Luis LLANEZA

La tradición pesquera de Gijón ha sido uno de los temas que mayor impulso han tenido en las obras de numerosos autores que durante años se han acercado a la ciudad para realizar sus obras. En el barrio costero por excelencia de Gijón, Cimadevilla, hace años comenzó a trabajar en «El retablo del mar» Sebastián Miranda. Al lado del escultor asturiano estuvo presente la figura de Máximo Fernández Sánchez, un vecino de 92 años que compartió una estrecha amistad con el escultor asturiano.

Máximo Fernández cuenta cómo conoció al artista, bastantes años después de comenzar la obra de «El retablo del mar». Cuando volvía de trabajar como perito industrial en La Felguera. «Estaba sentado con mi suegro Máximo Marino Fernández en la cuesta del Cholo tomando sidra y me vio la revista "El Ruedo" y me pidió echarle un vistazo». Fue a partir de aquí donde comenzó a entablar una amistad con Sebastián, «hablando de toros».

El padre de Miranda fue durante años el dueño de la plaza de toros de Oviedo, lo que provocó en él su pasión por la fiesta. «Siempre que le veía hablábamos de toros y me decía que daba gusto encontrarse con alguien de la zona que entendiera un poco». Máximo Fernández leía la información taurina, y fue él el encargado de anunciarle la muerte de su amigo Juan Belmonte. Sebastián Miranda compartía amistad con grandes personajes de la sociedad española, como fue el caso de Pérez de Ayala, pero «si con uno tenía una relación muy cercana, ésa era con el torero», según cuenta Máximo Fernández. La estrecha relación con el autor convierte a este «playu» en una de las personas que dominan los personajes que aparecen en la obra cumbre de Miranda. Como él asegura, conoce a la mayoría, «aunque fueran bastante mayores que yo. Recuerdo cuando de pequeño me asomaba a las ventanas de su estudio, donde, por separado, iba retratando a los paisanos de por aquí». Este estudio se lo facilitó otro de sus amigos, Indalecio Prieto, «al que conocía de la época de Oviedo», según cuenta Fernández mientras busca conocidos suyos en una foto de la escultura. «De nombres me acuerdo de algunos y a muchos de ellos los conocí de joven». Con calma y seguridad va haciendo un repaso a los personajes, «Éste se llama Pimpón, y éste, Teófilo el Inglés, que era un borracho», afirma entre risas. Máximo, de una memoria impecable, es capaz de hacer comentarios sobre casi todos los que aparecen reflejados en «El retablo del mar». «Con una lupa sacábamos a casi todos», afirma mientras sigue hablando de otros personajes. «Éste era Juan el de la Prima», que marchó para Argelia cuando llegó la guerra, y ésta de aquí era conocida como "La Tata", que era preciosa».

Máximo Fernández explica detalladamente la función que tiene cada personaje en la rula y de paso sigue recordando otros personajes que Miranda representó en alguna de sus otras obras, como es el caso de «Miguelón», un vecino de Cimadevilla que «era amigo de aquél que le diera perras», según Fernández.

Sin duda alguna, el retablo de Sebastián Miranda plasma una estampa mítica de la ciudad de Gijón y la figura de este vecino de la villa, Máximo Fernández Sánchez, es el nexo de unión entre el pasado y el presente, un testimonio verídico de una imagen de principios de siglo en la que las focas y carretadores se disputaban el pescado que llegaba a la ciudad.