Entrevista | José Ramón González García "Monchi, el de La Máquina" Hostelero jubilado

"No quería trabajar en 'La Máquina' y me hice mecánico de Telefónica"

"Mi padre era un buen carpintero. No nos llevábamos bien. Era muy repunante comprando fabes, sabía, pero les muyeres no lu podíen ver"

José Ramón Gonzalez García, Monchi el de «La Máquina», la pasada semana en Oviedo.

José Ramón Gonzalez García, Monchi el de «La Máquina», la pasada semana en Oviedo. / Luisma Murias

Javier Cuervo

Javier Cuervo

–Nací en marzo de 1947. Tengo una hermana, Maribel, un año menor. Mi casa era un chigre, "La Máquina", en Lugones (Siero). Dábamos el plato del día y funcionaba muy bien en cuando Lugones era lo más industrioso de Asturias después de Gijón. Estaban la Sociedad Industrial Asturiana (SIA), la Didier, la fábrica de pólvora... Cerámicas Guisasola cargaba y descargaba en Lugones... la fábrica de los Laspra y muchos talleres. Llegamos a tener pensión en casa para gente de montajes de Llanera o de Avilés.

–¿Qué población tenía?

–Unos 3.000 habitantes. El desastre vino con el alcalde que le dio por construir. Era cuando se decía a los visitantes: "dé una vuelta por Lugones, esto es un pueblo como no debe ser". Aún no tiene cogollín.

–Hable de Ramón, su padre.

–Era muy buen carpintero. Ahora me encanta la carpintería y tengo una pequeña frustración de no haber estado más atento, pero era tan repunante pa les medides que me echó pa atrás hacer nada. Era de Los Carriles, un pueblo sin luz y con el agua de los pozos que hacían ellos. Eran 7 hermanos y tenían cuatro vaques, gallines. Trabajaba en Oviedo de encofrador.

–¿Qué tal era en casa?

–En casa, bien. Era muy repunante comprando fabes, sabía mucho, pero les muyeres no lu podíen ver. Iba a Villaviciosa, cogía les fabes en la mano y para bajar una peseta en una saquina estaba media hora. Después cambió a Pravia y estuvo más años.

–¿Cómo era con usted?

–No nos llevamos muy bien. Yo era muy protestante también. Discutíamos todas las nochebuenas.

El mecánico comunista que heredó la fabada más famosa de Asturias

José Ramón González García (1947, Lugones, Siero) acabó siendo Monchi, el de "la Máquina" sin ninguna relación con Renfe. En 1947 su padre cogió en traspaso el bar a Pepe, un trabajador de la fábrica de Unión Explosivos trabajaba en la maquina que hacía los casquillos de bala que junto a otro obrero que también se llamaba Pepe. Para distinguirlos, al que hacía los casquillos lo llamaban "Pepe, el de la máquina", quien luego cogió el restaurante. 

Cuando tomaron el bar en traspaso, los padres de Monchi pasaron a ser Ramón y María, de la Máquina. "La máquina de tren fue idea de la imprenta Cabal, que en los sesenta hacía la publicidad, y propusieron ese anagrama cuando dejamos el plato del día y empezamos con la fabada".

La fabada más famosa de Asturias pasó a manos de Monchi en 1976, mecánico de Telefónica en Gijón, militante comunista, casado y con un hijo. Él le dio fama nacional con un horario discreto -sólo comidas, descanso los domingos, vacaciones en junio y semana de navidad- y estuvo la frente del restaurante hasta 2012, que pasó a sus hijos. Los tres varones viven de esa fabada de tercera generación.

Un mieloma le hace andar con bastón, cayendo y aprendiendo, sin quejarse de nada y la melomanía le da una felicidad con el pinto de frustración de no haber sido músico. 

–Su madre.

–Un encanto. María, de la familia de García Rodríguez, resolvía problemas, tenía imaginación, era cariñosa y cocinaba de maravilla. Ganó el campeonato de Asturias de Fabada y eso cambió el bar. La Unión Española de Explosivos tenía unos comedores para el consejo de administración y le encargaron una fabada un día que no tenía fabes. Mi padre fue a Argüelles y las compró a 60 pesetas el kilo, una barbaridad, porque andaban por 15. Gustó, empezaron a encargar y quitamos el plato del día. La mejor fabada sale con les mejores fabes.

–Su fama fue nacional.

–En 1963 mi madre llevó la fabada al Concurso Nacional de Platos Regionales, en el Circo Price, y quedó empatada con el cocido. En la segunda votación ganó el cocido. Ricardo Vázquez Prada publicó en su popularísima sección "Gotas de tinta" del diario "Región": "En Madrid hubo magullu". Lo repitió varios días y nos benefició mucho.

