Fragmentos sobre la confianza

El sentimiento de esperanza firme no viene de nacimiento ni lo inculca el prójimo; es una construcción humana, forjada y cultivada en el tiempo

Manuel Corrada en la galería de su casa de Arnaño (Amieva). |  Cristina González

Manuel Corrada en la galería de su casa de Arnaño (Amieva). | Cristina González / Manuel Corrada

Manuel Corrada

Manuel Corrada Corrada falleció el 18 de junio de 2022 en San Sebastián a los 68 años. Era hijo de Tomás y Belarmina Corrada, emigrantes asturianos en Chile. Vivió la mayor parte de su vida en Santiago de Chile y visitaba con frecuencia Asturias, donde mantenía la casa familiar en el pueblo de Arnaño (Amieva). Se licenció en Matemáticas en la Universidad de Chile y fue investigador en lógica, metamatemática de la teoría de conjuntos, métodos de aritmetización de Gödel y máquinas de Turing. Fue profesor e investigador de la Escuela de Arquitectura de la Universidad Católica de Chile durante más de treinta años, e invitado en universidades europeas y americanas. Fue un prolífico y versátil académico y crítico, publicó artículos científicos, junto a escritos y ensayos sobre la relación entre ciencia y artes visuales, el diseño, la percepción y la arquitectura, además de críticas en medios como «El Mercurio» (Chile), «The Structurist» (EE UU), «Leviathan» (EE UU) y el diario español «El País». Su último libro, «Cocina Chilena» (2018), publicado por Ediciones ARQ, contextualiza el panorama de la reciente producción de arquitectura en Chile. 

Estas palabras prefiero tomarlas como una ensalada en el sentido del género musical. Una aproximación variada acerca de la confianza.

El comercio

En la biblia de la economía, Adam Smith estima que a la hora de prevenir trabajos de calidad misteriosa o fraudes descarados resultan rodeos superfluos las trayectorias de quienes los ejecutan. En cambio, "la marca esterlina en los utensilios de plata, y los sellos en los lienzos y los paños proporcionan al comprador una seguridad mucho mayor que ningún estatuto de aprendizaje" (La riqueza de las naciones). Buscamos, y quizá necesitamos, que los bienes y útiles sean lo que deseamos y esperamos que sean. Vivir acompañado de engaños debe de ser agotador, a la larga fatal.

Pero si queremos la certeza de que un tenedor no se torcerá al pinchar un trozo de carne o la de que una chaqueta se salvará de acabar convertida en un estropajo, con mayor razón la esperamos en nuestras vidas y en algunas de nuestras relaciones personales. Esa seguridad en el otro, que jamás nos defraudará, es precisamente el sentimiento que denominamos confianza. No viene dado de nacimiento, tampoco lo inculca el prójimo, sino que es una construcción humana, forjado y cultivado en el tiempo, apreciado a fuerza de sangre, sudor y lágrimas, esencial en los tratos amorosos y en la amistad. En realidad, imprescindible para vivir sobre este planeta.

Las palabras

Emile Benveniste ha estudiado la relación de la confianza con la fidelidad. Solía traducirse al latín "fidelidad" como "confianza", lo que originaba que expresiones comunes en el lenguaje de los cómicos dijesen todo lo contrario de lo que se quería decir, llegando casi al ridículo. "Te doy mi confianza" viene a ser "desconfías de mi". El lingüista francés señala que por contexto y sintáctica la mejor traducción de confianza sería "crédito". "Tengo crédito" para alguien equivale a "le inspiro confianza". Yo dispongo mi confianza en manos de otro. La fidelidad resultaría ser la confianza que yo le inspiro. Y en el arte de persuadir al prójimo entregar este crédito depende de la credibilidad de quién inspira la confianza que siempre es ajena.

Flecos

Hay varios tipos de confianza. Una, casi inadvertida pero vital, es la confianza en los hechos de la naturaleza. Después de la luz viene la oscuridad, la luna siempre flota y nunca se caerá a nuestro lado aplastándonos, el sol brilla, al aire friío que dura bastante sigue el calor, el agua del mar moja.

