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La fiesta de prau mató a la romería

La masificación, los costes y las regulaciones acaban con elementos típicos de los festejos, muy concurridos

Preparativos para la romería de la Flor de Pedracea, en Lena Silveira

Los mozos ya no suben con los corderos al hombro, que cantaba Víctor Manuel, ni al Prau Llagüezos, escenario de la multitudinaria y muy asturiana fiesta del Cordero. Ni se rifan xatas para sacar perres con las que costear la fiesta. Ni hay que mandar callar al gaitero que, ya de madrugada, tocaba otra a cambio de un culín de sidra. Nada es lo que era bajo la luz de las bombillinas de colores que alumbran toda fiesta de prau que se precie. Hasta las bom¬billas han sido sustituidas por neones más eficientes energéticamente, que la luz le cuesta una pasta a las comisiones de festejos y hay que mirar por los euros.

Quien hoy quiera recrearse con una romería de antaño, que pase por el Museo de Bellas Artes y busque algún cuadro costumbrista de Piñole. Más que eso no hallará. El paso del tiempo altera usos y costumbres, incluso las festivas.

No es la añoranza lo que inquieta al común de los asturianos, más aún a los romeros confesos, sino la percepción de que las romerías, las verbenas populares y las fiestas de prau en su más amplia acepción están en crisis. Algunos dicen que en vías de extinción, a lo que los optimistas replican que "sólo en proceso de transformación".

De un lustro a esta parte han pasado dos cosas: decenas de localidades han dejado de celebrar los festejos de verano y otros cientos han rebajado su calidad y tienden a homogeneizar la oferta con programas que se parecen como gotas de agua: misa, juegos infantiles, pitanza popular, romería y verbena; eso sí, "hasta altas horas de la madrugada".

¿Dónde han quedado las señas de identidad diferenciales de cada romería, las exhibiciones de deporte rural, las "puyas del ramu", los juegos acuáticos en villas costeras, las "merendonas" a mantel tendido sobre los praos, los bailes "agarraos" y tantas cosas más?

El escultor José Manuel Legazpi dijo en este periódico, con motivo de su elección hace años como pregonero de la fiesta del Bollo de Salas, que las romerías "son un legado cultural que debe conservarse a toda costa porque su significado es más profundo que echar unos bailes y tirar voladores; son la manifestación de una particular filosofía de entender la vida -alegre, desenfadada, sin reparar en gastos...- que tienen los asturianos".

Las romerías son actualmente un fiasco y a nadie parece importarle su valor etnográfico, ni su potencial turístico, ni su importancia como expresión sociológica. Dejando de lado las multitudinarias e icónicas convocatorias como el Carmín, San Timoteo, las Piraguas, el Xiringüelu y alguna más, la esencia de la romería se ha evaporado. Y en las citadas, habría mucho que discutir respecto a si siguen fieles a la tradición, más allá de celebrarse en las fechas de rigor y, mal que bien, preservar cierta estética ritual.

No es difícil hallar pistas de por dónde cojean las fiestas de prau asturianas. A la comisión de festejos de una modesta localidad de poco más de 300 vecinos como Santiago del Monte (Castrillón) le salía por 6.000 euros -orquestas y gastos extraordinarios aparte- arrancar la maquinaria festiva cada verano: seguros, permisos, voladores, extintores, personal de seguridad, alumbrado, ambulancia, la tasa de la Sociedad General de Autores (SGAE)... suma y sigue. Dejaron de hacer la fiesta hace dos años hartos de no pegar ojo, y no por el volumen de la música de la verbena, sino por la incertidumbre de no saber si les llegaría con el dinero recaudado del bar y las barracas para pagar las facturas.

A las romerías, según critican quienes las organizan, les vendría bien que corriera savia nueva en las comisiones de festejos, les ponen zancadillas las administraciones, las masacra la SGAE y las apuntilla el bo¬tellón. Flaco favor se hacen algunas comisiones de festejos que, por exceso de confianza, piquilla con localidades cercanas o por el prurito de "este año, más y mejor que el pasado", contratan a las orquestas de renombre -sinónimo de caras- para hacer unas fiestas de restallo y lo que les estalla es la economía en toda la cara. Pasó en tiempos no muy lejanos con la moda de contratar cantantes con tirón y pasa ahora con los grupos orquestales más concebidos como espectáculo visual que como animadores del baile.

No obstante llega el verano y Asturias es una romería perpetua, un reguero de celebraciones que, al menos mientras lleva agua, hace olvidar las penurias organizativas. Tenía razón Víctor Manuel cuando cantaba: "Y la gente por el prado / no dejará de bailar / mientras se escuche una gaita / o haya sidra en el lagar".

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