¿Sintió cerca a sus padres o estaban siempre ocupados?

–Estábamos ocupados todos porque hacíamos el embutido y trabajábamos desde niños.

–¿Había ideología en casa?

–Mi padre era más derechu que’l palu la bandera. Tenía el retrato de Franco con un armiño en el bar, más guapo que un ocho.

–¿Eran religiosos?

–En la puta vida fueron a misa. Yo sí. Fui devoto de San Tarsicio a los 15 años e iba a misa los sábados a las 8 de la mañana con un vecín que fue el que me enrolló.

–¿Qué rapacín fue usted?

–Muy travieso. Los del 47 hacíamos gamberraes con los tiestos de les cases y yo era más lanzau. Jugaba al fútbol -daba muches pataes- de extremo y corría en les carreres que organizaben los de Igrafo.

–¿Dónde empezó a estudiar?

–En Lugones con don José, un santo varón. A los 11 años entré en la preparatoria del instituto. No era buen estudiante, me pegaba bastante con los chavales, organizaba trangayadas y cambié para el colegio Hispania, el mejor, jaja.

–¿No le gustaban los libros?

–No mucho. Más la historia y la literatura que las matemáticas. Leía ensayo: Nietzsche, Marx y Ferrater Mora en la época del Hispania. Repetí cuarto, con 14 años. Saqué la reválida y fui al nocturno donde la gente era más tranquila.

–Teniendo negocio en casa...

–No quería trabajar en "La Máquina" y empecé con un tío mío, también muy repunante, en García Rodríguez. Me decía que tenía que ir a la Academia Ojanguren y prepararme, pero yo, sin decir nada, me metí en el instituto para el Cou, le pareció muy mal y me mandó para casa. Entonces empecé en Telefónica. En 1965 saqué las oposiciones de Telefónica. Tenía 18 años.

–¿Cómo le fue?

–Fue la primera vez que salí de casa. Estuve 4 meses en Bilbao, en un albergue de monjas que nos trataban muy bien y nos daban de comer en plan cocina económica. Fuimos a conocer las centrales telefónicas que tenían más pulgues que la madre que les parió.

–¿Y eso?

–Las antiguas centrales tenían una especie de tela encima de la maquinaria y daba un calor del copón. Les pulgues se pegaben allí y llegabes a casa hasta arriba de elles.

–¿Cómo llevaban en casa que no trabajara en "La Máquina"?

–Mi padre no llevó cuando pasé casi un año en Barcelona porque despotricaba de los catalanes. A mí me encantó, sobre todo el barrio gótico; algo menos la comida, muy vegetal. Telefónica pagaba muy mal y viví en un albergue de Falange, al lado del parque Güell, al que no iba ni dios. Había un régimen de entrada y de salida pero yo iba a mi rollo. Cobrábamos un mes 2.000 pesetas y otro 4.000 así que paseaba mucho para no gastar. Luego hubo unos movimientos laborales y nos subieron el sueldo a 5.000 pesetas al mes.

–Lo siguiente fue Madrid

–Donde entré a saco en la religión católica. Conocí a un chaval buenísimo, José Luis, que trabajaba en Telefónica y estaba en una escisión del Opus, la Milicia de Santa María -todavía existe- que montó el jesuita Tomás Morales. Trabajé en la central de Ventas al lado de la plaza de Toros, donde había vacas y no había luz. Los de la milicia iban a espantar a las parejas que se magreaban en la oscuridad hasta que un día apareció uno hinchado de las hostias que llevó.

–¿Dónde vivía?

–En una pensión en Vallecas, con otros dos asturianos. Allí probé la tortilla de garbanzos. Hasta la estación de metro era un barrizal. Uno de las cuencas llevaba madreñes e iba como Dios. Cuando ya estábamos fijos, fuimos a una pensión que llevaban una mujer feísima y su hermano, de Cangas del Narcea. Estaba detrás de Telefónica, en la calle del Barco, al lado de Ballesta con todas las putas.

–¿Y los bailes y las chicas?

–Me alejaron de mi amigo. Alguna vez le pregunté qué pasaba cuando le gustaba una moza y él respondía "pido perdón a Dios" y tal. A la cuarta vez me di cuenta de que no pitaba y nos distanciamos. Luego se casó y tuvo los hijos que Dios le dio. Yo iba mucho a la piscina del Parque Sindical, porque era la barata, y cabían 12.000.

–¿Qué tenía de bueno la religión?