Otra, es la confianza con el prójimo. Ahora bien, en esta conviene distinguir dos planos. El de la persona biográfica de carne y hueso, por un lado; el del sujeto como ente social, por otro. En ambos casos la ausencia de confianza es completamente inviable. Por mucho que sepa que la confianza no significa una relación simétrica, cuántos hechos muestran a cada rato que no es recíproca, ocurre que si no existen confianzas, mutuas o no, toda comunicación humana es huera. Y, si desaparece la seguridad en el plano social, ¿quién con dos dedos de frente entraría en un tubo metálico que baila en el aire? Viajo porque confío en la buena fe de un protagonista social: el piloto del avión.

Y hay una confianza excepcional que nos ha hecho comunidades extraordinarias en el paisaje del mundo. Me refiero a la confianza en el Estado según se construyó en parte de Europa luego de la segunda guerra mundial. Es lo que suele denominarse "estado de bienestar". Doy por sentado que ante un problema de salud tendré atención médica de alto nivel y cuidados prolijos; que la educación resulta algo de lo que no hay que preocuparse; que un techo nunca faltará y que no moriremos de frío en el costado de una vereda. ¿En que proporción de metros cuadrados de los miles del planeta se ha dado algo siquiera parecido? Ínfima.

La confianza se traiciona, aprecia, abusa, toma, se da y se pierde, se inspira y se termina. De confianza, aparte de personas hay comisiones, un día saltan indicadores, otro se la cuelgan a los mercados. Pero siempre, en mayor o menor medida, refleja cierta índole de seguridad. Aunque como todo sentimiento sólo es una relación entre personas. Las instituciones no sienten ni sufren vaivenes del ánimo.

Neolib

La siniestra epidemia neoliberal que infecta todo el planeta no dejará títere con cabeza ni sentimiento en pie. Ha sido un proceso prolijo con la contribución ingenua de muchos gobiernos que ha ido socavando al gran garante de las seguridades colectivas: el Estado. La socióloga Saskia Sassen ha mostrado cómo prolijamente ha ocurrido este despojamiento de cualquier vínculo social.

Jonathan Crary en un ensayo fulminante muestra cómo se van borrando incluso el día y la noche para caer en un continuo de producción y venta, llegándose a lo que señala: "Dormir es la última barrera, la última “condición natural” que el capitalismo no puede eliminar". La insularidad digital deja sin cabida, irrelevantes, los espacios públicos, e incluso al espacio social de las ideas, la conversación según lo muestra el eminente sociólogo Gabriel Tarde. El blogging, antípoda de la conversación, la sustituye, y toda suerte de controles neurofisiológicos que hagan trizas con las personas, como seres sociales, su posibilidad de levantar espacios sociales.

En este paisaje, ¿no resulta inaplicable hablar de un sentimiento como la confianza? ¿en que manos pongo mi crédito?

Mínimos

Hablar de la confianza como algo común tiene un cimiento indispensable: la igualdad. No sé como podría traducirse ese sentimiento en sociedades jerarquizadas ni tampoco en lugares donde los abismos sociales son inmensos. Amelia Valcarcel, con una claridad intelectual que siempre agradeceré, mostró que es sobre la igualdad que podemos hablar de sentimientos y prácticas, punto que también ponía Gabriel Tarde en su sistema de sentimientos democráticos donde aunque de fondo no se cumpliera la igualdad por lo menos era necesario suprimir todas las barreras que la señalaban. Ese mismo frenesí que el de la bailaora María Pagés, una Carmen sevillana real zapateando a gritos "Ni tú eres más que yo/ni yo soy más que tú".

Muerta la confianza fallece el mundo contingente y real. Ni siquiera, por ejemplo, los intercambios económicos tendrían cabida porque, según explica la antropóloga Mary Douglas, la moneda caducaría, "todo dinero, falso o de ley, depende de un artificio de confianza". Gabriel Tarde incluyó entre los hechos sociales, además de las ideas, los intereses y las necesidades, a los sentimientos, los cuales forman las cuerdas de un piano (La logique sociale). De vez en cuando se desafina, cómo no. Pero en el horizonte extenso, tarde o temprano, lo oímos resplandecer afinado.

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