Pero desde aquel primer Banco de Oviedo, de 1864, impulsado por iniciativa vasca con el acompañamiento de inversores locales -lo mismo que ocurrió más tarde en el caso del Banco Minero e Industrial de Asturias, Crédito Industrial Gijonés y parcialmente en el Asturiano de Industria y Comercio-, y merced al posterior desarrollo bancario de dinastías foráneas que arraigaron aquí y se asturianizaron (Tartiere, Herrero, Masaveu y otras), el sector financiero regional fue capaz de reconstruir una identidad y potencialidad propias, inequívocamente asturianas, en un proceso análogo al que vivió la gran industria regional, también nacida por el espíritu pionero de inversores foráneos pero que, a partir de ese impulso externo, logró asimilar e integrar a los extraños, al tiempo que generar sus propios clanes autóctonos.

El despliegue bancario asturiano fue fulgurante a fines del XIX y comienzos del XX. En 1900 siete grupos relevantes asturianos pusieron en marcha, en alianza con un grupo vasco, emparentado, a su vez, con tres clanes asturianos, el gran Banco Hispano Americano, uno de los mayores proyectos financieros de la época. En 1901 cinco notables asturianos estuvieron en el origen del Banco Español de Crédito, y a él y a su consejo de administración se fueron sumando hasta diez apellidos capitalistas de la región, que pasaron a integrar uno de los mayores elencos regionales de poder en Banesto, que había absorbido por el camino a cinco bancos asturianos, y también del conjunto de la gran banca española.

José Tartiere, tras fundar en 1899 el Banco Asturiano de Industria y Comercio, lideró desde Oviedo en 1900, mediante acuerdos con los bancos de Gijón, Bilbao y Santander, una fortísima expansión por el Sur y Levante españoles, con la creación del Banco de Andalucía, Banco de Valencia y Banco de Cartagena, más un proyecto, finalmente no materializado, para impulsar un banco en Madrid con vocación nacional.

Hubo también dinero y empeño asturianos en iniciativas bancarias de Burgos y Valladolid, y en el primer Banco de Madrid (1920) participó el capital siderúrgico mierense.

Los bancos de Gijón, Asturiano y Urquijo estuvieron en el origen y fundación en Madrid en 1920 del Banco de Crédito Industrial (BCI) y desde 1924, los Fierro, tras el acopio de capitales realizado en la desembocadura del Nalón, emprendieron una fastuosa carrera bancaria que los llevó a participar en el Banco Internacional de Comercio, Banco Central (en dos etapas) y Banco Exterior de España, y a fundar el Ibérico y el Banco Industrial Fierro (posterior Banco de Finanzas) y a tomar el control en 1987 de Sindibank.

Hasta su nacionalización en los años sesenta el Banco de España contó con la aportación capitalista y la presencia en su consejo de administración de los Herrero y del Banco Asturiano, y en su accionariado habían sido relevantes los ovetenses González-Alegre y González-Olivares.

En el Banco Popular hubo también capital asturiano (caso de los Masaveu, que también estaban en Banesto, y de González-Mayo), como lo hubo en el Banco Coca, luego absorbido por Banesto, y también en la creación del Banco Industrial de León en 1965, en el que se entremezclan dos dinastías asturleonesas, una de ellas enriquecida en el Principado, ambas emparentadas entre sí.

El penúltimo intento de forjar un proyecto de banca asturiana con expansión nacional e internacional lo abordó el gijonés Ramón Rato a partir de 1953, con el Banco de Siero, y luego con la adquisición del Banco Murciano, la compra de varios bancos en Suiza y Bélgica en los años sesenta y el intento de hacer otro tanto en Irlanda y Londres.

El nacimiento en 1964 del Banco de Langreo (luego, Banco de Asturias) fue la última iniciativa bancaria en suelo asturiano, pero, como ocurriera con las instituciones financieras surgidas a principios de siglo, fue una iniciativa foránea, aunque acompañada de capitales regionales, que en este caso, además, nunca llegaron a tener la mayoría de control.

Los profundos cambios vividos por el sector bancario desde que la gran concentración de bancos vascos, Bilbao y Vizcaya, en 1988 abriera el proceso de macrofusiones, y en particular la unión en los años noventa del Hispano y el Central, la absorción del banco resultante por el Santander, el derrumbe de Banesto y la venta del Herrero -como antes, en los setenta y ochenta, la absorción y enajenación de los bancos Asturiano, Gijón y Masaveu-, modificaron de forma trascendental el sistema financiero español y desdibujaron el papel protagónico asturiano, cuyo repliegue se consumó con la absorción del Herrero por el Sabadell en 2002 y la desaparición del Banco de Asturias en 2003.

Entre los años noventa y ahora apenas quedaron en pie, como reminiscencia del antiguo poderío financiero regional, la presencia accionarial y en los consejos bancarios del clan vasco-asturiano Basagoiti García-Tuñón en el Santander, la de Masaveu en Bankinter y la de los Argüelles en el Banco Alcalá, la entidad que impulsó esta familia tras enfrentarse a Mario Conde en Banesto.

Desde entonces la iniciativa bancaria asturiana con vocación suprarregional ya no partió de emprendedores, sino de grupos financieros consolidados. La Caja Rural de Asturias, una cooperativa de crédito, es copromotora muy relevante del Banco Cooperativo Español, en el que ocupa la vicepresidencia, y más recientemente de Novanca, un banco con implantación en el sur de la Comunidad de Madrid, en cuyo consejo está también presente la entidad que preside Román Suárez Blanco.

Ha sido ahora la Caja de Ahorros de Asturias la que, por su solvencia y fortaleza financieras, ha desencadenado las dos grandes operaciones consecutivas que, por su magnitud y alcance, le van a permitir erigirse, desde una modesta posición de partida por tamaño y escala, como la entidad rectora y líder del quinto grupo financiero del país, en el que tendrá una participación de capital (40%) idéntica al de otro gran socio, CAM, que la dobla en tamaño.

La confianza depositada en la capacidad gestora de Cajastur por los otros tres accionistas (Caja Extremadura, Caja Cantabria y CAM, aunque esta última con no pocas resistencias de última hora) y el respaldo del Banco de España al presidente de la caja asturiana, Manuel Menéndez, como futuro primer ejecutivo (consejero delegado) del nuevo macrogrupo, devuelve a Asturias un protagonismo financiero nacional perdido hace quince años.

Que una entidad asturiana lidere un grupo financiero sólo inferior en tamaño a dos de los principales bancos del mundo (Santander y BBVA) y a las dos mayores cajas de ahorros de Europa (La Caixa y la fusión que encabezan Caja Madrid y Bancaja), y que ocupa el séptimo puesto por solvencia en el sistema financiero nacional según las pruebas de resistencia europeas que se acaban de difundir, es una situación que nunca había ocurrido en la historia asturiana desde aquellos tiempos (primer tercio del XX) en el que apenas cuatro bancos norteños, entre ellos algunos asturianos, constituían «el tronco» de la oligarquía bancaria nacional, en el decir de autores como Ramos Oliveira. Fue lo que Manuel Tuñón de Lara definió como «el ascenso vigoroso de la banca del Norte, sobre todo, de Vizcaya y Asturias». Y a lo que el entonces presidente del Gobierno, Manuel Azaña, aludió como las poderosas «relaciones crematísticas» asturianas.