–Había unión, te trataban bien, tenías un director espiritual y hacíamos ejercicios espirituales en Ávila en invierno, pasabas más frío...

–¿Cuánto tiempo estuvo en eso?

–Dos años.

–¿Hizo la mili?

–En 1969. Como era de Telefónica, nada más llegar me nombraron soldado de primera, lo que me dejó exento de todo. Estuve en una central de escucha en Prado del Rey durante 15 meses. Fui soldado ejemplar y me dieron 100 pesetas.

–¿Por qué?

–Por cumplir con el dinero, no como en anterior que tangó pasta. Mi cuartel estaba en El Pardo, al lado del palacio de Franco y era rígido, pero no donde estaba yo. Los teléfonos de los oficiales del Pardo iban por nuestra centralita y yo iba a cobrar por las casas donde las mujeres, regateaban. Dormía en la centralita hasta que me cazó un capitán y me montó una bronca. Fui tres días al barracón del cuartel y después volví. En la mili los chivatillos funcionaban. Vine clandestinamente en avión a pasar dos días en casa y cuando volví me dijeron que había estado en Lugones.

–Siguiente destino fue Gijón.

–Gijón fue mi perdición, jajaja.

–Cuente, cuente.

–Estaba haciendo la mili y vine a Gijón en un permiso. Un amigo de Telefónica me pidió que le acompañara porque quería quedar con una moza que tenía una amiga. La amiga era Pilar y estuve todo el tiempo con ella. Su cumpleaños era en agosto y le dije a mi amigo que le comprara un ramo de flores. Yo tenía 24 años y ella cumplía 18. Me llamaron asaltacunas.

–Pero aún no estaba en Gijón.

–Llegué a la central de la calle Corrida en 1970. Tardaban en darte un teléfono seis meses, un año, porque no había. Fui a vivir a la calle Santa Elena, al lado de la playa, a la que llamábamos «la pensión del Güevu» porque daba de comer huevos todos los días.

–¿Siguió con la religión?

–No. Fui a ver los jesuitas de la Iglesiona, hablé con un director espiritual y fuera, fuera. Lo que hice fue meterme en política. En Telefónica había cuatro o cinco de comisiones y del Partido Comunista, que era lo que había. Luego conocí a Tini Areces y más. Empecé a militar en 1971 a través de un rapaz que llamaben «Luarca». Entré en la Sociedad Cultural Gijonesa que tenía muchas actividades interesantes. Y salíamos por las noches a Cimadevilla, a tomar copas y ver a los cantantes que venían de Argentina. Noches normalinas, sin peleas, algunas veces hacia doblete.

–¿Cuánto estuvo en el PC?

–Aguanté el primero golpe, el congreso de Perlora, cuando echaron a Tini Areces, a Gabriel Santullano y a Sostres y otros de Avilés con los que tenía más sintonía. Lo dejé uno o dos años después de las elecciones de 1982, cuando ganó el PSOE, que fue una gran hostia para el partido. Seguía teniendo relación con Tini y con Carmen Mourenza. Vi que muchos iban pasando al PSOE, con caros, para cabreo de muchos socialistas. En Lugones éramos 14, venía a confesarnos uno de Avilés y no me gustaba que estuvieran reñidos unos con otros.

–Volvamos al noviazgo ¿Cuánto duró?

–Cuatro años. Cada 15 días iba en Madrid, primero con un 850 que me cansé de quemar culatas, y después en un Simca 1200. Conocía la carretera al dedillo. Nos casamos en El Cristo en 1975 y vivimos juntos 40 años maravillosos.

–¿Cuándo se hizo cargo de «La máquina»?

–En 1976, cuando mi madre tuvo un infarto. En aquella época tenemos seis personas trabajando. Los médicos le aconsejaron que lo dejara. Tenía una tensión altísima. Su cuerpo se acostumbró a ella y cuando la bajaba estaba mala.

–¿Cómo le fue?

–Volví a tener choques con mi padre. Tengo una mentalidad más abierta y, además de saber cocinar como me enseñó mi madre, lancé mucho más «La Máquina»: iba a presentaciones de vinos, a congresos de hostelería… Iba con mi pare a comprar fabes y eso le encantaba: salíamos a las 6 de Lugones para tener la furgoneta a las 7 en Pravia e ir cargándola con saquinos de 5, de 10, de 15 kilos.

–Era una referencia.

–En toda España. Estuvo Gabriel García Márquez cuando vino a recoger el premio Príncipe de Asturias de las Letras Carlos Fuentes. Le conté mis ganas de ir a la Amazonía. Apareció el fotógrafo y su mujer quitó todas las botellas de agua y de vino de encima de la mesa para que no se vieran las marcas. 

