Sólo dos milenios

El astur que nos devuelve la mirada y hace contemporáneo el pasado

Maribel Lugilde

Maribel Lugilde

No sé a ustedes pero a mí me suena el rostro del primer astur al que hemos puesto cara. Lo tengo fresco, siento que me he cruzado con él, que podría ser un vecino, un compañero, el cartero aterido de frío que llama a mi casa por las mañanas. Imagino que esta sensación de familiaridad es una forma de reconocerse en los ancestros, quienes pisaron nuestro espacio ordenado, urbanizado, cuando era un inmenso tapiz vegetal hasta la mar.

Los restos del hombre que hoy nos devuelve la mirada desde el pasado fueron hallados en Teverga, junto a los de otras personas con las que, se presume, formaba una familia. Google Maps calcula para ellos por ruta asfaltada unas catorce horas andando para llegar a Noega, castro astur origen de Gijón. Es obvio que, de haber hecho entonces semejante trayecto, habrían sido jornadas de esforzada travesía. Fabulo con la idea aunque los expertos hablan de poblaciones dispersas y poco conectadas.

Dos datos hacen que los restos de la sima tevergana de La Sobia nos sean aún más afines y hasta contemporáneos. Del análisis del sarro dental se deduce que bebían jugo fermentado de manzana, lo cual le da a la sidra una dimensión todavía más identitaria, por antigua y compartida. Otra cuestión es responder a las razones de la caída de todo un grupo al fondo de una fosa natural: los investigadores dicen que no es un enterramiento y apuntan a un acto violento.

La violencia ha llegado también, intacta en su primitivismo, a nuestro presente. Ser abatido a golpes y lanzado a un barranco pudo ocurrir ayer mismo con motivos complejos de hoy, que son, en realidad, las eternas miserias humanas indomadas. Dos milenios no sólo no han servido para domeñar estas pulsiones, sino que han permitido diseñar estrategias, sofisticar herramientas, elaborar argumentos para la destrucción del otro. Así seguimos.

Identificar qué lengua hablaban los astures parece más complicado. Comunidades alejadas podían incluso no compartir el mismo idioma, aseguran los estudiosos. La romanización fue sustituyendo aquellas formas de nombrar por otras de las que somos herederos. La "sicera" o bebida embriagadora de los latinos, es decir, la sidra de hoy ¿cómo era nombrada por el hombre de Teverga y los suyos? Ojalá algún día lo sepamos y nos admiremos.

También la lengua se ha sofisticado en estos dos mil años. Descendientes de aquellos astures que fermentaban jugo de manzana, redactan hoy normas para el buen nombrar. "Tildistas" y "antitildistas" se han enzarzado sólo por "sólo", convertida la palabra en una sima. Dos milenios después de Teverga, el trazo diminuto sobre una vocal levantó en armas a sucesores de aquellos recolectores de frutos.

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