros de Oviedo, que databa de 1881, y la Caja de Ahorros y Monte de Piedad Municipal de Gijón, de 1929.

Se trata, además, de las dos mayores ofensivas financieras emprendidas desde Asturias en el sector crediticio español desde hace más de medio siglo y que entraña el resurgir del antaño protagonismo bancario asturiano, cuando clanes inversores e instituciones crediticias de la región coprotagonizaron con la banca vizcaína, desde el arranque del siglo XX, una trayectoria ascendente y estelar en las finanzas españolas, hasta desempeñar una posición hegemónica y dominante que perduró durante buena parte de la centuria.

Con la absorción del negocio bancario de la caja manchega CCM, Cajastur casi triplica su tamaño, y ahora, con el acuerdo de fusión virtual con Caja del Mediterráneo (CAM), Caja Extremadura y Caja Cantabria, la entidad asturiana pasa a asumir el 40% del capital y la dirección ejecutiva de un grupo financiero que, con unos activos de 135.000 millones, multiplica por nueve el tamaño de la caja asturiana hasta este año y por siete su empleo y red de oficinas.

El grupo que ahora pasa a liderar Cajastur, integrado por cuatro cajas y dos bancos, con presencia en todas las comunidades autónomas, y sólo superado en volumen por Santander, BBVA, Cajamadrid-Bancaja y la Caixa, supone, por tanto, por su dimensión y alcance, la vuelta de Asturias al gran protagonismo financiero que antaño desplegó la comunidad por la iniciativa del entonces capitalismo regional.

La relevante contribución asturiana a las altas finanzas nacionales arrancó con vigor a partir de 1900 por el entrecruzamiento de dos fuerzas capitalistas muy vigorosas: la de quienes hicieron un gran acopio de riqueza en ultramar y la de quienes generaron ingentes patrimonios con la industrialización en la propia región.

La pujanza bancaria asturiana se proyectó desde entonces con mucha fuerza sobre España y, aunque con altibajos, fracasos y esfuerzos fallidos, se mantuvo incólume y muy viva hasta el declive del modelo industrializador de la comunidad.

El binomio de poderío industrial y fortaleza bancaria surca, en el caso de Asturias, todo el siglo XX, pero empieza a declinar de forma casi simultánea a partir de los años sesenta y se desvanece en las postrimerías de la centuria. Entre 1993, con la intervención de Banesto, y 1995, con la venta del Banco Herrero, Asturias consuma la pérdida de los dos últimos grandes bastiones de su antiguo poderío bancario.

Ahora, la eclosión expansiva de Cajastur, que pasa de ser una entidad mediana a liderar el quinto mayor grupo financiero nacional, supone la rehabilitación de aquel centenario impulso financiero asturiano, pero con un protagonismo muy distinto.

Entonces, el gran poderío bancario regional fue la consecuencia de una clase empresarial y de una de las burguesías regionales más influyentes del país, que desde las minas de carbón, las acerías, la industria de los explosivos, el cemento, los ferrocarriles, las navieras y la construcción naval desvió hacia la banca buena parte de los ingentes excedentes generados en tales sectores como una forma de proyección económica y de plasmación del poderío empresarial, pero también como un intento de estricta búsqueda de rentabilidad para unos capitales cuyo volumen desbordaba las posibilidades de recolocación y de reproducción en una economía muy pequeña y, además, especializada en sectores básicos como la asturiana.

La banca, con una dimensión y proyección nacionales, fue vista como el destino óptimo para la colocación útil de tamaños beneficios, tanto porque el negocio financiero a gran escala permitía obtener un rendimiento proporcional a las expectativas de quienes habían generado esos capitales en épocas de euforia carbonera y siderúrgica como por el hecho de que la pertenencia a los consejos de administración bancarios siempre fue un factor relevante de influencia social, económica y política.

El derrumbe del patrón industrial asturiano, fundamentado en sectores tradicionales -sobre todo, el carbón y el acero- y, en el caso de la hulla, en un mineral poco competitivo y necesitado de ingentes auxilios protectores, acabó con aquel esplendor empresarial apenas se liberalizó la economía nacional a partir de los años sesenta, y ese declive de castilletes, hornos altos, astilleros, trenes y navieras conllevó de forma inevitable el debilitamiento extremo de la proyección bancaria de la clase empresarial, que era rehén de ese modelo de desarrollo.

La recuperación de aquella centenaria tradición financiera asturiana con proyección española se produce precisamente ahora porque la actual circunstancia de fusiones de cajas a causa de la crisis financiera internacional lo favorece.

Pero no es fortuito que se manifieste después, y no antes, de que la región haya sido capaz de regenerar su tejido productivo y de recomponer la fortísima destrucción de empleo y de desmantelamientos industriales de los veinte años precedentes.

Sólo sobre una base de cierta fortaleza económica y territorial es posible erigir un proyecto financiero de gran ambición para el conjunto del país desde una mediana caja de ahorros y una comunidad pequeña, y más cuando esta maniobra al tiempo que va a permitir a Cajastur escalar posiciones cimeras en el ranking español, le va a otorgar el control directivo y ejecutivo del nuevo grupo, arrebatando ese papel a socios que multiplican por dos su tamaño, caso de la alicantina CAM.

El intento de restablecer el protagonismo estelar asturiano en las altas finanzas nacionales no nace, pues, de la banca autóctona, como sí ocurrió hace un siglo, porque hoy ese sector ya no existe, y porque, además, desde el plan de estabilización de 1959 para acá también se disipó y transformó radicalmente el entramado económico, empresarial, social y sectorial que había hecho posible la banca asturiana.

Ésta es la razón por la que el actual proyecto de expansión financiera asturiana, aun cuando utilizará sendos bancos como sociedades operativas fuera de Asturias, sólo podía partir de una caja de ahorros, cuyo fundamento y lógica de propiedad difieren de los que permitieron el nacimiento de los bancos asturianos en el anterior cambio de siglo y de los que favorecieron luego su expansión por el resto del país hasta el agotamiento de esa vía de crecimiento una vez que Asturias emprendió su declive en la segunda mitad del XX.

En su origen, la banca asturiana, con la salvedad de los pequeños y tradicionales tenderos-banqueros, fue tan foránea como lo fue su industrialización.

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