–¿«La Máquina» de Madrid?

–Fue esa ambición que tienes... el negocio me iba muy bien y no necesitaba Madrid, pero… Duré un año. Fue una ingenuidad en grado superlativo. En 1982 entré en una sociedad con unos que tenían mucho dinero sin firmar ningún papel. Me acordé de Eduardo Méndez Riestra que fue para Madrid a hacer las relaciones públicas. No puse un duro, pero cuando mostré un descontento por cosas como que el maître trataba de tú al presidente de Seat, me dijeron que podía marchar, que hacían una ampliación de capital. Ahora tienen un emporio hostelero. No perdí perres, pero me tomaron el pelo.

–¿Cuántos hijos tiene?

–Helio, Aida, Diego y Ramón. Tres llevan «La Máquina». La cría, que trabaja desde casa en informática, tuvo muchísimos problemas de salud y tiene un problema de corazón sin más solución que un trasplante. Hace 4 años, de vacaciones en La Coruña, cogió una bacteria que no la mató de milagro. Aquí le quitaron una válvula y le dejó problemas de vista.

–¿Qué hicieron sus hijos?

–Intentaron de todo. Yo tenía una frustración por la música, que me gusta mucho, y los metí a los cuatro en el conservatorio. Helio iba muy bien con el violín hasta quinto, pero conoció a una moza que le habló de Historia del arte, dejó el violín y nunca acabó la otra carrera. Los otros dos tocaron el contrabajo, pero nada. Cuando Teresa Rabal hacía los premios «Veo, veo» en el Teatro Campoamor los ponían en una esquina para hacer el bulto, sin tocar.

–¿Tiene nietos?

–No. Dos tienen parejas, Aida liga y desliga y Diego tendría que ser político: tiene reflejos y argumentos para todo.

–¿Fue un padre presente?

–Sí, pero no conecté porque era bastante intransigente en algunas cosas y chocaba. Pero bien, ¿eh?

–¿Como usted con su padre?

–No, no, no.

–Enviudó de Pilar.

–Murió en 2009 después de un cáncer de garganta. No fumaba. Ese año si me pegan patadas en salvas sean las partes ni me entero, porque después, en diciembre, quemó la parte de abajo del restaurante, todo madera -escalera, muebles- por culpa de un ordenador.

–¿Tuvo más parejas?

–A los dos años me enrollé con María José, una chavala de Gijón. Estuvimos 11 años. Murió de cáncer en la garganta. Fumaba mucho. Llevo dos años y pico solo.

–¿La hostelería es esclava?

–En mi caso no. Abría 6 días a la semana solo a mediodía, descansamos los domingos, cerrábamos en junio y la semana de navidad.

–¿Cuándo dejó La Máquina?

– En 2012. Entraron los guajes y hacen casi lo mismo que yo, pero yo me movía más. Todavía voy al concurso de la Felguera cada año.

–¿Qué tal la jubilación?

–Oigo mucha música: en casa clásica; fuera, moderna. Hice mucho monte de pisapraos. Prácticamente conozco toda Asturias por senderos gracias a un gasolinero de Gijón que conocí en los tiempos del PC, un catalán que se enamoró de Asturias y hacía los mapas. Con la moza me metí en un grupo de motos: yo llevaba el coche.

–¿Qué tal cree que le trató usted la vida hasta ahora?

–No me puedo quejar. Ahora tengo un mieloma que me jodió cuatro vértebras. Me decía un auxiliar del quirófano, a partir de los tornillos que me metieron: «esto te pasa en Cuba y hacen con ello una bicicleta». Estoy formigao de les piernes y ando con muleta.

–¿Cómo lleva la enfermedad?

­–Es como la de José Carreras. Tomo 12 pastillas, De casi todas preventivas. No tiene cura, pero se investiga mucho y tiene unos tratamientos. El primero falló y estoy con el segundo. Debo tener mucho cuidado porque estoy normal y puedo caer redondo, pero desde el primer momento me dije: «tengo que caminar». Lo peor fueron los seis meses en la silla de ruedas. Pasé al tacataca y estuve un año ingresado en la rehabilitación de la Cruz Roja. ¿Tú sabes cómo me trataron? Salí por causa del covid. Fui a vivir a casa de la moza y llevé más hosties que nunca porque quería andar y caía. Tuve un problema que estuve más allá que acá. Llevo cinco años. Hay un médico en Navarra que dice que se va a curar.

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