C. JIMÉNEZ

Vivir en primera persona una campaña de investigación en el Ártico resulta una experiencia muy gratificante, pero si el protagonista de los ensayos es un científico especialista en microbiología la propuesta se torna aún más interesante. Un mes y medio a bordo del rompehielos «Amundsen», en mitad del océano Ártico, le valió a la bilbaína Laura Alonso Sáez, investigadora del Centro Oceanográfico de Gijón, el arranque de un proyecto, para ella, muy ilusionante. «A nivel microbiológico sólo hubo una campaña anterior en el Ártico. Ha sido una oportunidad única», explica

Un estudio publicado recientemente en la revista «Proceedings of the National Academy of Sciences» (PNAS) y liderado por Alonso (junto a varios científicos del Instituto de Ciencias del Mar de Cataluña y varias universidades internacionales), acaba de desvelar las claves del éxito de un grupo de microorganismo marinos -las arqueas- particularmente abundantes en ambientes marinos extremos como las aguas polares en invierno y el océano profundo. Gracias a ese trabajo, a partir de las muestras tomadas durante la campaña en el Ártico, los investigadores han mostrado la importancia de un producto de desecho como la urea para el metabolismo de estos microorganismos.

Pero los estudios en climas polares han permitido destapar otras realidades. «Se está estudiando mucho el retroceso de la capa de hielo», sostiene esta joven formada como bióloga en la Universidad del País Vasco, y posteriormente en el Instituto de Ciencias del Mar de Cataluña y en la Universidad de Uppsala (Suecia), donde realizó estancias posdoctorales.

Laura Alonso había participado en una campaña de investigación anterior, en 2003-04, también en el Ártico. De ambas experiencias, y del contacto con investigadores de otras disciplinas, se constata que el deshielo derivado del cambio climático «está superando todas las previsiones». Lo más preocupante, apunta esta bióloga, actualmente con un beca de investigación «Juan de la Cierva» en el Centro Oceanográfico de Gijón, es la descongelación de hielos muy antiguos que nunca antes habían sufrido variaciones. «Es una zona muy sensible», opina.

De su trabajo a bordo del «Amundsen» recuerda las condiciones extremas para la toma de muestras, con temperaturas de cuarenta grados bajo cero que hacía que se congelara el agua que recogían para los análisis posteriores en el laboratorio. «Para aguas profundas podíamos introducir las rosetas oceanográficas desde el barco, pero para realizar muestreos en aguas superficiales había que salir fuera, con las condiciones extremas del invierno en el Ártico, y había abrir un hueco en el hielo», rememora. Pese a la dureza de las condiciones atmosféricas, pues era la primera vez que se realizaba la campaña durante un ciclo estacional completo, incluyendo la época más desconocida hasta ahora, el invierno polar, Laura Alonso sostiene que volvería de cabeza. Y todo pese a tratarse de la época de más difícil acceso a esta zona, tanto a nivel de logístico como por los costes que implica. Dicha campaña oceanográfica canadiense, denominada «Circumpolar Flaw Lead Study», estaba orientada a estudiar los efectos del clima en el sistema ártico. Pero para un biólogo, además, estas aguas presentan una riqueza extraordinaria en lo que se refiere a la posibilidad de realizar estudios de genómica de un grupo de microorganismos marinos muy abundantes -las arqueas- de los que hasta ahora «se conocía muy poco de su metabolismo», asegura esta joven investigadora de origen bilbaíno.

Antes de las campañas en el Ártico no se había conseguido aislar ningún ejemplar. «Sabíamos que crecían en invierno», argumenta Alonso, pero la característica de que no incorporaran compuestos orgánicos fáciles de degradar, ni CO2, llevó a los investigadores a buscar en qué ambiente podían crecer. «No entendíamos con qué podían mantener sus abundantes poblaciones y encontramos que tenían genes para degradar urea, un compuesto de desecho presente en condiciones estables en el medio marino», explica la autora de esta investigación.

Los estudios metagenómicos aplicados en la campaña en el Ártico los ha extendido también al Cantábrico, que se está analizando por un equipo del centro gijonés del Instituto Español de Oceanografía. Por un lado, están desarrollando medidas microbiológicas para ver los efectos del clima en esta zona. «Ya se ha completado un ciclo de diez años», indica Laura sobre unas medidas que permiten observar ya tendencias como un aumento bacteriano «significativo», la reducción de tamaño de algunos organismos así como el aumento de la temperatura del agua. Por otro lado, Alonso y sus compañeros estudian también en base a series radiales en el Cantábrico si diferentes grupos microbianos son capaces de hacer determinadas funciones.